viernes, 8 de junio de 2012

LA SOCIEDAD, PASADO Y PRESENTE


La influencia de la inmigración.


Seguramente la influencia que tuvo la extendida inmigración en la conformación de nuestra forma de ser como nación resulta determinante y quizás también de explicaciones a muchos comportamientos sociopolíticos.
En el marco de una gran discusión sobre la influencia de la inmigración en las costumbres de la sociedad, Sarmiento hace ciento cincuenta años se preguntaba “¿argentinos desde cuándo y hasta donde?”. Esta inquietud seguía presente en el Río de la Plata incluso a principio del siglo XX y en Uruguay estuvo el mayor exponente crítico de la inmigración en aquella época, José Enrique Rodó, autor de Ariel libro que diera origen al arielismo, movimiento de cierto corte aristocrático que renegaba del talante de quienes venia a “hacer la américa”. Pero algo más movió al nacionalismo de  Rodó y fue su poción frente a los Estados Unidos y “al practicismo americano” que contrastaba con la forma de vida más humanista que él profesaba, o sea, que ya hace más de un siglo estaba planteado el enfrentamiento entre quienes profesaban el “utilitarismo”  y el “idealismo”, aspectos que contraponían a la América anglosajona de la América hispana. Pero las posturas contrarias a la inmigración masiva no era una idea extendida en la base popular, pero sí entre los más iluminados, y en contra de quienes así pensaban, el socialista Juan B. Justo exclamaba: “¡Ay de las aristocracias que estorban al aumento de la población! ¡Ay de los pueblos que no saben sacar del suelo que habitan todo lo que el cultivo de la vida puede dar!. Ellos serán barridos o dominados por otras clases y pueblos más enérgicos. ¿Para que son las revoluciones y las conquistas?. Vano es todo derecho a la vida que no se afirme en su propio ejercicio”.
Ricardo Rojas a finales del siglo XIX escribía en La restauración nacionalista “la desnacionalización y el envilecimiento de la conciencia pública han llegado a ser ya tan evidentes que han provocado una reacción radical en muchos espíritus esclarecidos de nuestro país”.
Ya en aquella época el lastre que acarreaba la joven sociedad Argentina, hacía estragos en la gestión política de la nación, y Carlos Bunge definía aquel fenómeno con estas palabras: “Llamo política criolla a los tejemanejes de los caciques hispanoamericanos, entre sí y para con sus camarillas. Su objeto es siempre conservar el poder, no para conquistar los laureles de la historia, sino por el placer de mandar”. Estas palabras reflejan como desde los mismos inicios de la republica ya hubo quien veía en la “política criolla” las lacras del caudillismo devenidas de conquista y la posterior colonización.
Según comenta José Luis Romero en “Las ideas de la Argentina del siglo XX” (las citas anteriores corresponden a este texto), “Los grupos intelectuales de comienzo del siglo, como herederos de la generación del 80 y nietos de la generación que había organizado el país en 1852, pensaban que la sociedad tradicional tenía defectos gravísimos, heredados todos –según opinión de muchos- de la tradición colonial española”.
Como vemos, ya a comienzo del siglo XX, había un movimiento nacional anti hispánico que atribuía a la iglesia católica y a las costumbres españolas el escaso desarrollo del país.
Visto desde la actualidad, el problema de la inmigración no era relativo a la perdida de una identidad nacional que realmente aun no existía o recién se comenzaba a formar. El verdadero problema hay que buscarlo en el propósito que movió -aún desde la colonización- a las oleadas de inmigración que siempre se sustentaron en planes de vida o proyectos individuales: el consabido “hacer la América”, lo cual llevaba a privilegiar el interés personal que se perseguía (el cual los llevó a desembarcar en América), respecto del interés por las actividades de la república, las que  fueron en general escasas o nulas. Es más, muchos inmigrantes ni siquiera se nacionalizaron, con lo que no ejercían el derecho al voto para elegir sus representantes. Para el que venía buscando un lugar donde prosperar, el interés por la vida pública no contaba, ya que de ello se encargarían “otros”. Posiblemente en sus mentes y quizás sin proponérselo,  en ese medio natural que habían idealizado y que era “la américa”, todo fuere a funcionar sin más, como si de un lugar mágico se tratara. Sin reparar en ello se fue conformando esa utopía que sería la Argentina. Como se suele decir, “los argentinos descienden (de descendencia) de los barcos”, toda una verdad que encierra en sí misma lo disperso de nuestros orígenes. Sin lugar a dudas todas estas circunstancias fueron contribuyendo a que se carezca de un espíritu colectivo de país, de una conciencia nacional, lo cual se refleja en la falta de compromiso y participación y algo muy grave para la cimentación de una nación: NUNCA SE CONTÓ CON UNA BURGUESÍA NACIONAL CON UN PROYECTO PROPIO.

