La influencia de la inmigración.
Seguramente la
influencia que tuvo la extendida inmigración en la conformación de nuestra
forma de ser como nación resulta determinante y quizás también de explicaciones
a muchos comportamientos sociopolíticos.
En el marco de una
gran discusión sobre la influencia de la inmigración en las costumbres de la
sociedad, Sarmiento hace ciento cincuenta años se preguntaba “¿argentinos desde
cuándo y hasta donde?”. Esta inquietud seguía presente en el Río de la Plata incluso
a principio del siglo XX y en Uruguay estuvo el mayor exponente crítico de la
inmigración en aquella época, José Enrique Rodó, autor de Ariel libro que diera
origen al arielismo, movimiento de cierto corte aristocrático que renegaba del
talante de quienes venia a “hacer la américa”. Pero algo más movió al
nacionalismo de Rodó y fue su poción
frente a los Estados Unidos y “al practicismo americano” que contrastaba con la
forma de vida más humanista que él profesaba, o sea, que ya hace más de un
siglo estaba planteado el enfrentamiento entre quienes profesaban el
“utilitarismo” y el “idealismo”,
aspectos que contraponían a la América anglosajona de la América hispana. Pero
las posturas contrarias a la inmigración masiva no era una idea extendida en la
base popular, pero sí entre los más iluminados, y en contra de quienes así
pensaban, el socialista Juan B. Justo exclamaba: “¡Ay de las aristocracias que
estorban al aumento de la población! ¡Ay de los pueblos que no saben sacar del
suelo que habitan todo lo que el cultivo de la vida puede dar!. Ellos serán
barridos o dominados por otras clases y pueblos más enérgicos. ¿Para que son
las revoluciones y las conquistas?. Vano es todo derecho a la vida que no se
afirme en su propio ejercicio”.
Ricardo Rojas a
finales del siglo XIX escribía en La restauración nacionalista “la
desnacionalización y el envilecimiento de la conciencia pública han llegado a
ser ya tan evidentes que han provocado una reacción radical en muchos espíritus
esclarecidos de nuestro país”.
Ya en aquella época
el lastre que acarreaba la joven sociedad Argentina, hacía estragos en la
gestión política de la nación, y Carlos Bunge definía aquel fenómeno con estas
palabras: “Llamo política criolla a los tejemanejes de los caciques
hispanoamericanos, entre sí y para con sus camarillas. Su objeto es siempre
conservar el poder, no para conquistar los laureles de la historia, sino por el
placer de mandar”. Estas palabras reflejan como desde los mismos inicios de la
republica ya hubo quien veía en la “política criolla” las lacras del
caudillismo devenidas de conquista y la posterior colonización.
Según comenta José
Luis Romero en “Las ideas de la Argentina del siglo XX” (las citas anteriores
corresponden a este texto), “Los grupos intelectuales de comienzo del siglo,
como herederos de la generación del 80 y nietos de la generación que había
organizado el país en 1852, pensaban que la sociedad tradicional tenía defectos
gravísimos, heredados todos –según opinión de muchos- de la tradición colonial
española”.
Como vemos, ya a
comienzo del siglo XX, había un movimiento nacional anti hispánico que atribuía
a la iglesia católica y a las costumbres españolas el escaso desarrollo del
país.
Visto desde la
actualidad, el problema de la inmigración no era relativo a la perdida de una
identidad nacional que realmente aun no existía o recién se comenzaba a formar.
El verdadero problema hay que buscarlo en el propósito que movió -aún desde la
colonización- a las oleadas de inmigración que siempre se sustentaron en planes
de vida o proyectos individuales: el consabido “hacer la América”, lo cual
llevaba a privilegiar el interés personal que se perseguía (el cual los llevó a
desembarcar en América), respecto del interés por las actividades de la
república, las que fueron en general
escasas o nulas. Es más, muchos inmigrantes ni siquiera se nacionalizaron, con
lo que no ejercían el derecho al voto para elegir sus representantes. Para el
que venía buscando un lugar donde prosperar, el interés por la vida pública no
contaba, ya que de ello se encargarían “otros”. Posiblemente en sus mentes y quizás
sin proponérselo, en ese medio natural
que habían idealizado y que era “la américa”, todo fuere a funcionar sin más,
como si de un lugar mágico se tratara. Sin reparar en ello se fue conformando
esa utopía que sería la Argentina. Como se suele decir, “los argentinos
descienden (de descendencia) de los barcos”, toda una verdad que encierra en sí
misma lo disperso de nuestros orígenes. Sin lugar a dudas todas estas
circunstancias fueron contribuyendo a que se carezca de un espíritu colectivo
de país, de una conciencia nacional, lo cual se refleja en la falta de
compromiso y participación y algo muy grave para la cimentación de una nación:
NUNCA SE CONTÓ CON UNA BURGUESÍA NACIONAL CON UN PROYECTO PROPIO.
