jueves, 25 de mayo de 2017

LOS PACTOS DE LA MONCLOA. UN PRINCIPIO DE SOLUCIÓN.

* Publicado por La Nueva Provincia

Una vez más el gobierno De la Rúa pretende llamar a una suerte de convocatoria al dialogo, que aparece más grandilocuente en su enunciado que lo que realmente encierra, ya que entre otros aspectos no existe una idea definida sobre que es lo que se debe consensuar a los efectos de definir el protagonismo de la Argentina para los próximos años. Si recorremos las últimas décadas, encontraremos todo tipo de iniciativas, desde la rimbombante multipartidaria, hasta las modestas reuniones sectoriales, pasando por los “grandes acuerdos nacionales”.
Al hilo de lo anterior, se observa que recurrentemente está presente en el comentario de la dirigencia argentina, la celebración del Pacto de la Moncloa que tuvo lugar en la empobrecida y aldeana España de 1977. Lo triste es que quienes los invocan, no pasan de ello, de un comentario que ni siquiera llega a la categoría de una expresión deseo. Y es que los pactos de la Moncloa comprometieron fuertemente a la estructura política y aquí eso aún no ha madurado. Cada vez que escucho hablar sobre el tema no puedo dejar de valorar dos asuntos: primero, existe un gran desconocimiento del contexto institucional en el que se realizaron los pactos; y en segundo lugar, observo una absoluta falta de voluntad para llevar a cabo en el país alguna suerte de coincidencia o similitud como la demostrada por la dirigencia española. Para entender mejor lo ocurrido en la España de 1977-78 y su posible extrapolación a la actualidad política Argentina es preciso realizar algunos comentarios.
Los Pactos de la Moncloa consistieron en un acuerdo entre todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria -y que contaron con el apoyo de sindicatos y empresarios- que tenían como finalidad arreglar la alarmante situación económica que en 1977 era explosiva. Ello llevaba a la necesidad de elaborar una solución que pusiera de acuerdo a todo el arco parlamentario, aplicando en este sentido una "política de concentración", no sólo sobre temas económicos, sino también jurídicos y políticos
Debo alertar que visto hoy desde la realidad argentina la “situación económica explosiva” a la que me he referido respecto de España, la misma era relativa al resto de los países europeos, ya que si se la compara con la actual situación argentina 2001, aquello era un lecho de rosas.

Enrique Fuentes Quintana se encargó de la redacción del documento base, quien cuando lo presentó al parlamento, resucitó una célebre expresión de un político republicano de 1932: «O los demócratas acaban con la crisis económica española o la crisis acaba con la democracia». Los Pactos fueron sin duda una solución para la emergencia, pero fundamentalmente, un entrenamiento para la discusión trascendental que significó la redacción del proyecto de país, cuestión que se plasmó en la redacción de su Constitución.
Pero lo sustancial es que los Pactos de Moncloa se realizaron dentro de un marco más amplio que era la redacción de la Constitución que daría origen al actual Estado Social y Democrático de Derecho. Si bien las Cortes elegidas en septiembre de 1977 no tenían el carácter de Constituyentes, rápidamente observaron tal necesidad y comenzó a gestarse un proyecto de país que surgió de una ponencia formada por siete parlamentarios -dos progresistas y cinco conservadores- que entre agosto y diciembre de 1977 elaboraron un anteproyecto que presentaron en enero de 1978 a los grupos parlamentarios.
Éstos propusieron sus enmiendas a la ponencia y entregaron el trabajo realizado en abril de 1978 a una Comisión del Congreso.
Los debates en el Pleno del Congreso se desarrollaron entre el 1 y el 24 de julio, en el Senado y en la Comisión Mixta, que dieron lugar al texto que fue presentado a los ciudadanos en referéndum el 6 de diciembre de 1978.
El texto fue aprobado el 31 de agosto de 1978 en el Congreso con las abstenciones, entre otros, del Partido Nacionalista Vasco.
El 6 de diciembre de 1978 el pueblo español aprobó el texto a través de un referéndum.  Nació así la Constitución de 1978 alcanzada por consenso, un consenso eso sí, ensayado en los Pactos de la Moncloa.
No se trata aquí de comentar la Constitución Española; sólo diré dos cosas en función de mis convicciones respecto de lo que hoy se debiera debatir en nuestra Nación para la resolución de un proyecto de país: el tratamiento que recibieron los aspectos sociales y económicos, y sobre todo, la organización política y territorial del Estado. Quedará para otro artículo, el análisis de la conveniencia de adecuar nuestra Constitución a la realidad político administrativa y social que vivimos.
Si bien es cierto que extrapolar ideas y soluciones exitosas en otros países no siempre es conveniente, por el conocimiento que tengo de España y de su sociedad me atrevo a decir que no observo que existan diferencias intrínsecas fundamentales que nos invaliden como pueblo actuar con el mismo sentido de grandeza que prevaleció en la España del 78. Las diferencias en el pensamiento político de los españoles son marcadas y hasta en algunos casos profundas, basta ver que ocurre con los nacionalismos y la unidad española; pero hay algo sumamente importante, allí se reconocen límites. Las críticas entre los integrantes de la clase dirigente son furibundas; también existió corrupción política, principalmente en los primeros años de democracia, y también decir que muchos políticos y funcionarios no constituyeron precisamente un modelo virtuoso.
¿Dónde reside la diferencia entre ellos y nosotros?. Fundamentalmente en que la sociedad española privilegió por sobre toda otra consideración como mayor logro del gobierno -y más allá de las diferencias saludables en las ideas y los programas-  el intento de alcanzar la felicidad del pueblo como una meta posible e irrenunciable, y ¡vaya si lo lograron!. Además es de justicia decir que sus representantes cumplieron ajustadamente con ese mandato y los que no cumplieron, el mismo sistema los depuró.

Nosotros como sociedad aún no hemos discutido inteligentemente como lograr la felicidad, y hasta posiblemente a muchos le parecerá banal que se hable de ello, pero es la diferencia entre la grandeza y pequeñez. Si la primera se impone a la segunda, debemos ser razonablemente optimistas y pensar que podemos estar próximos a comenzar a recorrer un camino en la misma dirección que lo hiciera España en 1978. La Inteligencia resolutiva es la que no aparece. Despertarla debe ser un objetivo permanente.