 

La identidad de los pueblos


La identidad de los pueblos centra buena parte del interés de la reflexión de la filosofía, la sociología y la política. Estas reflexiones, que son frecuentes en otros países y que en Argentina tuvieron vigencia, hoy están cuanto menos aletargadas por el lado de la filosofía y la sociología y ausente por completo en la discusión política. En el estudio de los pueblos desde un punto de vista romántico, se avanza sobre la indisoluble unidad que existe entre identidad, lengua, cultura, forma de ser, historia y conciencia nacional.  Analizando hoy y desde ese punto de vista el caso argentino, se me ocurre encontraremos las explicaciones de los hechos que dan lugar a uno de nuestros problemas, que a mi juicio es la falta de identidad. Si nos referimos a la lengua, -esa parte sustancial de un pueblo sobre la que Miguel de Unamuno dedicó gran parte su obra y a la no dudó en elevar a su máximo exponente en Lengua y Patria-, ¿por qué un pueblo soberano como el argentino que ha demostrado sobradas artes para las letras, no ha instituido la lengua Argentina como símbolo de su identidad lingüística?. ¿Por qué aun llamamos a nuestra lengua castellano y en las escuelas se dictan clases de castellano?, cuando es justamente el castellano una lengua española, como lo es el catalán, el euskera o el gallego, y por lo tanto, también lo debería ser el argentino, ya que es una lengua que partiendo originariamente del castellano, hoy se distancia suficientemente de éste en los uso de los tiempos verbales, de los pronombres, el vocabulario, los giros y expresiones.
Desde un punto de vista académico, lo anterior es una reivindicación necesaria pero no trascendente. Más grave es que entre nosotros  el significado de las palabras no sea el mismo según los diversos sectores de la vida nacional, lo cual es gravísimo pues imposibilita el entendimiento. En la medida que no nos demos cuenta de que uno piensa y se expresa con palabras y que las palabras y la razón tienen una inequívoca relación, si no recuperamos el significado de las palabras en su verdadera acepción y en la medida que no desarmemos de la carga ideológica con la que hemos vinculado algunas palabras nos costará entendernos. Palabras tales como burguesía, pueblo, liberalismo, socialismo o capitalismo, no significan lo mismo según la ideología y la intención de quien las emplee, y así será vano cualquier intento de dialogo fecundo y sincero. Paradójicamente un pueblo en donde se habla una sola lengua, esta no permite que sea un punto de encuentro para comenzar a dialogar, sino todo lo contrario, ya que cada vez que presenciamos una polémica en materia sociopolítica, no solo se manifiesta el disenso en el fondo sino también en el significado de las palabras empleadas.
Respecto de la cultura, esa eterna cenicienta, ¿qué ocurre con “nuestra” cultura? ¿Qué entendemos por cultura Argentina?. Acaso cuando descubrimos que alguna obra nos pertenece, ¿no la maltratamos inmediatamente solo porque descubrimos su origen vernáculo?. ¿No alabamos y ponderamos formas y estilos culturales extranjeros en detrimentos de los propios?. Por otra parte, ¿no hemos creído históricamente que el progreso no era compatible con la tradición y así hemos destruimos prácticamente toda la arquitectura colonial?.