La identidad de los pueblos
La identidad de los
pueblos centra buena parte del interés de la reflexión de la filosofía, la sociología
y la política. Estas reflexiones, que son frecuentes en otros países y que en
Argentina tuvieron vigencia, hoy están cuanto menos aletargadas por el lado de
la filosofía y la sociología y ausente por completo en la discusión política.
En el estudio de los pueblos desde un punto de vista romántico, se avanza sobre
la indisoluble unidad que existe entre identidad, lengua, cultura, forma de
ser, historia y conciencia nacional.
Analizando hoy y desde ese punto de vista el caso argentino, se me
ocurre encontraremos las explicaciones de los hechos que dan lugar a uno de
nuestros problemas, que a mi juicio es la falta de identidad. Si nos
referimos a la lengua, -esa parte sustancial de un pueblo sobre la que
Miguel de Unamuno dedicó gran parte su obra y a la no dudó en elevar a su
máximo exponente en Lengua y Patria-, ¿por qué un pueblo soberano como
el argentino que ha demostrado sobradas artes para las letras, no ha instituido
la lengua Argentina como símbolo de su identidad lingüística?. ¿Por qué aun
llamamos a nuestra lengua castellano y en las escuelas se dictan clases de
castellano?, cuando es justamente el castellano una lengua española, como lo es
el catalán, el euskera o el gallego, y por lo tanto, también lo debería ser el
argentino, ya que es una lengua que partiendo originariamente del castellano,
hoy se distancia suficientemente de éste en los uso de los tiempos verbales, de
los pronombres, el vocabulario, los giros y expresiones.
Desde un punto de
vista académico, lo anterior es una reivindicación necesaria pero no
trascendente. Más grave es que entre nosotros
el significado de las palabras no sea el mismo según los diversos
sectores de la vida nacional, lo cual es gravísimo pues imposibilita el
entendimiento. En la medida que no nos demos cuenta de que uno piensa y se
expresa con palabras y que las palabras y la razón tienen una inequívoca
relación, si no recuperamos el significado de las palabras en su verdadera
acepción y en la medida que no desarmemos de la carga ideológica con la que
hemos vinculado algunas palabras nos costará entendernos. Palabras tales como
burguesía, pueblo, liberalismo, socialismo o capitalismo, no significan lo
mismo según la ideología y la intención de quien las emplee, y así será vano
cualquier intento de dialogo fecundo y sincero. Paradójicamente un pueblo en
donde se habla una sola lengua, esta no permite que sea un punto de encuentro
para comenzar a dialogar, sino todo lo contrario, ya que cada vez que presenciamos
una polémica en materia sociopolítica, no solo se manifiesta el disenso en el
fondo sino también en el significado de las palabras empleadas.
Respecto de la cultura,
esa eterna cenicienta, ¿qué ocurre con “nuestra” cultura? ¿Qué entendemos por
cultura Argentina?. Acaso cuando descubrimos que alguna obra nos pertenece, ¿no
la maltratamos inmediatamente solo porque descubrimos su origen vernáculo?. ¿No
alabamos y ponderamos formas y estilos culturales extranjeros en detrimentos de
los propios?. Por otra parte, ¿no hemos creído históricamente que el progreso
no era compatible con la tradición y así hemos destruimos prácticamente toda la
arquitectura colonial?.