jueves, 13 de noviembre de 2014

ARGENTINA: UNA REVOLUCION PARA EL CAMBIO


El excelente libro de Daron Acemoglu y James Robinson, rompe mitos y describe con toda clase de ejemplos, un tema poco debatido y mal diagnosticado: “PORQUE FRACASAN LOS PAÍSES”. En estrecho resumen, el libro indica que la pobreza o prosperidad depende de la calidad de las instituciones, las que normalmente tienen orígenes remotos que se mantienen en el tiempo enmarcadas en un círculo vicioso o virtuoso que crea fuerzas poderosas dirigidas a perpetuar las instituciones.
El fracaso de los países africanos, latinoamericanos y algunos asiáticos, si bien rompieron lazos con sus antiguas colonias en algunos casos hace más de dos siglos, ello no produjo cambios significativos en las instituciones, ya que no modifico la estructura extractiva de las mismas.
Españoles, Ingleses y Holandeses principalmente, aplicaron en sus colonias estructuras de gobierno coercitivas, con el propósito de extraer lo que había en ellas: en algunos casos oro y plata, diamantes, azúcar o especies entre las más apetecibles. El negocio era explotar a la población y las riquezas naturales; incluso arrasaron con las incipientes producciones locales si entraban en conflicto con sus economías vernáculas. En aquellos territorios en los que no había nada por extraer, ni población organizada a la que someter, por ejemplo el norte de los Estados Unidos o Australia, el resultado fue bien distinto.
Aunque de una forma más sofisticada y acorde a los tiempos, lo que hicieron los gobiernos coloniales es lo mismo que ocurre hoy día en nuestro país. Los sucesivos gobiernos se apoyan en instituciones extractivas que vía gravámenes y gabelas, monopolios, incluso expropiaciones, extraen la riqueza que generan los sectores más dinámicos de la economía. La extracción no reconoce límites, siendo la corrupción organizada en contubernios con “empresarios amigos”, la forma en que la élite se enriquecerse personalmente.
El modelo es bien simple, se trata de contar con instituciones políticas extractivas no plurales, las que generan una economía extractiva que enriquece a la élite gobernante; así el poder es cada vez más poderoso económicamente, lo cual posibilita la compra de más poder, con el fin de destruir el estado de derecho y tender al absolutismo. Bajo el paraguas de la democracia que reviste de legalidad al sistema y como forma de permanecer en el negocio, el gobierno compran voluntades (votos) demagógicamente mediante dadivas en formas de “ayuda social” en sectores de la población cautivos, lo que constituye una forma moderna de servidumbre.
Si bien es cierto que periódicamente cambian los dueños del poder y de algún modo también las formas, la naturaleza de las instituciones gubernamentales tiene una estructura similar a la de los gobiernos coloniales. Romper este círculo vicioso es el desafío, pero ello no es fácil ya que hay vínculos arraigados difíciles de remover. Salir del círculo vicioso no es posible sin romper moldes.

La revolución espontanea de diciembre de 2001 estuvo cerca de poder realizar el cambio: “el que se vayan todos” no funcionó, salvos los muertos, están todos, y así no se cambia, aunque en realidad el “que se vayan todos” hacía referencia más que a nombres, a la forma de gobernar. Aquella revolución se cerró en falso y mientras no se resuelva continuaremos en el mismo círculo destructivo. Solamente una revolución en las formas y en la naturaleza de las instituciones políticas y económicas podrá desplazar el círculo al lado virtuoso. Aquellos que pregonan la continuidad con cambios, evidentemente no forman parte de la solución. La ley de hierro de la oligarquía continuara vigente y el próximo líder buscará aumentar más si cabe su poder, incluso olvidando sus orígenes y principios.

martes, 16 de septiembre de 2014

LAS TERCERAS VIAS


«Las ideas, incluso las grandes ideas, se pueden improvisar. Las creencias, no».