¿No nos sentimos más identificados y orgullosos por la obra de los vanguardistas de los años 20 que se nutrieron con las aportaciones de Borges, Pettoruti, Xul Solar, que llegaron a la Argentina  con la visión de las artes de su Europa natal, que con nuestros propios elementos culturales autóctonos?. Pero aun así, con nuestras contradicciones entre lo vernáculo y lo foráneo, en aquella buenos aires de los años 20 o 40 en donde las crisis ya existían y comenzaba la decadencia, existía una sensibilidad que permitió que los genios se desarrollaran. Hoy que falta, ¿genios o sensibilidad?.
La forma de ser del argentino, al igual que ocurre en otros pueblos, es en algunos casos mejor que en otros, pero la popular “viveza criolla”, el que cada uno tire para su lado.... o su bolsillo, el  “¿Yo?, argentino” – expresión muy utilizada cuando queremos ignorar nuestra participación o conocimiento de algún hecho- y el típico “no te metas”, que tanto daño ha hecho a la vida nacional, desequilibran el fiel de la balanza hacia el lado negativo.
Nuestra historia relatada como vivencias personales o de pueblo, vacila entre claros y oscuros, signada por épocas de libertad y otras de opresión, de abundancia o escasez, pero siempre bajo una constante marcada claramente por el valor, el empeño, la lucha y el sacrificio de un pequeño grupo de elite influenciado y mimetizado con lo europeo, mientras la gran parte del pueblo autóctono duerme la siesta o lo esperaba todo de la madre tierra o el mandatario de turno. Basta con averiguar la titularidad de las mayores empresas de todo tipo y condición, desde 1850 a hasta finales del siglo XX,  para concluir que previenen de familias con origen en el extranjero, las que llegaron a nuestra tierra con la vocación de progresar. Son casi nulos los hombres de aquellas estirpes fecundas que se preocuparon por la cosa pública, dejando esta en manos de una clase ineficaz aunque ilustrada, con personales como Julio, de la obra “Mi hijo el doctor” de Florencio Sánchez. Julio, hijo de una familia campesina e ignorante se recibe de médico lo cual provoca un cambio radical en su forma de interpretar la vida, algo que le lleva a renegar de su pasado tradiciones hasta perder la conciencia de ciertos límites, justificar el engaño y la irresponsabilidad. Julio, que no se dedico a la política,  es un claro ejemplo de la idiosincrasia de multitud de políticos surgidos de las entrañas de nuestra tierra.
No se puede terminar este análisis sin hablar de la conciencia nacional, la gran ausente. No nos conocemos a nosotros mismos, no tenemos acabada conciencia de que queremos, como conseguirlo y de que adolecemos; no hemos realizado un estudio reflexivo sobre nuestros atributos y mucho menos, de los cambios que vamos sufriendo. Los argentinos no poseemos un conocimiento realista y reflexivo de cómo somos, ni de que actitudes y obras resultaron positivas y cuales negativas para nuestra superación como hombres sociales, y lo que es peor, no hemos sabido apartarnos y condenar, las malas prácticas que nos sumieron en la desesperación.
Hemos dejado en manos de unos gobernantes indecentes nuestras vidas, y de esas omisiones no somos plenamente conscientes. Nos dejó dicho García Morente que “es evidente que un pueblo, una nación, una época y la Humanidad misma son, en todo y por todo, como si fueran personas. Son propiamente quasi-personas. Una Nación, al ser casi persona, es y actúa, en líneas de idealidad admisible, como una persona, como un ser humano”. Aunque resulte triste y doloroso, hay que reconocer que en nuestro país, la que ha fracaso es la sociedad que conformamos todos los que aquí hemos vivido, e inevitablemente, de ello se deriva el fracaso de la Nación. No podía ser de otra forma.

La atención de esto asuntos, que hacen a la sociedad Argentina, no son temas para improvisados, y me estoy refiriendo a gente como uno, que lo puede hacer es plantear desafíos y dejar que los especialistas los resuelvan. Pero nada de ello será de valía si no hay voluntad sociopolítica para llevar a cabo los correctivos necesarios que se desprendan de los estudios e investigaciones.