¿No nos sentimos
más identificados y orgullosos por la obra de los vanguardistas de los años 20
que se nutrieron con las aportaciones de Borges, Pettoruti, Xul Solar, que
llegaron a la Argentina con la visión de
las artes de su Europa natal, que con nuestros propios elementos culturales
autóctonos?. Pero aun así, con nuestras contradicciones entre lo vernáculo y lo
foráneo, en aquella buenos aires de los años 20 o 40 en donde las crisis ya
existían y comenzaba la decadencia, existía una sensibilidad que
permitió que los genios se desarrollaran. Hoy que falta, ¿genios o
sensibilidad?.
La forma de ser del
argentino, al igual que ocurre en otros pueblos, es en algunos casos mejor que
en otros, pero la popular “viveza criolla”, el que cada uno tire para su
lado.... o su bolsillo, el “¿Yo?, argentino” – expresión muy utilizada
cuando queremos ignorar nuestra participación o conocimiento de algún hecho- y
el típico “no te metas”, que tanto daño ha hecho a la vida nacional, desequilibran el fiel de la balanza hacia
el lado negativo.
Nuestra historia
relatada como vivencias personales o de pueblo, vacila entre claros y oscuros,
signada por épocas de libertad y otras de opresión, de abundancia o escasez,
pero siempre bajo una constante marcada claramente por el valor, el empeño,
la lucha y el sacrificio de un pequeño grupo de elite influenciado y
mimetizado con lo europeo, mientras la gran parte del pueblo autóctono duerme
la siesta o lo esperaba todo de la madre tierra o el mandatario de turno. Basta
con averiguar la titularidad de las mayores empresas de todo tipo y condición,
desde 1850 a hasta finales del siglo XX, para concluir que previenen de familias con
origen en el extranjero, las que llegaron a nuestra tierra con la vocación de
progresar. Son casi nulos los hombres de aquellas estirpes fecundas que se
preocuparon por la cosa pública, dejando esta en manos de una clase ineficaz
aunque ilustrada, con personales como Julio, de la obra “Mi hijo el doctor” de
Florencio Sánchez. Julio, hijo de una familia campesina e ignorante se recibe
de médico lo cual provoca un cambio radical en su forma de interpretar la vida,
algo que le lleva a renegar de su pasado tradiciones hasta perder la conciencia
de ciertos límites, justificar el engaño y la irresponsabilidad. Julio, que no
se dedico a la política, es un claro
ejemplo de la idiosincrasia de multitud de políticos surgidos de las entrañas
de nuestra tierra.
No se puede
terminar este análisis sin hablar de la conciencia nacional, la gran
ausente. No nos conocemos a nosotros mismos, no tenemos acabada conciencia de
que queremos, como conseguirlo y de que adolecemos; no hemos realizado un
estudio reflexivo sobre nuestros atributos y mucho menos, de los cambios que
vamos sufriendo. Los argentinos no poseemos un conocimiento realista y
reflexivo de cómo somos, ni de que actitudes y obras resultaron positivas y
cuales negativas para nuestra superación como hombres sociales, y lo que es
peor, no hemos sabido apartarnos y condenar, las malas prácticas que nos
sumieron en la desesperación.
Hemos dejado en
manos de unos gobernantes indecentes nuestras vidas, y de esas omisiones no
somos plenamente conscientes. Nos dejó dicho García Morente que “es evidente
que un pueblo, una nación, una época y la Humanidad misma son, en todo y por
todo, como si fueran personas. Son propiamente quasi-personas. Una Nación, al
ser casi persona, es y actúa, en líneas de idealidad admisible, como una
persona, como un ser humano”. Aunque resulte triste y doloroso, hay que
reconocer que en nuestro país, la que ha fracaso es la sociedad que conformamos
todos los que aquí hemos vivido, e inevitablemente, de ello se deriva el
fracaso de la Nación. No podía ser de otra forma.
La atención de esto asuntos, que hacen a la sociedad
Argentina, no son temas para improvisados, y me estoy refiriendo a gente como
uno, que lo puede hacer es plantear desafíos y dejar que los especialistas los
resuelvan. Pero nada de ello será de valía si no hay voluntad sociopolítica
para llevar a cabo los correctivos necesarios que se desprendan de los estudios
e investigaciones.
En este tema, los especialistas tienen la palabra, el
pueblo la determinación.