Ortega y Gasset


Descartado el centro político por inconsistente, nos quedan por analizar que es (o son) la tercera vía. En la última década se han referido a ella fundamentalmente dos pensadores, uno Ingles, Anthoni Giddens, y el otro alemán, Jürgen Habermars, y aunque con distinto propósito, ninguno a propuesto una teoría revolucionaria ni vanguardista. Aun más, considero que la Tercera Vía que Giddens, diseñada para reforzar la posición política de Toni Blair, no es más que oportunismo político sobre ideas que como veremos, llevan más de un siglo de vigencia. Habermars propone un análisis muy riguroso sobre como contrapesar el poder el dinero y la solidaridad, pero sus buenas intenciones no siempre se perciben realizables.
El primer elemento engañoso que presenta la tercera vía, es que la pretenden posicionar como un alternativa intermedia entre la derecha y la izquierda, y el segundo que se la presenta como una doctrina moderna. Ni lo uno ni lo otro. En un artículo publicado en La Clave, firmado por Heleno Saña, nos recuerda que “El verdadero y más antiguo precursor de la tercera vía es Eduardo Berstein, que entre finales del siglo XIX y principios del XX escandalizó a la ortodoxia marxista declarando que era posible realizar el socialismo dentro del marco capitalista”. Debo recordar que Berstein pertenecía al Partido Obrero Democrático (alemán), inspirado por Lasalle y luego Engels, y que fuera prohibido por Bismarck en 1878, y levantada su prohibición en 1890, el partido adoptó una orientación marxista ortodoxa. En el congreso de Hannover de 1899, Berstein, el albacea de Engels, abandona toda ofensiva revolucionaria en nombre del gradualismo, y si bien fue condenado en el Congreso, recibe el apoyo de los sindicatos socialdemócratas.
Saña continua con la historia y nos cuenta que “el 'Zentrum' fue originariamente un movimiento confesional surgido en Alemania en 1852 con el objeto de defender los derechos de los católicos combatidos por Bismarck. Disuelto en 1933 por Hitler, reapareció tras la Segunda Guerra Mundial con el nombre de democracia cristiana, convirtiéndose en la fuerza política más importante de los dos países ex fascistas Alemania e Italia”. Y por último Saña recuerda que, “el economista checoeslovaco Ota Sik publicó en 1972, tras el aplastamiento de la Primavera de Praga, un libro titulado exactamente 'Der dritte Weg", esto es, la 'tercera vía'.
Sobre el final de esta sección del ensayo, realizaré una distinción según la línea esbozada al comienzo respecto del pensamiento de Habermars y de Giddens, pera más allá de ello, me interesa rescatar una consideración de importancia: cualquier idea sobre “terceras vías” siempre constituyen una variante dentro de la izquierda, y en ningún caso debemos considerar a estas tesis, como síntesis o ecualización entre la izquierda y la derecha.
Dicho lo anterior, se desprende que desde la opinión que caracteriza este ensayo, las ideologías políticas continúan siendo las dos clásicas, con sus grados de adecuación y adaptación, y con las políticas propuestas por los Partidos, como última expresión de los matices. Es en virtud de ello, que la izquierda al encontrarse acorralada por el progreso de los gobiernos de derecha, decide “combatir al enemigo con sus propias armas, lo cual no es naturalmente un invento del señor Giddens y sus emuladores. Ya el canciller Bismarck estableció el primer sistema de seguridad social del mundo para combatir a la socialdemocracia” (Saña).
Y si bien las terceras vías lejos de constituir una alternativa cualitativa al sistema liberal-capitalista, solo pretenden aproximarse por conveniencia electoral, constituyendo en el mejor de los casos, a una burda variante del mismo. Pero aun así, la proximidad en el terreno económico en ningún caso implica que las “otras” diferencias entre la izquierda y la derecha hubiesen desaparecido. Aun tendremos como elementos diferenciadores entre la derecha y la tercera vía, la ética de la Razón (falaz) de la Izquierda, respecto de las tradiciones costumbres y principios de la moral de la derecha.
Una vez más es preciso recordar que para la derecha, la economía y el sentido de propiedad constituyen elementos derivados de la aplicación universal del concepto de libertad y legalidad, mientras que para la izquierda, la economía y la propiedad constituye el sentido de su existencia materialista. Pero aun así, la izquierda seguirá arrastrado a la derecha a la discusión dialéctica en el terreno de la economía, desvirtuando y falseando los orígenes de una y otra doctrina, con la finalidad de ocultar la raíz materialista de la izquierda y disimular su incapacidad consuetudinaria para administrar. El día que la derecha se sacuda su complejo y se lance a debatir ideas en nombre se identidad, la izquierda mucho tendrá que esforzarse para mantener sus adeptos, a los que ha ganado sobre la base de la mentira y la demagogia.
La concepción de Habermas
Según define Gustavo Bueno en “El mito de la izquierda”, la concepción de Habermas más que una teoría, es una idea de la izquierda actual que procede del intento de ofrecer a sus compatriotas lo que la izquierda alemana puede ser hoy. Intenta Habermars delimitar la idea de la izquierda principalmente con la izquierda comunista, y sostiene “la izquierda no comunista no debe cargar en sus espaldas con el comunismo, pero tampoco puede actuar como si nada hubiese pasado”. También Habermars se enfrenta a la socialdemocracia, por el “exceso de estado” que en ella se respira. La izquierda de Habermars es la del “rechazo visceral al poder”, pero a su vez no pretende ser revolucionaria, su actitud es la del reformismo radical, Es una izquierda que busca destacar el socialismo, pero un socialismo basado en la en la racionalidad democrática.
No obstante, resulta difícil interpretar sus discurso respecto del estado de bienestar y las fuentes de financiamiento, ya que por momentos da una visión apocalíptica del estado de bienestar al que considera la encarnación de la utopía socialista del bienestar para todos que da por agotada, razonado la misma, en la incapacidad de los estados actuales para financiar su coste, ya que sostiene que solo el estado puede ser poderoso económicamente hablando si aplica un fuerte intervensionismo. Pero a su vez sostiene que no ve otra alternativa que no pase por el mantenimiento del estado de bienestar, incluso para los gobiernos capitalistas, a los que pone en la disyuntiva de fracasar si destruyen la sociedad del bienestar, pero también si se proponen mantenerla.
Habermas cobra protagonismo universal cuando sostiene que “el Estado Alemán se acabó. Lo que podemos aportar como nación es precisamente percatarnos de la situación mundial: que la propia idea del estado nacional es la hoy la desgracia de Europa y todos los continentes” (¿apología de la globalización?). Y afirma que hay que alcanzar la universalidad pero desde una identidad nacional, la identidad alemana, recuperada por la Constitución de Bonn, la constitución que devolvió la identidad a las dos alemanias. La nación, en suma, permanece para la izquierda de Habermans, como el soporte para el “patriotismo constitucional”, como identidad postnacional (G. Bueno).
Desde mi punto de vista, la intencionalidad de Habermars difícilmente alcanzará universalidad, y solo puede llegar a prender en algunos estados de Europa fundamentalmente por el acierto (discutible) de establecer la idea del “patriotismo constitucional” tan necesario en muchos rincones de Europa. Pero desde el punto de vista de su nueva visión de la izquierda, y fundamentalmente la opinión respecto del estado y su papel social, su tesis se asemeja al socialismo libertario, él que encuentra en el anarquismo decimonónico su aproximación utópica más semejante, y nunca desarrollada por estado alguno. El nihilismo nunca dejara de ser una travesura juvenil. Posiblemente en el caso de Habermars, que no es precisamente joven, no se trate de travesura, pero si de un despiste monumental, por el cual pocos saben en donde encasillarle.
Giddens y el laborismo ingles
Poco aportaré a esta idea del pensador inglés, en principio, porque la considero un programa electoral concebido para derrotar a la derecha, propósito que logró, y por lo tanto, una plataforma en donde conviven el capitalismo y el estado de bienestar.
Si no se analiza en el tiempo (siglos) el comportamiento de los gobiernos ingleses, su democracia, la política y la prosperidad del Reino Unido, podríamos convenir que la plataforma de Giddens fue todo un éxito, no ya por su buena acogida electoral, sino por los niveles de grandeza alcanzados por el Reino Unido. Pero no es así, Inglaterra, mas allá de los pensadores, gobiernos y propaladores de ideas, desde siempre su sociedad conservadora ha demostrado estar a la vanguardia de la humanidad y muy por encima de sus gobiernos. Ni la ultracosnervadora Margaret Thatcher , ni el liberal de izquierdas Toni Blair, han variado sustancialmente el rumbo de Inglaterra en los últimos 20 años, aunque siempre han demostrado respecto por las ideas que en cada momento se imponen según el paso de los EE. UU.
Lo que los Ingleses no aceptan son los híbridos (y de ello debemos tomar lección y aprendizaje), y entre M. Thatcher y Blair estuvo J. Major, de quien la historia ni su pueblo seguramente se recordarán.

Si se quiere seguir el ejemplo de una democracia moderna (en toda época), de su excelsa vida política y del progreso social de su sociedad en un marco de costumbrismo envidiable, no miremos hoy a Giddens como la novedad, sino a la Inglaterra histórica, de la que Manuel Fraga aconseja a los políticos a seguir una “vida centrada, que no sigan senderos alejados de los grandes movimientos ideológicos anglosajones, los que permite gobernar un Estado que tiene una plasticidad extraordinaria”. Punto.

viernes, 12 de septiembre de 2014

LAS INUNDACIONES EN LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES



EL GRAN CANAL



Cada vez resultan más recurrentes las inundaciones en la provincia, especialmente en la zona centro y noreste. Más allá de las intensas lluvias que superan en esta época del año las medias anuales, existen otros motivos naturales y artificiales que complican la situación.
En primer lugar, nos encontramos en toda la provincia con pendientes naturales críticas, con localidades distantes del mar, más de trescientos kilómetros, cuya altitud ronda los 70 MSNM, como por ejemplo es el caso de Cachari en el partido de Azul o de Junin. En segundo lugar, vemos que la provincia carece de ríos con suficiente calado para conducir las aguas pluviales hasta el mar, y también de depósitos naturales (lagos) para almacenar los excesos hídricos. En tercer lugar la intervención del hombre que ha modificado la escorrentía, fundamentalmente con la construcción de diques artificiales, los caminos, las amplias zona urbanizadas y los “canales” furtivos que trasladan el problema de un predio a otro. Los elementos enunciados debemos entender son producto de una realidad que debemos aceptar, bien sea por el capricho de la naturaleza, o por el imparable progreso de la vida en la tierra.
Por lo tanto y considerando que no es aceptable convivir con las inundaciones recurrentes, debemos expresar que si bien hay solución, la misma no es sencilla, y que en la actualidad se escuchan discursos bien sea demagógicos, bien sea interesados que no llevan a ningún lugar. Solución hay y veremos algunas interesante de evaluar.