En este tema, los especialistas tienen la palabra, el pueblo la determinación.

 

La definición del estilo del “ser” nacional


Seguramente dar respuesta a este interrogante sea una pretensión demasiado elevada como para poder resolverla en estas Ideas y Sugerencias, pero intentaré al menos dar algunos elementos de juicio para quien quiera intentarlo. Quizás la forma más grafica de definir un conjunto sea la simbología, mediante íconos, y si se trata de definir la personalidad de un pueblo, debe buscarse ese símbolo que represente las características y modalidades de su gente. Las naciones tradicionales los tienen, o al menos los pensadores han intentado definir mediante elementos simples complejas relaciones. Así nos encontramos con que la caracterización del hombre británico es la imagen del gentleman y como todo icono, su sola mención define las características esenciales sociales y estéticas del pueblo ingles.
Sin embargo cuando uno recorre las calles de Londres, seguramente que no se encontrará  con gentlemans caminando por sus calles, es más, seguramente que si contrastará la imagen estética que tenemos del gentleman con lo que luego encuentra en las calles de Londres creería estar caminando por otro país. Pero ¿podemos por el cambio de su estética dejar de pensar que esa idea del orden de la sociedad británica caracterizada por el gentleman ha cambiado radicalmente?. Seguramente que no, pues en sus calles y a pesar del aspecto “loco” que muestra su gente, sus costumbres centenarias están intactas. En una ciudad de millones de habitantes y de calles estrechas, en la city londinense plagada de transporte público, se pude ver como los miles de sus típicos taxis que la circulan pueden girar en “U” en cualquier parte de la calle sin que ello cause el menor problema de circulación ni la ira de los otros conductores. Pero este no es más que un ejemplo, aunque relevante por lo caótico que en cualquier parte del mundo resulta la circulación, de la estructura y el orden que caracterizan al británico.
García Morente intento simbolizar en “Ideas de la Hispanidad” (1938), el ser hispánico, y en esa línea afirmaba y se interrogaba,  “un estilo no puede definirse, porque el estilo no es un ser -ni real, ni ideal-; no es una cosa, no es un posible término ni de nuestra conceptuación, ni de nuestra intuición. Hay cosas que no pueden definirse -como por ejemplo un color-, porque son objeto de intuición directa. El estilo no es tampoco de las cosas; porque el estilo no es cosa, sino «modalidad» de cosas; ni es ser, sino «modo» de ser. No es un objeto que nosotros podamos circunscribir conceptualmente, ni señalar intuitivamente en el conjunto o sistema de los objetos. El estilo no puede pues, ni definirse ni intuirse. Entonces, ¿qué podemos hacer para conocerlo? ¿Cómo podremos formarnos alguna noción o idea o evocación o sentimiento de lo que es el estilo hispánico?” . Intento García Morente encontrar el símbolo en el Quijote y Sancho, en el Cid, en las meninas de Velásquez, pero la temporalidad del personaje le hacían perder la consistencia que buscaba. Así creyó ver en el caballero cristiano el símbolo de la hispanidad.  “El caballero cristiano -como el gentleman inglés, como el ocio y dignidad del varón romano, como la belleza y bondad del griego- expresa en la breve síntesis de sus dos denominaciones el conjunto o el extracto último de los ideales hispánicos”. “El caballero cristiano es, pues, esencialmente un paladín defensor de una causa, deshacedor de entuertos e injusticias, que va por el mundo sometiendo toda realidad -cosas y personas- al imperativo de unos valores supremos, absolutos, incondicionales”. “Hay en la mentalidad del caballero cristiano al mismo tiempo optimismo e impaciencia; optimismo como fe absoluta en el poder moral de la voluntad; impaciencia como demanda de transformación inmediata y total, no gradual y progresiva”. “El caballero cristiano cultiva la grandeza, porque desprecia las cosas, incluso las suyas, las que él posee. Pone siempre su ser por encima de su haber. Se confiere a sí mismo un valor infinito y eterno. En cambio no concede valor ninguno a las cosas que tiene. Vale uno por lo que es y no por lo que posee. Don Quijote lo afirma: «dondequiera que yo esté, allí está la cabecera»”. “una de las características esenciales del caballero cristiano -y por consiguiente del alma hispánica- es la tenacidad y eficacia de las convicciones...... La valentía del caballero cristiano deriva de la profundidad de sus convicciones y de la superioridad inquebrantable en su propia esencia y valía. De nadie espera y de nadie teme nada el caballero, que cifra toda su vida en Dios y en sí mismo, es decir en su propio esfuerzo personal..... El caballero no conoce la indecisión, la vacilación típica del hombre moderno, cuya ideología, hecha de lecturas atropelladas, de seudo cultura verbal, no tiene ni arraigo ni orientación fija...... El caballero es hombre de pálpitos más que de cálculos. ¿Imagináis a los conquistadores calculando y computando sabiamente las posibilidades de conquistar Méjico o el Perú?”