La definición del estilo del “ser” nacional
Seguramente dar respuesta a este interrogante sea una
pretensión demasiado elevada como para poder resolverla en estas Ideas y
Sugerencias, pero intentaré al menos dar algunos elementos de juicio para quien
quiera intentarlo. Quizás la forma más grafica de definir un conjunto sea la
simbología, mediante íconos, y si se trata de definir la personalidad de un
pueblo, debe buscarse ese símbolo que represente las características y
modalidades de su gente. Las naciones tradicionales los tienen, o al menos los
pensadores han intentado definir mediante elementos simples complejas
relaciones. Así nos encontramos con que la caracterización del hombre británico
es la imagen del gentleman y como todo icono, su sola mención define las
características esenciales sociales y estéticas del pueblo ingles.
Sin embargo cuando uno recorre las calles de Londres,
seguramente que no se encontrará con
gentlemans caminando por sus calles, es más, seguramente que si contrastará la
imagen estética que tenemos del gentleman con lo que luego encuentra en las
calles de Londres creería estar caminando por otro país. Pero ¿podemos por el
cambio de su estética dejar de pensar que esa idea del orden de la sociedad
británica caracterizada por el gentleman ha cambiado radicalmente?. Seguramente
que no, pues en sus calles y a pesar del aspecto “loco” que muestra su gente,
sus costumbres centenarias están intactas. En una ciudad de millones de
habitantes y de calles estrechas, en la city londinense plagada de transporte
público, se pude ver como los miles de sus típicos taxis que la circulan pueden
girar en “U” en cualquier parte de la calle sin que ello cause el menor
problema de circulación ni la ira de los otros conductores. Pero este no es más
que un ejemplo, aunque relevante por lo caótico que en cualquier parte del
mundo resulta la circulación, de la estructura y el orden que caracterizan al
británico.
García Morente intento simbolizar en “Ideas de la
Hispanidad” (1938), el ser hispánico, y en esa línea afirmaba y se
interrogaba, “un estilo no puede
definirse, porque el estilo no es un ser -ni real, ni ideal-; no es una cosa,
no es un posible término ni de nuestra conceptuación, ni de nuestra intuición.
Hay cosas que no pueden definirse -como por ejemplo un color-, porque son
objeto de intuición directa. El estilo no es tampoco de las cosas; porque el
estilo no es cosa, sino «modalidad» de cosas; ni es ser, sino «modo» de ser. No
es un objeto que nosotros podamos circunscribir conceptualmente, ni señalar
intuitivamente en el conjunto o sistema de los objetos. El estilo no puede
pues, ni definirse ni intuirse. Entonces, ¿qué podemos hacer para conocerlo?
¿Cómo podremos formarnos alguna noción o idea o evocación o sentimiento de lo
que es el estilo hispánico?” . Intento García Morente encontrar el símbolo en
el Quijote y Sancho, en el Cid, en las meninas de Velásquez, pero la
temporalidad del personaje le hacían perder la consistencia que buscaba. Así
creyó ver en el caballero cristiano el símbolo de la hispanidad. “El caballero cristiano -como el gentleman
inglés, como el ocio y dignidad del varón romano, como la belleza y bondad del
griego- expresa en la breve síntesis de sus dos denominaciones el conjunto o el
extracto último de los ideales hispánicos”. “El caballero cristiano es, pues,
esencialmente un paladín defensor de una causa, deshacedor de entuertos e
injusticias, que va por el mundo sometiendo toda realidad -cosas y personas- al
imperativo de unos valores supremos, absolutos, incondicionales”. “Hay en la
mentalidad del caballero cristiano al mismo tiempo optimismo e impaciencia;
optimismo como fe absoluta en el poder moral de la voluntad; impaciencia como
demanda de transformación inmediata y total, no gradual y progresiva”. “El
caballero cristiano cultiva la grandeza, porque desprecia las cosas, incluso
las suyas, las que él posee. Pone siempre su ser por encima de su haber. Se
confiere a sí mismo un valor infinito y eterno. En cambio no concede valor
ninguno a las cosas que tiene. Vale uno por lo que es y no por lo que posee.