                                               fuente del mapa Ver Articulo

A principio del siglo XX, un ingeniero francés de quien no recuerdo su nombre, publico un trabajo que título “El Gran Canal”, encontrándose en la biblioteca de la Legislatura de la Provincia en La Plata un ejemplar. La obra consistía en la construcción de un gran canal navegable, coincidente con el Rio Salado, él que tiene su origen en lagunas en el sur de Santa Fe (Teodolina) y desagua en la Ensenada de Sanborombon, luego de correr unos 650 km y a una altura de 75 m aproximadamente. El Gran Canal recibiría los aportes de la cuenca del Salado y del Rio Quinto, que viene desde San Luis. Lógicamente al ser navegable, para lograr calado suficiente, el proyecto del canal contaba con exclusas, y requería la adecuación de todas las estructuras de vías de comunicación que cortan el canal.
Evidentemente se trata de una gran obra de ingeniería, de inversión millonaria, que el autor justificaba en el desarrollo que imaginaba en ambas márgenes costeras. Así pensaba en transformar esas tierras agrícolas de escaso valor precisamente por su carácter inundable, en ricas para la producción de productos hortícolas, granjas e industrias trasformadoras de productos primarios. El hecho de ser navegable, permitía sacar la producción de todo tipo en su zona de influencia, por un puerto que se construiría en Sanborombón.
Como todo proyecto concebido en otra época, y quizás con más entusiasmo que realismo, a la luz de la realidad de hoy y considerando no solo el carácter comercial de la obra sino como una solución a la inundación de millones de hectáreas, me parece que sería prudente dedicarle algún tiempo de estudio a este proyecto. A su vez y así como el Gran Canal solucionaría la falta de un gran río, también debemos considerar la construcción de reservorios naturales asociados al Gran Canal, para el almacenamiento del agua en épocas de exceso, con el objeto de compensar los faltantes hídricos en épocas de sequía.
Respecto de los caminos, (diques artificiales), decir que cuando se diseñan los mismos, las obras de paso de agua (drenaje) se calculan en función de datos de precipitaciones máximas, que según la importancia del camino, se diseña con una recurrencia de 50, 100 0 500 años. Qué quiere esto decir, que se acepta que la vía, una vez en el periodo elegido, el volumen de agua a pasar por los drenajes va a superar el volumen que es capaz de conducir esa estructura, con el consecuente corte o rotura del terraplén contiguo a la obra de escurrimiento y en casos la rotura de la propia estructura. Lógicamente un puente o alcantarilla diseñada para un periodo de recurrencia mayor tienen una longitud o diámetro también mayor y por lo tanto también un mayor costo de construcción.
Esta forma de ver el diseño de una obra de drenaje, cae en el error de considerar solo la transitabilidad del camino (que se corte o no), y no en los problemas que ocasiona el terraplén en el entorno, en este caso, la inundación de los campos. Esto no responde a un desconociendo de los ingenieros viales, sino a problemas presupuestarios, ya que desde las Vialidades solo valúan la inversión en el camino, sin comprometerse con la inversión que entienden corresponde a otros presupuestos (Hidráulica).

Resumiendo, la coordinación de los departamentos de Obras Públicas, el estudio de factibilidad del Gran Canal, forman los dos pilares para salvar el escollo de la escorrentía.

miércoles, 24 de octubre de 2012

LOS LÍMITES DEL AJUSTE (II)


Equilibrio fiscal, sobre como rebajar gastos e  impuestos es más beneficioso


En un artículo anterior mostraba como la debacle de Grecia no es producto de la adopción de drásticas medidas de ajuste, sino del despilfarro previo.  El concepto de “ajuste” en la jerga proge, descalifica las medidas de austeridad, porque en el discurso de un progre, este concepto no tiene lugar. Decía en aquella ocasión, que los ajustes, si bien tienen por objeto equilibrar las finanzas públicas, se puede hacer básicamente de dos formas: 1) bajando gastos y subiendo impuestos (la receta clásica) o 2) bajando gastos y bajando impuestos. Aunque en los dos casos se habla de bajar gastos, la forma de bajar los gastos difiere. Sobre la primera forma no hace falta comentarios, todos conocemos por vivida esa política, los gastos se bajan poco y los impuestos sube al cielo; la segunda merece algunas palabras.
Por el lado de la disminución del gasto público, se hace tan necesario bajar los gastos corrientes como los subsidios (no la inversión), lo cual inevitablemente traerá aparejado un sinceramiento del  lado de los precios de todos aquellos productos intervenidos, por ejemplo las tarifas de los servicios y la energía. Otro componente del lado del gasto lo conforma el pago de la deuda. Una economía desquiciada siempre observa un fuerte endeudamiento en todos los plazos.
Observaremos que en amplísimos sectores sociales (el número depende la intervención del Estado y del clientelismo), la reducción del gasto traerá aparejada la perdida de ciento de miles  de empleos públicos y “clientelismo”, ya que bajar el gasto corriente lleva a racionalización, y los primeros empleos que caen son los prescindibles (los puestos que nunca debieran haber creado); por otra parte, se  verán aumentadas significativamente las tarifas de todo tipo, producto del sinceramiento de los precios. Por lo tanto, los sectores  sociales afectados consideraran esta forma de arreglar las cuentas públicas como “nefasta”.
 Ahora bien, habrá otros sectores cuyos rendimientos  del trabajo no dependen del estado y por lo tanto no verán mermado su s ingresos, aunque si sentirán el coste del sinceramiento de tarifas. El menor costo que debe pagar este sector tiene lógica, ya que en el pasado fue su esfuerzo el que sostuvo los coste del despilfarro y de la masa clientelar.
Por el lado de los impuestos, rebajarlos en una primera instancia, significará posiblemente mayor déficit, pero si ello  ocurre, será solo por poco tiempo. El hecho de que un gobierno rebaje impuestos tiene un efecto sobre la psicología del capital y la inversión que generan una atracción fatal. Por otra parte, un gobierno que rebaja impuestos, al mismo tiempo que libera tarifas, seguramente llevará adelante una flexibilización del mercado laboral y una desregulación del comercio. Todo esto genera una shock de confianza formidable que hace que en poco tiempo ese país sea una realidad tan diferente, que ni la madre que lo pario lo reconocería. Por el lado de la deuda, resulta mucho más fácil negociar quitas y deferir pagos en un esquema del tipo 2) que en el 1), en el cual un planteamiento de renegociación de deuda generará una mayor retracción del capital y la inversión producto de la desconfianza. En el esquema 2) el clima de negocios facilita formas más llevaderas de honrar los compromisos.
Entonces, ¿Porqué se aplican medidas fiscales del  modelo 1) y no del 2)?. Sencillamente porque en el primer tiempo,  en el modelo 1) el impacto en los sectores medios y bajos de la economía es relativo, se prescinde de menos empleos superfluos, el gasto se baja pero no tanto, se produce así un continuo goteo a la baja en la calidad y cantidad de las prestaciones  y del nivel adquisitivo, y por lo tanto una parte significativa de la sociedad (la más sufrida) se irá  adaptando y aceptando el “ajuste” plásticamente. Ahora bien, este forma de realizar el ajuste no llegará nunca a forjar una sociedad prospera y económicamente fuerte. El esfuerzo inicial será menor, pero el resultado a  largo plazo pobre.
La aplicación de medidas del tipo 2) tienen en el primer tiempo, un impacto muy alto en las clases bajas (justamente las más favorecidas por las prebendas del estado despilfarrador), por lo que los gobernantes temen su aplicación por miedo a la revuelta social (los sindicatos juegan un rol fundamental aquí). Sin duda el gobierno que con autoridad, firmeza, convicción y una política monetaria en el corto plazo dirigida a la creación de empleo,  logre contener la ira popular, en poco tiempo verá como el ambiente de inversión y negocios que favorecen las medidas adoptadas, creara trabajo y prosperidad, y  si se persevera en el intento, en poco tiempo ese país será sin lugar dudas un gran país.
Si la casta progre llama a las medidas del tipo 1) “de corte neo liberal” como si del mismo diablo se tratara, a las medidas del tipo 2) ¿Cómo las llamaría?, ya que en la idea de un progre, bajar impuestos es favorecer a los que más tienen, COMO QUE SI LOS QUE MENOS TIENEN PORCENTUALMENTE NO PAGARAN MÁS IMPUESTOS QUE LOS MAS RICOS!!!.

viernes, 8 de junio de 2012

LA SOCIEDAD, PASADO Y PRESENTE


La influencia de la inmigración.