He querido reflejar estas disquisiciones de García Morente en su intento por definir al hombre hispano, pues seguramente nos pueda ayudar a resolver nuestra propia identidad. No obstante y a pesar de que García Morente haya descartado como icono del español el Quijote, las propias definiciones del caballero cristiano describen al Quijote. Cobra especial interés reproducir las definiciones que G.M. realiza sobre la vida pública y la privada, y sin salirnos del contexto en el que se realiza el ensayo, y considerando la importancia del fondo que se quiere definir, la hispanidad, y no en otro orden, leer con detenimiento los siguiente fragmentos, los cuales deben ser considerados bajo dos premisas: a) que fueron escritos en 1938, b) y que responden a una disquisición del Ser hispánico, y no a una defensa de los propios argumentos y definiciones, las que sacadas fuera del contexto, pueden resultar lesivas. Dice García Morente, “Nuestra época actual, desde 1850, propende a reducir al mínimum la vida privada, concediendo, en cambio, un amplísimo margen a la vida pública. Un sinnúmero de relaciones que antes eran privadas -individuales o familiares- se han convertido hoy en públicas-sociales. Puede decirse, en general, que en nuestra época la vida pública tiende a absorber la vida privada. En cambio, la época histórica llamada Edad Media se caracteriza esencialmente por el gran predominio de lo privado sobre lo público; la mayor parte de las relaciones humanas en esa época medieval propenden a constituirse como relaciones personales privadas, de hombre real a hombre real. Por eso, el proceso de «modernización», el paso de la Edad Media a la época actual, se señala por la «publificación» -perdónese el algo bárbaro neologismo- de la vida; es decir, por la creciente e incesante conversión de lo privado en público. Los historiadores de la Revolución francesa usan, para señalar esta conversión o paso hacia lo público, una palabra muy expresiva: abolición de los privilegios, o sea de la ley privada” .....” . Pero el ideal del caballero cristiano está, como hemos visto, arraigado en la confianza en sí mismo, en la afirmación de la personalidad propia -de la personalidad real, efectiva, no la jurídica y formal-. Esto quiere decir que el caballero percibe la vida colectiva preferentemente bajo el ángulo de la relación privada. El caballero camina por el mundo sin más norma que su ley propia, su ley privada, su «privilegio»...... Al caballero cristiano le es, en el fondo de su alma, profundamente antipático todo socialismo, o sea, la tendencia a vaciar en moldes de relación y vida públicas lo que por esencia constituye el producto más granado de la persona particular, real y viviente. Para el caballero cristiano, la justicia es un modo inferior de la caridad; y la más sagrada obligación es la que libremente se impone el hombre a sí mismo; como el más intangible derecho es el que cada cual, por su propio esfuerzo, mérito o valor, llega a conquistarse para sí y los suyos”.