Don Quijote lo afirma: «dondequiera que yo esté, allí está la cabecera»”. “una
de las características esenciales del caballero cristiano -y por consiguiente
del alma hispánica- es la tenacidad y eficacia de las convicciones...... La
valentía del caballero cristiano deriva de la profundidad de sus convicciones y
de la superioridad inquebrantable en su propia esencia y valía. De nadie espera
y de nadie teme nada el caballero, que cifra toda su vida en Dios y en sí
mismo, es decir en su propio esfuerzo personal..... El caballero no conoce la
indecisión, la vacilación típica del hombre moderno, cuya ideología, hecha de
lecturas atropelladas, de seudo cultura verbal, no tiene ni arraigo ni
orientación fija...... El caballero es hombre de pálpitos más que de cálculos.
¿Imagináis a los conquistadores calculando y computando sabiamente las
posibilidades de conquistar Méjico o el Perú?”
He querido reflejar estas disquisiciones de García Morente
en su intento por definir al hombre hispano, pues seguramente nos pueda ayudar
a resolver nuestra propia identidad. No obstante y a pesar de que García
Morente haya descartado como icono del español el Quijote, las propias definiciones
del caballero cristiano describen al Quijote. Cobra especial interés reproducir
las definiciones que G.M. realiza sobre la vida pública y la privada, y sin
salirnos del contexto en el que se realiza el ensayo, y considerando la
importancia del fondo que se quiere definir, la hispanidad, y no en otro orden,
leer con detenimiento los siguiente fragmentos, los cuales deben ser
considerados bajo dos premisas: a) que fueron escritos en 1938, b) y que
responden a una disquisición del Ser hispánico, y no a una defensa de los
propios argumentos y definiciones, las que sacadas fuera del contexto, pueden
resultar lesivas. Dice García Morente, “Nuestra época actual, desde 1850,
propende a reducir al mínimum la vida privada, concediendo, en cambio, un amplísimo
margen a la vida pública. Un sinnúmero de relaciones que antes eran privadas
-individuales o familiares- se han convertido hoy en públicas-sociales. Puede
decirse, en general, que en nuestra época la vida pública tiende a absorber la
vida privada. En cambio, la época histórica llamada Edad Media se caracteriza
esencialmente por el gran predominio de lo privado sobre lo público; la mayor
parte de las relaciones humanas en esa época medieval propenden a constituirse
como relaciones personales privadas, de hombre real a hombre real. Por eso, el
proceso de «modernización», el paso de la Edad Media a la época actual, se
señala por la «publificación» -perdónese el algo bárbaro neologismo- de la
vida; es decir, por la creciente e incesante conversión de lo privado en
público. Los historiadores de la Revolución francesa usan, para señalar esta
conversión o paso hacia lo público, una palabra muy expresiva: abolición de los
privilegios, o sea de la ley privada” .....” . Pero el ideal del caballero
cristiano está, como hemos visto, arraigado en la confianza en sí mismo, en la
afirmación de la personalidad propia -de la personalidad real, efectiva, no la
jurídica y formal-. Esto quiere decir que el caballero percibe la vida
colectiva preferentemente bajo el ángulo de la relación privada. El caballero
camina por el mundo sin más norma que su ley propia, su ley privada, su
«privilegio»...... Al caballero cristiano le es, en el fondo de su alma,
profundamente antipático todo socialismo, o sea, la tendencia a vaciar en moldes
de relación y vida públicas lo que por esencia constituye el producto más
granado de la persona particular, real y viviente. Para el caballero cristiano,
la justicia es un modo inferior de la caridad; y la más sagrada obligación es
la que libremente se impone el hombre a sí mismo; como el más intangible
derecho es el que cada cual, por su propio esfuerzo, mérito o valor, llega a
conquistarse para sí y los suyos”.
“En esta concepción de la vida como vida privada, hay, sin
duda, hoy, cierto anacronismo. Pero no sabemos si por retraso o por adelanto.
Algunas de las consecuencias que de esta concepción se derivan, cuentan entre
las naciones más adelantadas del momento actual. La hostilidad profunda del
caballero español a todo formalismo falso, se compadece mal, claro está, con
eso que se ha llamado democracia y con la ridícula farsa del parlamentarismo.