Seguramente la influencia que tuvo la extendida inmigración en la conformación de nuestra forma de ser como nación resulta determinante y quizás también de explicaciones a muchos comportamientos sociopolíticos.
En el marco de una gran discusión sobre la influencia de la inmigración en las costumbres de la sociedad, Sarmiento hace ciento cincuenta años se preguntaba “¿argentinos desde cuándo y hasta donde?”. Esta inquietud seguía presente en el Río de la Plata incluso a principio del siglo XX y en Uruguay estuvo el mayor exponente crítico de la inmigración en aquella época, José Enrique Rodó, autor de Ariel libro que diera origen al arielismo, movimiento de cierto corte aristocrático que renegaba del talante de quienes venia a “hacer la américa”. Pero algo más movió al nacionalismo de  Rodó y fue su poción frente a los Estados Unidos y “al practicismo americano” que contrastaba con la forma de vida más humanista que él profesaba, o sea, que ya hace más de un siglo estaba planteado el enfrentamiento entre quienes profesaban el “utilitarismo”  y el “idealismo”, aspectos que contraponían a la América anglosajona de la América hispana. Pero las posturas contrarias a la inmigración masiva no era una idea extendida en la base popular, pero sí entre los más iluminados, y en contra de quienes así pensaban, el socialista Juan B. Justo exclamaba: “¡Ay de las aristocracias que estorban al aumento de la población! ¡Ay de los pueblos que no saben sacar del suelo que habitan todo lo que el cultivo de la vida puede dar!. Ellos serán barridos o dominados por otras clases y pueblos más enérgicos. ¿Para que son las revoluciones y las conquistas?. Vano es todo derecho a la vida que no se afirme en su propio ejercicio”.
Ricardo Rojas a finales del siglo XIX escribía en La restauración nacionalista “la desnacionalización y el envilecimiento de la conciencia pública han llegado a ser ya tan evidentes que han provocado una reacción radical en muchos espíritus esclarecidos de nuestro país”.
Ya en aquella época el lastre que acarreaba la joven sociedad Argentina, hacía estragos en la gestión política de la nación, y Carlos Bunge definía aquel fenómeno con estas palabras: “Llamo política criolla a los tejemanejes de los caciques hispanoamericanos, entre sí y para con sus camarillas. Su objeto es siempre conservar el poder, no para conquistar los laureles de la historia, sino por el placer de mandar”. Estas palabras reflejan como desde los mismos inicios de la republica ya hubo quien veía en la “política criolla” las lacras del caudillismo devenidas de conquista y la posterior colonización.
Según comenta José Luis Romero en “Las ideas de la Argentina del siglo XX” (las citas anteriores corresponden a este texto), “Los grupos intelectuales de comienzo del siglo, como herederos de la generación del 80 y nietos de la generación que había organizado el país en 1852, pensaban que la sociedad tradicional tenía defectos gravísimos, heredados todos –según opinión de muchos- de la tradición colonial española”.
Como vemos, ya a comienzo del siglo XX, había un movimiento nacional anti hispánico que atribuía a la iglesia católica y a las costumbres españolas el escaso desarrollo del país.
Visto desde la actualidad, el problema de la inmigración no era relativo a la perdida de una identidad nacional que realmente aun no existía o recién se comenzaba a formar. El verdadero problema hay que buscarlo en el propósito que movió -aún desde la colonización- a las oleadas de inmigración que siempre se sustentaron en planes de vida o proyectos individuales: el consabido “hacer la América”, lo cual llevaba a privilegiar el interés personal que se perseguía (el cual los llevó a desembarcar en América), respecto del interés por las actividades de la república, las que  fueron en general escasas o nulas. Es más, muchos inmigrantes ni siquiera se nacionalizaron, con lo que no ejercían el derecho al voto para elegir sus representantes. Para el que venía buscando un lugar donde prosperar, el interés por la vida pública no contaba, ya que de ello se encargarían “otros”. Posiblemente en sus mentes y quizás sin proponérselo,  en ese medio natural que habían idealizado y que era “la américa”, todo fuere a funcionar sin más, como si de un lugar mágico se tratara. Sin reparar en ello se fue conformando esa utopía que sería la Argentina. Como se suele decir, “los argentinos descienden (de descendencia) de los barcos”, toda una verdad que encierra en sí misma lo disperso de nuestros orígenes. Sin lugar a dudas todas estas circunstancias fueron contribuyendo a que se carezca de un espíritu colectivo de país, de una conciencia nacional, lo cual se refleja en la falta de compromiso y participación y algo muy grave para la cimentación de una nación: NUNCA SE CONTÓ CON UNA BURGUESÍA NACIONAL CON UN PROYECTO PROPIO.

 