“En esta concepción de la vida como vida privada, hay, sin duda, hoy, cierto anacronismo. Pero no sabemos si por retraso o por adelanto. Algunas de las consecuencias que de esta concepción se derivan, cuentan entre las naciones más adelantadas del momento actual. La hostilidad profunda del caballero español a todo formalismo falso, se compadece mal, claro está, con eso que se ha llamado democracia y con la ridícula farsa del parlamentarismo. El caballero no puede ser demócrata ni parlamentario. Estas dos formas de relación son el prototipo justamente de eso que hemos llamado «publificación de la vida». He aquí que se atribuye soberanía y mando, no al o a los que más valen y pueden y saben, sino a los «elegidos» por sufragio. La falsedad es tan patente, que llega a ser irritante. La competencia, la capacidad, la valía personal son sustituidas por una designación hija del soborno material o espiritual, por un nombramiento que se encomienda -locura insigne- a la masa irresponsable, caprichosa e irracional. A tal y tan absurda consecuencia tenía que llegar una doctrina que empieza por escamotear la realidad de cada hombre, para substituirla por la abstracción irreal de los «ciudadanos», todos iguales entre sí. Mas para que dos hombres sean entre sí iguales, claro está que hay que empezar por despojarlos de todo lo que cada uno de ellos es en realidad y reducirlos así a la mera función abstracta de los conceptos. Aquí tocamos, por decirlo así, con la mano la diferencia radical que existe entre la personalidad privada y la personalidad pública; y vemos, por decirlo así, con nuestros propios ojos la realidad de aquélla y la abstracción irreal de ésta. El caballero cristiano no podrá jamás comprender la idea del contrato social, ni la lista de los derechos del hombre y del ciudadano. Ahora bien, esta preferencia de la vida privada -de la lex privata- sobre la pública, tiene, por otra parte, algunos inconvenientes. Es innegable, por ejemplo, la imperfección de que siempre han adolecido en España aquellas formas de vida que indispensablemente tienen que ser públicas. Así, en épocas normales, España es un país difícil de gobernar; porque obtener la obediencia a la ley no es fácil en un pueblo para quien la ley no es lo supremo, ni la vida pública la más alta norma. Cada español propende un poco a considerarse, en efecto, como «privilegiado» y exento. Pues, ¿qué tiene que ver con Don Quijote la Santa Hermandad? En cambio, cuando en algún momento punzante de la historia las circunstancias aprietan a España y a los españoles, entonces, ¡qué magníficos ejemplos de cohesión, de heroica abnegación y de disciplinada eficacia! Entonces, la ley privada de cada español coincide y armoniza con la de todos los demás, y se produce el caso de un país entero alzado en suprema tensión, para afirmarse radicalmente contra la amenaza a su nacionalidad”. “Por eso, en el fondo, el pueblo español ha sido siempre rebelde a ese tipo de normas o leyes que se fundan en abstracciones puramente doctrinales. Durante el siglo XVIII, y más aún, durante el XIX, España se aparta de la marcha que el mundo emprende hacia una concepción racionalista de la vida. El aislamiento español durante esos siglos consistió precisamente en eso. El ideario profundo de España repugnaba esas formas de vida pública. Y justamente la reaparición de la España actual en el gran escenario del mundo histórico, coincide con un instante de profunda crisis, en que ya se ven despuntar concepciones nuevas y más congruentes con el sentido realista de la hispanidad eterna”.
Es evidente, y ya se aclaró al comienzo, que intentar definir el simbolismo de la argentinidad o del ser argentino no es tarea fácil, pero sin lugar a dudas, muchas de las definiciones e interpretaciones que GM hace del Ser hispano, en parte se adaptan al Ser argentino, lo cual en principio guarda cierta lógica. Así en nuestro medio, encontramos que la figura del gaucho, el compadrito porteño, o el coya, son recurrentes cada vez que queremos definir una fisonomía  o una región; tanto se emplea en el marketing turístico como en estudios sociológicos quizás por ser los símbolos que mejor representan las diferentes identidades culturales que integran la nación. Las dos primeras figuras representan una concepción de vida típicamente local, cada una en su región, pero no así el indio del norte, el cual presenta más semejanza con otras culturas Latinoamérica, que con los habitantes de la pampa o el puerto. Por otra parte sería una insensatez pretender representar en el coya al indio originario de estas tierras, poblada antes de la colonización por diferentes pueblos inconexos y de muy diferentes costumbres.