El caballero no puede ser demócrata ni parlamentario. Estas dos formas de
relación son el prototipo justamente de eso que hemos llamado «publificación de
la vida». He aquí que se atribuye soberanía y mando, no al o a los que más
valen y pueden y saben, sino a los «elegidos» por sufragio. La falsedad es tan
patente, que llega a ser irritante. La competencia, la capacidad, la valía
personal son sustituidas por una designación hija del soborno material o
espiritual, por un nombramiento que se encomienda -locura insigne- a la masa
irresponsable, caprichosa e irracional. A tal y tan absurda consecuencia tenía
que llegar una doctrina que empieza por escamotear la realidad de cada hombre,
para substituirla por la abstracción irreal de los «ciudadanos», todos iguales
entre sí. Mas para que dos hombres sean entre sí iguales, claro está que hay
que empezar por despojarlos de todo lo que cada uno de ellos es en realidad y
reducirlos así a la mera función abstracta de los conceptos. Aquí tocamos, por
decirlo así, con la mano la diferencia radical que existe entre la personalidad
privada y la personalidad pública; y vemos, por decirlo así, con nuestros
propios ojos la realidad de aquélla y la abstracción irreal de ésta. El
caballero cristiano no podrá jamás comprender la idea del contrato social, ni
la lista de los derechos del hombre y del ciudadano. Ahora bien, esta
preferencia de la vida privada -de la lex privata- sobre la pública, tiene, por
otra parte, algunos inconvenientes. Es innegable, por ejemplo, la imperfección
de que siempre han adolecido en España aquellas formas de vida que
indispensablemente tienen que ser públicas. Así, en épocas normales, España es
un país difícil de gobernar; porque obtener la obediencia a la ley no es fácil
en un pueblo para quien la ley no es lo supremo, ni la vida pública la más alta
norma. Cada español propende un poco a considerarse, en efecto, como
«privilegiado» y exento. Pues, ¿qué tiene que ver con Don Quijote la Santa
Hermandad? En cambio, cuando en algún momento punzante de la historia las
circunstancias aprietan a España y a los españoles, entonces, ¡qué magníficos
ejemplos de cohesión, de heroica abnegación y de disciplinada eficacia!
Entonces, la ley privada de cada español coincide y armoniza con la de todos
los demás, y se produce el caso de un país entero alzado en suprema tensión,
para afirmarse radicalmente contra la amenaza a su nacionalidad”. “Por eso, en
el fondo, el pueblo español ha sido siempre rebelde a ese tipo de normas o
leyes que se fundan en abstracciones puramente doctrinales. Durante el siglo
XVIII, y más aún, durante el XIX, España se aparta de la marcha que el mundo
emprende hacia una concepción racionalista de la vida. El aislamiento español
durante esos siglos consistió precisamente en eso. El ideario profundo de
España repugnaba esas formas de vida pública. Y justamente la reaparición de la
España actual en el gran escenario del mundo histórico, coincide con un
instante de profunda crisis, en que ya se ven despuntar concepciones nuevas y
más congruentes con el sentido realista de la hispanidad eterna”.
Es evidente, y ya se aclaró al comienzo, que intentar
definir el simbolismo de la argentinidad o del ser argentino no es tarea fácil,
pero sin lugar a dudas, muchas de las definiciones e interpretaciones que GM
hace del Ser hispano, en parte se adaptan al Ser argentino, lo cual en
principio guarda cierta lógica. Así en nuestro medio, encontramos que la figura
del gaucho, el compadrito porteño, o el coya, son recurrentes cada vez que
queremos definir una fisonomía o una
región; tanto se emplea en el marketing turístico como en estudios sociológicos
quizás por ser los símbolos que mejor representan las diferentes identidades
culturales que integran la nación. Las dos primeras figuras representan una
concepción de vida típicamente local, cada una en su región, pero no así el
indio del norte, el cual presenta más semejanza con otras culturas
Latinoamérica, que con los habitantes de la pampa o el puerto. Por otra parte
sería una insensatez pretender representar en el coya al indio originario de
estas tierras, poblada antes de la colonización por diferentes pueblos
inconexos y de muy diferentes costumbres.