La identidad de los pueblos


La identidad de los pueblos centra buena parte del interés de la reflexión de la filosofía, la sociología y la política. Estas reflexiones, que son frecuentes en otros países y que en Argentina tuvieron vigencia, hoy están cuanto menos aletargadas por el lado de la filosofía y la sociología y ausente por completo en la discusión política. En el estudio de los pueblos desde un punto de vista romántico, se avanza sobre la indisoluble unidad que existe entre identidad, lengua, cultura, forma de ser, historia y conciencia nacional.  Analizando hoy y desde ese punto de vista el caso argentino, se me ocurre encontraremos las explicaciones de los hechos que dan lugar a uno de nuestros problemas, que a mi juicio es la falta de identidad. Si nos referimos a la lengua, -esa parte sustancial de un pueblo sobre la que Miguel de Unamuno dedicó gran parte su obra y a la no dudó en elevar a su máximo exponente en Lengua y Patria-, ¿por qué un pueblo soberano como el argentino que ha demostrado sobradas artes para las letras, no ha instituido la lengua Argentina como símbolo de su identidad lingüística?. ¿Por qué aun llamamos a nuestra lengua castellano y en las escuelas se dictan clases de castellano?, cuando es justamente el castellano una lengua española, como lo es el catalán, el euskera o el gallego, y por lo tanto, también lo debería ser el argentino, ya que es una lengua que partiendo originariamente del castellano, hoy se distancia suficientemente de éste en los uso de los tiempos verbales, de los pronombres, el vocabulario, los giros y expresiones.
Desde un punto de vista académico, lo anterior es una reivindicación necesaria pero no trascendente. Más grave es que entre nosotros  el significado de las palabras no sea el mismo según los diversos sectores de la vida nacional, lo cual es gravísimo pues imposibilita el entendimiento. En la medida que no nos demos cuenta de que uno piensa y se expresa con palabras y que las palabras y la razón tienen una inequívoca relación, si no recuperamos el significado de las palabras en su verdadera acepción y en la medida que no desarmemos de la carga ideológica con la que hemos vinculado algunas palabras nos costará entendernos. Palabras tales como burguesía, pueblo, liberalismo, socialismo o capitalismo, no significan lo mismo según la ideología y la intención de quien las emplee, y así será vano cualquier intento de dialogo fecundo y sincero. Paradójicamente un pueblo en donde se habla una sola lengua, esta no permite que sea un punto de encuentro para comenzar a dialogar, sino todo lo contrario, ya que cada vez que presenciamos una polémica en materia sociopolítica, no solo se manifiesta el disenso en el fondo sino también en el significado de las palabras empleadas.
Respecto de la cultura, esa eterna cenicienta, ¿qué ocurre con “nuestra” cultura? ¿Qué entendemos por cultura Argentina?. Acaso cuando descubrimos que alguna obra nos pertenece, ¿no la maltratamos inmediatamente solo porque descubrimos su origen vernáculo?. ¿No alabamos y ponderamos formas y estilos culturales extranjeros en detrimentos de los propios?. Por otra parte, ¿no hemos creído históricamente que el progreso no era compatible con la tradición y así hemos destruimos prácticamente toda la arquitectura colonial?.
¿No nos sentimos más identificados y orgullosos por la obra de los vanguardistas de los años 20 que se nutrieron con las aportaciones de Borges, Pettoruti, Xul Solar, que llegaron a la Argentina  con la visión de las artes de su Europa natal, que con nuestros propios elementos culturales autóctonos?. Pero aun así, con nuestras contradicciones entre lo vernáculo y lo foráneo, en aquella buenos aires de los años 20 o 40 en donde las crisis ya existían y comenzaba la decadencia, existía una sensibilidad que permitió que los genios se desarrollaran. Hoy que falta, ¿genios o sensibilidad?.
La forma de ser del argentino, al igual que ocurre en otros pueblos, es en algunos casos mejor que en otros, pero la popular “viveza criolla”, el que cada uno tire para su lado.... o su bolsillo, el  “¿Yo?, argentino” – expresión muy utilizada cuando queremos ignorar nuestra participación o conocimiento de algún hecho- y el típico “no te metas”, que tanto daño ha hecho a la vida nacional, desequilibran el fiel de la balanza hacia el lado negativo.
Nuestra historia relatada como vivencias personales o de pueblo, vacila entre claros y oscuros, signada por épocas de libertad y otras de opresión, de abundancia o escasez, pero siempre bajo una constante marcada claramente por el valor, el empeño, la lucha y el sacrificio de un pequeño grupo de elite influenciado y mimetizado con lo europeo, mientras la gran parte del pueblo autóctono duerme la siesta o lo esperaba todo de la madre tierra o el mandatario de turno. Basta con averiguar la titularidad de las mayores empresas de todo tipo y condición, desde 1850 a hasta finales del siglo XX,  para concluir que previenen de familias con origen en el extranjero, las que llegaron a nuestra tierra con la vocación de progresar. Son casi nulos los hombres de aquellas estirpes fecundas que se preocuparon por la cosa pública, dejando esta en manos de una clase ineficaz aunque ilustrada, con personales como Julio, de la obra “Mi hijo el doctor” de Florencio Sánchez. Julio, hijo de una familia campesina e ignorante se recibe de médico lo cual provoca un cambio radical en su forma de interpretar la vida, algo que le lleva a renegar de su pasado tradiciones hasta perder la conciencia de ciertos límites, justificar el engaño y la irresponsabilidad. Julio, que no se dedico a la política,  es un claro ejemplo de la idiosincrasia de multitud de políticos surgidos de las entrañas de nuestra tierra.
No se puede terminar este análisis sin hablar de la conciencia nacional, la gran ausente. No nos conocemos a nosotros mismos, no tenemos acabada conciencia de que queremos, como conseguirlo y de que adolecemos; no hemos realizado un estudio reflexivo sobre nuestros atributos y mucho menos, de los cambios que vamos sufriendo. Los argentinos no poseemos un conocimiento realista y reflexivo de cómo somos, ni de que actitudes y obras resultaron positivas y cuales negativas para nuestra superación como hombres sociales, y lo que es peor, no hemos sabido apartarnos y condenar, las malas prácticas que nos sumieron en la desesperación.
Hemos dejado en manos de unos gobernantes indecentes nuestras vidas, y de esas omisiones no somos plenamente conscientes. Nos dejó dicho García Morente que “es evidente que un pueblo, una nación, una época y la Humanidad misma son, en todo y por todo, como si fueran personas. Son propiamente quasi-personas. Una Nación, al ser casi persona, es y actúa, en líneas de idealidad admisible, como una persona, como un ser humano”. Aunque resulte triste y doloroso, hay que reconocer que en nuestro país, la que ha fracaso es la sociedad que conformamos todos los que aquí hemos vivido, e inevitablemente, de ello se deriva el fracaso de la Nación. No podía ser de otra forma.

La atención de esto asuntos, que hacen a la sociedad Argentina, no son temas para improvisados, y me estoy refiriendo a gente como uno, que lo puede hacer es plantear desafíos y dejar que los especialistas los resuelvan. Pero nada de ello será de valía si no hay voluntad sociopolítica para llevar a cabo los correctivos necesarios que se desprendan de los estudios e investigaciones.
En este tema, los especialistas tienen la palabra, el pueblo la determinación.

 

