LOS
PACTOS DE LA MONCLOA. UN PRINCIPIO DE SOLUCIÓN.
* Publicado por La Nueva
Provincia
Una vez más
el gobierno De la Rúa pretende llamar a una suerte de convocatoria al dialogo,
que aparece más grandilocuente en su enunciado que lo que realmente encierra,
ya que entre otros aspectos no existe una idea definida sobre que es lo que se
debe consensuar a los efectos de definir el protagonismo de la Argentina para
los próximos años. Si recorremos las últimas décadas, encontraremos todo tipo
de iniciativas, desde la rimbombante multipartidaria, hasta las modestas
reuniones sectoriales, pasando por los “grandes acuerdos nacionales”.
Al hilo de
lo anterior, se observa que recurrentemente está presente en el comentario de
la dirigencia argentina, la celebración del Pacto de la Moncloa que tuvo lugar
en la empobrecida y aldeana España de 1977. Lo triste es que quienes los invocan,
no pasan de ello, de un comentario que ni siquiera llega a la categoría de una
expresión deseo. Y es que los pactos de la Moncloa comprometieron fuertemente a
la estructura política y aquí eso aún no ha madurado. Cada vez que escucho
hablar sobre el tema no puedo dejar de valorar dos asuntos: primero, existe un
gran desconocimiento del contexto institucional en el que se realizaron los
pactos; y en segundo lugar, observo una absoluta falta de voluntad para llevar
a cabo en el país alguna suerte de coincidencia o similitud como la demostrada
por la dirigencia española. Para entender mejor lo ocurrido en la España de
1977-78 y su posible extrapolación a la actualidad política Argentina es
preciso realizar algunos comentarios.
Los Pactos
de la Moncloa consistieron en un acuerdo entre todas las fuerzas políticas con
representación parlamentaria -y que contaron con el apoyo de sindicatos y
empresarios- que tenían como finalidad arreglar la alarmante situación
económica que en 1977 era explosiva. Ello llevaba a la necesidad de elaborar
una solución que pusiera de acuerdo a todo el arco parlamentario, aplicando en
este sentido una "política de concentración", no sólo sobre temas
económicos, sino también jurídicos y políticos
Debo
alertar que visto hoy desde la realidad argentina la “situación económica
explosiva” a la que me he referido respecto de España, la misma era relativa al
resto de los países europeos, ya que si se la compara con la actual situación
argentina 2001, aquello era un lecho de rosas.
Enrique
Fuentes Quintana se encargó de la redacción del documento base, quien cuando lo
presentó al parlamento, resucitó una célebre expresión de un político
republicano de 1932: «O los demócratas acaban con la crisis económica española
o la crisis acaba con la democracia». Los Pactos fueron sin duda una solución
para la emergencia, pero fundamentalmente, un entrenamiento para la discusión
trascendental que significó la redacción del proyecto de país, cuestión que se
plasmó en la redacción de su Constitución.
Pero lo
sustancial es que los Pactos de Moncloa se realizaron dentro de un marco más
amplio que era la redacción de la Constitución que daría origen al actual
Estado Social y Democrático de Derecho. Si bien las Cortes elegidas en
septiembre de 1977 no tenían el carácter de Constituyentes, rápidamente
observaron tal necesidad y comenzó a gestarse un proyecto de país que surgió de
una ponencia formada por siete parlamentarios -dos progresistas y cinco
conservadores- que entre agosto y diciembre de 1977 elaboraron un anteproyecto
que presentaron en enero de 1978 a los grupos parlamentarios.
Éstos
propusieron sus enmiendas a la ponencia y entregaron el trabajo realizado en
abril de 1978 a una Comisión del Congreso.
Los debates
en el Pleno del Congreso se desarrollaron entre el 1 y el 24 de julio, en el
Senado y en la Comisión Mixta, que dieron lugar al texto que fue presentado a
los ciudadanos en referéndum el 6 de diciembre de 1978.
El texto
fue aprobado el 31 de agosto de 1978 en el Congreso con las abstenciones, entre
otros, del Partido Nacionalista Vasco.
El 6 de
diciembre de 1978 el pueblo español aprobó el texto a través de un
referéndum. Nació así la Constitución de
1978 alcanzada por consenso, un consenso eso sí, ensayado en los Pactos de la
Moncloa.
No se trata
aquí de comentar la Constitución Española; sólo diré dos cosas en función de
mis convicciones respecto de lo que hoy se debiera debatir en nuestra Nación
para la resolución de un proyecto de país: el tratamiento que recibieron los
aspectos sociales y económicos, y sobre todo, la organización política y
territorial del Estado. Quedará para otro artículo, el análisis de la
conveniencia de adecuar nuestra Constitución a la realidad político
administrativa y social que vivimos.
Si bien es
cierto que extrapolar ideas y soluciones exitosas en otros países no siempre es
conveniente, por el conocimiento que tengo de España y de su sociedad me atrevo
a decir que no observo que existan diferencias intrínsecas fundamentales que
nos invaliden como pueblo actuar con el mismo sentido de grandeza que
prevaleció en la España del 78. Las diferencias en el pensamiento político de
los españoles son marcadas y hasta en algunos casos profundas, basta ver que
ocurre con los nacionalismos y la unidad española; pero hay algo sumamente
importante, allí se reconocen límites. Las críticas entre los integrantes de la
clase dirigente son furibundas; también existió corrupción política,
principalmente en los primeros años de democracia, y también decir que muchos
políticos y funcionarios no constituyeron precisamente un modelo virtuoso.
¿Dónde
reside la diferencia entre ellos y nosotros?. Fundamentalmente en que la
sociedad española privilegió por sobre toda otra consideración como mayor logro
del gobierno -y más allá de las diferencias saludables en las ideas y los
programas- el intento de alcanzar la
felicidad del pueblo como una meta posible e irrenunciable, y ¡vaya si lo
lograron!. Además es de justicia decir que sus representantes cumplieron
ajustadamente con ese mandato y los que no cumplieron, el mismo sistema los
depuró.
Nosotros
como sociedad aún no hemos discutido inteligentemente como lograr la felicidad,
y hasta posiblemente a muchos le parecerá banal que se hable de ello, pero es
la diferencia entre la grandeza y pequeñez. Si la primera se impone a la
segunda, debemos ser razonablemente optimistas y pensar que podemos estar
próximos a comenzar a recorrer un camino en la misma dirección que lo hiciera
España en 1978. La Inteligencia resolutiva es la que no aparece. Despertarla
debe ser un objetivo permanente.