Trazar una semejanza entre los semblantes de cada
representante regional pareciere en principio de difícil solución ya que no se
encuentran –en principio- rasgos físicos o costumbres comunes, aunque sí quizás
podamos identificar algunos rasgos y comportamientos similares. La picardía, la
fe en la religión, la prepotencia, el escaso apego al trabajo pueden ser puntos
comunes. No obstante la dinámica y la adaptación que cada hombre regional
presenta, constituye una barrera difícil de superar y por ello no encuentro que
podamos consustanciar en un símbolo la definición del Ser argentino
También se puede suponer que estas diferencias debieren de
ocurrir por ejemplo en España, país multicultural y con un regionalismo
histórico muy tremendamente reivindicado, y realmente así lo es, y es que en la
caracterización que realizaba sobre el caballero cristiano G.M., probablemente
su mayor error fue intentar definir la hispanidad pensando en Castilla, ya que
seguramente todo lo que escribió sobre el caballero, fue pensando en el castizo
que en nada se parece en la forma de ser y actuar a un catalán, vasco o gallego.
Por lo tanto, pareciera que intentar en tierras de gran
diversidad de culturas encontrar un estereotipo, nos lleve a caer en errores
que lejos de definir y precisar, confundan y tergiversen. Cuando nos referimos
a la “viveza criolla” estamos haciendo referencia a un comportamiento muy
extendido, aunque preferentemente asociado al hombre de las grandes urbes, razón
por lo cual la gente de las provincias recela. La "viveza criolla" refiere a una
forma de progresar trepando, siguiendo la línea del menor esfuerzo e ignorando
las normas y el sentido de responsabilidad sin escatimar los medios a emplear
ni medir las consecuencias o perjuicios que se crea a demás. Cuando “los vivos”
llegaran al poder, como son inmorales y egoístas les importará muy poco el bienestar
de la sociedad sino el de ellos mismos. Estos individuos cuando se alzan con el
poder, descreen de la justicia, aprovechan la oportunidad para enriquecerse haciendo
de la corrupción una forma de vida. "El vivo vive del zonzo, y el zonzo de
su trabajo", “si yo no robo robará otro” son dichos populares que define
de cuerpo entero al “vivo” que la viñeta del personaje de Lino Palacio, Avivato,
representa magníficamente a un argentino oportunista, falso, sobrador, coimero
y ventajista.
Otra forma de calificar a una amplia población hace
referencia a la “pachorra”, ante lo cual inmediatamente asociamos al
“provinciano”, fundamentalmente el norteño. La pachorra está asociada a la
indolencia y a la poca vocación para trabajar con ahínco algo muy común entre
nosotros.
Por último haré mención a otro símbolo de identidad nacional,
el estilo de vida americano. Allí también la integración social se formó
con corrientes migratorias de gran diversidad y las tribus indígenas locales,
las que manifestaban marcadas diferencias. Sin embargo la integración, sin duda
traumática y con millones de muertos asesinados, superada la guerra civil y la
colonización con el ferrocarril como motor de la integración, se logró que las
diferencias étnicas y culturales se fundieran detrás de un objetivo común: fundar
una nación apoyada sobre tres pilares, el sistema democrático de gobierno, la sociedad de consumo y la libertad de
mercado. Así la sociedad construyó una
relación armónica entre la posesión de bienes materiales y la moral cristiana,
lo cual ha hecho de la familia americana, un ejemplo de convivencia respetuosa
en un ámbito de prosperidad sin igual. Sin lugar a dudas la diferente evangelización
cristiana que tuvo lugar en ambos extremos del continente americano, a través
de sus diferentes preceptos, contribuyo a modelar dos formas sociales de
entender la vida. Asi vemos que tanto en el norte como en sur el expansionismo
territorial de los colonos fue en detrimento del hombre de tierra, los caminos
que recorrieron la republica del norte, los Estados Unidos, y las del sur,
fueron divergentes. Mientras en el norte la organización social se fundó sobre
la moral, el respeto y el trabajo, en el sur la pereza impidió que la
prosperidad fructificara, el respeto desapareciera y la inmoralidad se
apropiara del poder. ¿Hasta dónde se puede justificar dos estilos de sociedad tan
diferentes en la influencia de la evangelización?.