La definición del estilo del “ser” nacional


Seguramente dar respuesta a este interrogante sea una pretensión demasiado elevada como para poder resolverla en estas Ideas y Sugerencias, pero intentaré al menos dar algunos elementos de juicio para quien quiera intentarlo. Quizás la forma más grafica de definir un conjunto sea la simbología, mediante íconos, y si se trata de definir la personalidad de un pueblo, debe buscarse ese símbolo que represente las características y modalidades de su gente. Las naciones tradicionales los tienen, o al menos los pensadores han intentado definir mediante elementos simples complejas relaciones. Así nos encontramos con que la caracterización del hombre británico es la imagen del gentleman y como todo icono, su sola mención define las características esenciales sociales y estéticas del pueblo ingles.
Sin embargo cuando uno recorre las calles de Londres, seguramente que no se encontrará  con gentlemans caminando por sus calles, es más, seguramente que si contrastará la imagen estética que tenemos del gentleman con lo que luego encuentra en las calles de Londres creería estar caminando por otro país. Pero ¿podemos por el cambio de su estética dejar de pensar que esa idea del orden de la sociedad británica caracterizada por el gentleman ha cambiado radicalmente?. Seguramente que no, pues en sus calles y a pesar del aspecto “loco” que muestra su gente, sus costumbres centenarias están intactas. En una ciudad de millones de habitantes y de calles estrechas, en la city londinense plagada de transporte público, se pude ver como los miles de sus típicos taxis que la circulan pueden girar en “U” en cualquier parte de la calle sin que ello cause el menor problema de circulación ni la ira de los otros conductores. Pero este no es más que un ejemplo, aunque relevante por lo caótico que en cualquier parte del mundo resulta la circulación, de la estructura y el orden que caracterizan al británico.
García Morente intento simbolizar en “Ideas de la Hispanidad” (1938), el ser hispánico, y en esa línea afirmaba y se interrogaba,  “un estilo no puede definirse, porque el estilo no es un ser -ni real, ni ideal-; no es una cosa, no es un posible término ni de nuestra conceptuación, ni de nuestra intuición. Hay cosas que no pueden definirse -como por ejemplo un color-, porque son objeto de intuición directa. El estilo no es tampoco de las cosas; porque el estilo no es cosa, sino «modalidad» de cosas; ni es ser, sino «modo» de ser. No es un objeto que nosotros podamos circunscribir conceptualmente, ni señalar intuitivamente en el conjunto o sistema de los objetos. El estilo no puede pues, ni definirse ni intuirse. Entonces, ¿qué podemos hacer para conocerlo? ¿Cómo podremos formarnos alguna noción o idea o evocación o sentimiento de lo que es el estilo hispánico?” . Intento García Morente encontrar el símbolo en el Quijote y Sancho, en el Cid, en las meninas de Velásquez, pero la temporalidad del personaje le hacían perder la consistencia que buscaba. Así creyó ver en el caballero cristiano el símbolo de la hispanidad.  “El caballero cristiano -como el gentleman inglés, como el ocio y dignidad del varón romano, como la belleza y bondad del griego- expresa en la breve síntesis de sus dos denominaciones el conjunto o el extracto último de los ideales hispánicos”. “El caballero cristiano es, pues, esencialmente un paladín defensor de una causa, deshacedor de entuertos e injusticias, que va por el mundo sometiendo toda realidad -cosas y personas- al imperativo de unos valores supremos, absolutos, incondicionales”. “Hay en la mentalidad del caballero cristiano al mismo tiempo optimismo e impaciencia; optimismo como fe absoluta en el poder moral de la voluntad; impaciencia como demanda de transformación inmediata y total, no gradual y progresiva”. “El caballero cristiano cultiva la grandeza, porque desprecia las cosas, incluso las suyas, las que él posee. Pone siempre su ser por encima de su haber. Se confiere a sí mismo un valor infinito y eterno. En cambio no concede valor ninguno a las cosas que tiene. Vale uno por lo que es y no por lo que posee. Don Quijote lo afirma: «dondequiera que yo esté, allí está la cabecera»”. “una de las características esenciales del caballero cristiano -y por consiguiente del alma hispánica- es la tenacidad y eficacia de las convicciones...... La valentía del caballero cristiano deriva de la profundidad de sus convicciones y de la superioridad inquebrantable en su propia esencia y valía. De nadie espera y de nadie teme nada el caballero, que cifra toda su vida en Dios y en sí mismo, es decir en su propio esfuerzo personal..... El caballero no conoce la indecisión, la vacilación típica del hombre moderno, cuya ideología, hecha de lecturas atropelladas, de seudo cultura verbal, no tiene ni arraigo ni orientación fija...... El caballero es hombre de pálpitos más que de cálculos. ¿Imagináis a los conquistadores calculando y computando sabiamente las posibilidades de conquistar Méjico o el Perú?”
He querido reflejar estas disquisiciones de García Morente en su intento por definir al hombre hispano, pues seguramente nos pueda ayudar a resolver nuestra propia identidad. No obstante y a pesar de que García Morente haya descartado como icono del español el Quijote, las propias definiciones del caballero cristiano describen al Quijote. Cobra especial interés reproducir las definiciones que G.M. realiza sobre la vida pública y la privada, y sin salirnos del contexto en el que se realiza el ensayo, y considerando la importancia del fondo que se quiere definir, la hispanidad, y no en otro orden, leer con detenimiento los siguiente fragmentos, los cuales deben ser considerados bajo dos premisas: a) que fueron escritos en 1938, b) y que responden a una disquisición del Ser hispánico, y no a una defensa de los propios argumentos y definiciones, las que sacadas fuera del contexto, pueden resultar lesivas. Dice García Morente, “Nuestra época actual, desde 1850, propende a reducir al mínimum la vida privada, concediendo, en cambio, un amplísimo margen a la vida pública. Un sinnúmero de relaciones que antes eran privadas -individuales o familiares- se han convertido hoy en públicas-sociales. Puede decirse, en general, que en nuestra época la vida pública tiende a absorber la vida privada. En cambio, la época histórica llamada Edad Media se caracteriza esencialmente por el gran predominio de lo privado sobre lo público; la mayor parte de las relaciones humanas en esa época medieval propenden a constituirse como relaciones personales privadas, de hombre real a hombre real. Por eso, el proceso de «modernización», el paso de la Edad Media a la época actual, se señala por la «publificación» -perdónese el algo bárbaro neologismo- de la vida; es decir, por la creciente e incesante conversión de lo privado en público. Los historiadores de la Revolución francesa usan, para señalar esta conversión o paso hacia lo público, una palabra muy expresiva: abolición de los privilegios, o sea de la ley privada” .....” . Pero el ideal del caballero cristiano está, como hemos visto, arraigado en la confianza en sí mismo, en la afirmación de la personalidad propia -de la personalidad real, efectiva, no la jurídica y formal-. Esto quiere decir que el caballero percibe la vida colectiva preferentemente bajo el ángulo de la relación privada. El caballero camina por el mundo sin más norma que su ley propia, su ley privada, su «privilegio»...... Al caballero cristiano le es, en el fondo de su alma, profundamente antipático todo socialismo, o sea, la tendencia a vaciar en moldes de relación y vida públicas lo que por esencia constituye el producto más granado de la persona particular, real y viviente. Para el caballero cristiano, la justicia es un modo inferior de la caridad; y la más sagrada obligación es la que libremente se impone el hombre a sí mismo; como el más intangible derecho es el que cada cual, por su propio esfuerzo, mérito o valor, llega a conquistarse para sí y los suyos”.