Trazar una semejanza entre los semblantes de cada representante regional pareciere en principio de difícil solución ya que no se encuentran –en principio- rasgos físicos o costumbres comunes, aunque sí quizás podamos identificar algunos rasgos y comportamientos similares. La picardía, la fe en la religión, la prepotencia, el escaso apego al trabajo pueden ser puntos comunes. No obstante la dinámica y la adaptación que cada hombre regional presenta, constituye una barrera difícil de superar y por ello no encuentro que podamos consustanciar en un símbolo la definición del Ser argentino
También se puede suponer que estas diferencias debieren de ocurrir por ejemplo en España, país multicultural y con un regionalismo histórico muy tremendamente reivindicado, y realmente así lo es, y es que en la caracterización que realizaba sobre el caballero cristiano G.M., probablemente su mayor error fue intentar definir la hispanidad pensando en Castilla, ya que seguramente todo lo que escribió sobre el caballero, fue pensando en el castizo que en nada se parece en la forma de ser y actuar a un catalán,  vasco o gallego.
Por lo tanto, pareciera que intentar en tierras de gran diversidad de culturas encontrar un estereotipo, nos lleve a caer en errores que lejos de definir y precisar, confundan y tergiversen. Cuando nos referimos a la “viveza criolla” estamos haciendo referencia a un comportamiento muy extendido, aunque preferentemente asociado al hombre de las grandes urbes, razón por lo cual la gente de las provincias recela. La  "viveza criolla" refiere a una forma de progresar trepando, siguiendo la línea del menor esfuerzo e ignorando las normas y el sentido de responsabilidad sin escatimar los medios a emplear ni medir las consecuencias o perjuicios que se crea a demás. Cuando “los vivos” llegaran al poder, como son inmorales y egoístas les importará muy poco el bienestar de la sociedad sino el de ellos mismos. Estos individuos cuando se alzan con el poder, descreen de la justicia, aprovechan la oportunidad para enriquecerse haciendo de la corrupción una forma de vida. "El vivo vive del zonzo, y el zonzo de su trabajo", “si yo no robo robará otro” son dichos populares que define de cuerpo entero al “vivo” que la viñeta del personaje de Lino Palacio, Avivato, representa magníficamente a un argentino oportunista, falso, sobrador, coimero y ventajista.
Otra forma de calificar a una amplia población hace referencia a la “pachorra”, ante lo cual inmediatamente asociamos al “provinciano”, fundamentalmente el norteño. La pachorra está asociada a la indolencia y a la poca vocación para trabajar con ahínco algo muy común entre nosotros.
Por último haré mención a otro símbolo de identidad nacional, el estilo de vida americano. Allí también la integración social se formó con corrientes migratorias de gran diversidad y las tribus indígenas locales, las que manifestaban marcadas diferencias. Sin embargo la integración, sin duda traumática y con millones de muertos asesinados, superada la guerra civil y la colonización con el ferrocarril como motor de la integración, se logró que las diferencias étnicas y culturales se fundieran detrás de un objetivo común: fundar una nación apoyada sobre tres pilares, el sistema democrático de gobierno,  la sociedad de consumo y la libertad de mercado. Así la sociedad construyó  una relación armónica entre la posesión de bienes materiales y la moral cristiana, lo cual ha hecho de la familia americana, un ejemplo de convivencia respetuosa en un ámbito de prosperidad sin igual. Sin lugar a dudas la diferente evangelización cristiana que tuvo lugar en ambos extremos del continente americano, a través de sus diferentes preceptos, contribuyo a modelar dos formas sociales de entender la vida. Asi vemos que tanto en el norte como en sur el expansionismo territorial de los colonos fue en detrimento del hombre de tierra, los caminos que recorrieron la republica del norte, los Estados Unidos, y las del sur, fueron divergentes. Mientras en el norte la organización social se fundó sobre la moral, el respeto y el trabajo, en el sur la pereza impidió que la prosperidad fructificara, el respeto desapareciera y la inmoralidad se apropiara del poder. ¿Hasta dónde se puede justificar dos estilos de sociedad tan diferentes en la influencia de la evangelización?.