“En esta concepción de la vida como vida privada, hay, sin duda, hoy, cierto anacronismo. Pero no sabemos si por retraso o por adelanto. Algunas de las consecuencias que de esta concepción se derivan, cuentan entre las naciones más adelantadas del momento actual. La hostilidad profunda del caballero español a todo formalismo falso, se compadece mal, claro está, con eso que se ha llamado democracia y con la ridícula farsa del parlamentarismo. El caballero no puede ser demócrata ni parlamentario. Estas dos formas de relación son el prototipo justamente de eso que hemos llamado «publificación de la vida». He aquí que se atribuye soberanía y mando, no al o a los que más valen y pueden y saben, sino a los «elegidos» por sufragio. La falsedad es tan patente, que llega a ser irritante. La competencia, la capacidad, la valía personal son sustituidas por una designación hija del soborno material o espiritual, por un nombramiento que se encomienda -locura insigne- a la masa irresponsable, caprichosa e irracional. A tal y tan absurda consecuencia tenía que llegar una doctrina que empieza por escamotear la realidad de cada hombre, para substituirla por la abstracción irreal de los «ciudadanos», todos iguales entre sí. Mas para que dos hombres sean entre sí iguales, claro está que hay que empezar por despojarlos de todo lo que cada uno de ellos es en realidad y reducirlos así a la mera función abstracta de los conceptos. Aquí tocamos, por decirlo así, con la mano la diferencia radical que existe entre la personalidad privada y la personalidad pública; y vemos, por decirlo así, con nuestros propios ojos la realidad de aquélla y la abstracción irreal de ésta. El caballero cristiano no podrá jamás comprender la idea del contrato social, ni la lista de los derechos del hombre y del ciudadano. Ahora bien, esta preferencia de la vida privada -de la lex privata- sobre la pública, tiene, por otra parte, algunos inconvenientes. Es innegable, por ejemplo, la imperfección de que siempre han adolecido en España aquellas formas de vida que indispensablemente tienen que ser públicas. Así, en épocas normales, España es un país difícil de gobernar; porque obtener la obediencia a la ley no es fácil en un pueblo para quien la ley no es lo supremo, ni la vida pública la más alta norma. Cada español propende un poco a considerarse, en efecto, como «privilegiado» y exento. Pues, ¿qué tiene que ver con Don Quijote la Santa Hermandad? En cambio, cuando en algún momento punzante de la historia las circunstancias aprietan a España y a los españoles, entonces, ¡qué magníficos ejemplos de cohesión, de heroica abnegación y de disciplinada eficacia! Entonces, la ley privada de cada español coincide y armoniza con la de todos los demás, y se produce el caso de un país entero alzado en suprema tensión, para afirmarse radicalmente contra la amenaza a su nacionalidad”. “Por eso, en el fondo, el pueblo español ha sido siempre rebelde a ese tipo de normas o leyes que se fundan en abstracciones puramente doctrinales. Durante el siglo XVIII, y más aún, durante el XIX, España se aparta de la marcha que el mundo emprende hacia una concepción racionalista de la vida. El aislamiento español durante esos siglos consistió precisamente en eso. El ideario profundo de España repugnaba esas formas de vida pública. Y justamente la reaparición de la España actual en el gran escenario del mundo histórico, coincide con un instante de profunda crisis, en que ya se ven despuntar concepciones nuevas y más congruentes con el sentido realista de la hispanidad eterna”.
Es evidente, y ya se aclaró al comienzo, que intentar definir el simbolismo de la argentinidad o del ser argentino no es tarea fácil, pero sin lugar a dudas, muchas de las definiciones e interpretaciones que GM hace del Ser hispano, en parte se adaptan al Ser argentino, lo cual en principio guarda cierta lógica. Así en nuestro medio, encontramos que la figura del gaucho, el compadrito porteño, o el coya, son recurrentes cada vez que queremos definir una fisonomía  o una región; tanto se emplea en el marketing turístico como en estudios sociológicos quizás por ser los símbolos que mejor representan las diferentes identidades culturales que integran la nación. Las dos primeras figuras representan una concepción de vida típicamente local, cada una en su región, pero no así el indio del norte, el cual presenta más semejanza con otras culturas Latinoamérica, que con los habitantes de la pampa o el puerto. Por otra parte sería una insensatez pretender representar en el coya al indio originario de estas tierras, poblada antes de la colonización por diferentes pueblos inconexos y de muy diferentes costumbres.
Trazar una semejanza entre los semblantes de cada representante regional pareciere en principio de difícil solución ya que no se encuentran –en principio- rasgos físicos o costumbres comunes, aunque sí quizás podamos identificar algunos rasgos y comportamientos similares. La picardía, la fe en la religión, la prepotencia, el escaso apego al trabajo pueden ser puntos comunes. No obstante la dinámica y la adaptación que cada hombre regional presenta, constituye una barrera difícil de superar y por ello no encuentro que podamos consustanciar en un símbolo la definición del Ser argentino
También se puede suponer que estas diferencias debieren de ocurrir por ejemplo en España, país multicultural y con un regionalismo histórico muy tremendamente reivindicado, y realmente así lo es, y es que en la caracterización que realizaba sobre el caballero cristiano G.M., probablemente su mayor error fue intentar definir la hispanidad pensando en Castilla, ya que seguramente todo lo que escribió sobre el caballero, fue pensando en el castizo que en nada se parece en la forma de ser y actuar a un catalán,  vasco o gallego.
Por lo tanto, pareciera que intentar en tierras de gran diversidad de culturas encontrar un estereotipo, nos lleve a caer en errores que lejos de definir y precisar, confundan y tergiversen. Cuando nos referimos a la “viveza criolla” estamos haciendo referencia a un comportamiento muy extendido, aunque preferentemente asociado al hombre de las grandes urbes, razón por lo cual la gente de las provincias recela. La  "viveza criolla" refiere a una forma de progresar trepando, siguiendo la línea del menor esfuerzo e ignorando las normas y el sentido de responsabilidad sin escatimar los medios a emplear ni medir las consecuencias o perjuicios que se crea a demás. Cuando “los vivos” llegaran al poder, como son inmorales y egoístas les importará muy poco el bienestar de la sociedad sino el de ellos mismos. Estos individuos cuando se alzan con el poder, descreen de la justicia, aprovechan la oportunidad para enriquecerse haciendo de la corrupción una forma de vida. "El vivo vive del zonzo, y el zonzo de su trabajo", “si yo no robo robará otro” son dichos populares que define de cuerpo entero al “vivo” que la viñeta del personaje de Lino Palacio, Avivato, representa magníficamente a un argentino oportunista, falso, sobrador, coimero y ventajista.
Otra forma de calificar a una amplia población hace referencia a la “pachorra”, ante lo cual inmediatamente asociamos al “provinciano”, fundamentalmente el norteño. La pachorra está asociada a la indolencia y a la poca vocación para trabajar con ahínco algo muy común entre nosotros.
Por último haré mención a otro símbolo de identidad nacional, el estilo de vida americano. Allí también la integración social se formó con corrientes migratorias de gran diversidad y las tribus indígenas locales, las que manifestaban marcadas diferencias. Sin embargo la integración, sin duda traumática y con millones de muertos asesinados, superada la guerra civil y la colonización con el ferrocarril como motor de la integración, se logró que las diferencias étnicas y culturales se fundieran detrás de un objetivo común: fundar una nación apoyada sobre tres pilares, el sistema democrático de gobierno,  la sociedad de consumo y la libertad de mercado. Así la sociedad construyó  una relación armónica entre la posesión de bienes materiales y la moral cristiana, lo cual ha hecho de la familia americana, un ejemplo de convivencia respetuosa en un ámbito de prosperidad sin igual. Sin lugar a dudas la diferente evangelización cristiana que tuvo lugar en ambos extremos del continente americano, a través de sus diferentes preceptos, contribuyo a modelar dos formas sociales de entender la vida. Asi vemos que tanto en el norte como en sur el expansionismo territorial de los colonos fue en detrimento del hombre de tierra, los caminos que recorrieron la republica del norte, los Estados Unidos, y las del sur, fueron divergentes. Mientras en el norte la organización social se fundó sobre la moral, el respeto y el trabajo, en el sur la pereza impidió que la prosperidad fructificara, el respeto desapareciera y la inmoralidad se apropiara del poder. ¿Hasta dónde se puede justificar dos estilos de sociedad tan diferentes en la influencia de la evangelización?.