Fue la izquierda política quien pregonó que con la caída del muro de Berlín se habían terminado las ideologías, mientras la derecha, ingenuamente, se hacia eco de ello y se regocijaba en lo que consideraba había sido el triunfo de su ideología. ¡Que ingenuidad!
La izquierda hoy persigue los mismos designios, aunque bajo diferentes modalidades, que los que se propuso en su época el Partido Obrero Democrático (alemán) inspirado por Lasalle y luego Engels, los que tenían el claro propósito de la destrucción moral de la sociedad. La izquierda de hoy y de siempre, en nombre y defensa de los derechos universales de los que se considera su único valedor, pone infamemente en el campo de la derecha la responsabilidad de los padecimientos que el mundo no deja de sufrir. Mientras tanto es la izquierda política, la gran protagonista del poder mundial y la propaganda en el último siglo.
La izquierda política utiliza ejemplarmente los medios de comunicación, los que salvo excepciones, se rinden al servicio de su propaganda y su dinero. La izquierda nunca habla de si misma, ni explica sus intenciones, ni descubre su verdadera ideología (ningún izquierdista “de base” entiende sobre lo que repite), sino que indefectiblemente se expresa mediante la falacia de “su vocabulario”, colocando a la derecha con malicia, en la antípoda de su discurso dialéctico. Ante ese astuto ataque, la derecha lejos de defenderse se esconde, y como manifestación más elocuente de sus vergonzantes actitudes y para quedar a salvo de tan letal discurso, se camufla en la democracia bajo híbridos nombres de fantasía. Ningún derechista que se presenta a las elecciones se define como tal.
Sin temor alguno podemos afirmar que el estado calamitoso en el que se encuentran las sociedades de todas las culturas sin excepción, es obra de la izquierda política; la demagogia, el desprecio por la ley, la percepción victimista respecto del terrorismo y de la delincuencia en general, el desprecio por la vida, el desmoronamiento de la educación que acabó con el respeto y la formación, la chabacanería de los medios de información con la televisión como buque insignia puesta al servicio de la inmoralidad, la tolerancia ante expresiones de violencia y barbarie, son entre otras consideraciones, fruto de la obra pertinaz de la izquierda política. No ocurre así con la economía, esa ciencia que hasta hace pocos años ponía terreno por medio entre la izquierda y derecha, la que hoy ha minimizado las terribles diferencias que existieron entre el comunismo y el capitalismo; el mercado, con mas o menos regulaciones, se ha impuesto aun en los gobiernos de izquierda. Pero no confundir, que el mercado no es la derecha, ni mucho menos la izquierda ha dejado de serlo por adaptarse el mercado.
Pero la izquierda –que es muy astuta- sí ha comprendido que el mercado le da la posibilidad de que bajo un paraguas de bonanza económica, con el consumismo como alegre edulcorante, le facilita el camino para dinamitar los cimientos morales de la sociedad, con la finalidad de extender como un líquido sus efectos demoledores para acabar con la esencia de la cultura occidental y cristiana. Y aquí reside el gran paso dado por el abandono del comunismo marxista como estandarte de la izquierda. La caída del muro aplastó el intervensionismo económico del estado, y cambió la lucha armada por la protesta sin límites y la pancarta como estandarte, pero aunque otros sean los métodos, la izquierda jamás ha renunciado a sus propósitos, y así continúa profundizando sigilosamente el desmoronamiento de las bases sociales y políticas tradicionales de occidente: la familia, la ley y el estado.
Bajo la conversión de los estados comunistas al capitalismo y el fin de la guerra fría, la derecha se encontró descolocada, dudando aun más si cabe sobre su existencia, y ante la cobardía de seguir manteniendo su postura ideológica en el nuevo escenario que la izquierda había instalado, mostró su peor faceta, su complejo, actitud que la llevó a ocultar su identidad y dejar de sostener la ideología que sentara las bases de las repúblicas occidentales, las que mediante el imperio de la ley y la extensión universal de la educación, derribaran las barreras feudales que distinguían sin posibilidad de intercambio, la presencia de ciervos y señores.
El arrinconamiento de la derecha, permito que la izquierda diera pasos de gigantes en su afán por la destrucción moral de la sociedad, y así va confiriendo sin descanso, mazazos de muerte a las relaciones humanas, propiciando la protesta violenta, relajando la ley en aras de mayores garantías a los delincuente a los que le confiere categoría de víctimas, subvirtiendo el rol del estado al que pone al servicio de sus propósitos y nunca del pueblo, destruyendo la célula primaria de la sociedad, la familia, persiguiendo y derribando los símbolos de la grandeza de occidente: su cultura, el derecho y la división de los poderes.
Pero no seria honesto achacar toda la responsabilidad de la destrucción social a la izquierda, pues, ¿qué ha hecho la derecha política para impedirlo?. Desde la caída del muro, sí algo ha cambiado, es que los gobiernos en occidente se forman por procedimientos democráticos, mediante el cual las ideologías se someten al juicio de los ciudadanos; y si la izquierda se lleva los premios en materia de acceso al poder, caben dos opciones: 1) que la derecha social sea minoritaria respecto de la izquierda social; o 2) que la derecha política no haya sabido interpretar o comunicar con la derecha social.
En rigor de verdad, lo que ocurre en las democracias occidentales es que la izquierda política se presenta indefectiblemente como eso: La Izquierda, y no necesita dar mas detalles, y es precisamente esa simplificación producto del más elemental marketing, lo que hace tan fácil y a su vez tan ambiguo el discurso de la izquierda.
Contrariamente la derecha política fruto del tremendo complejo que la caracteriza, siempre busca subterfugios, encontrando en el centro político la formula para camuflarse, el refugio en donde disimular su verdadera identidad y su discurso.
En la confusión que observa la derecha política respecto de su identidad, en la vergüenza que tiene de si misma, en el complejo de presentarse como lo que es, radica la causa principal del alejamiento de la derecha política de la derecha social. Nadie que sienta complejo por expresar su identidad, nadie que tenga que presentarse ante la sociedad con nombre de fantasía para disimular su personalidad, nadie que haga del complejo un rasgo vital de su idiosincrasia puede ser aceptado como algo cabal. Cuando la derecha abandonó la fuerza de la verdad, ahí se rompió el lazo que le unía con su pueblo.
Ahora bien, también es cierto que la derecha social, ante el abandono de la derecha política vacila, y ante la presión de la propaganda y en mas de una ocasión, cae presa de la confusión en las sutiles trampas que le tiende la izquierda.
Hasta que la derecha política no ocupe su lugar sin complejos y con valentía, la izquierda seguirá identificando a la derecha como el origen de todos los males, arrastrándola y arrinconándola solamente a la discusión dialéctica en el campo de la economía (en el que la izquierda negará las verdades que luego asume), como si la economía y sus consecuencias sociales fuera la única facultad que idéntica a la derecha. Mientras tanto, la maquinaría de la propaganda izquierdista seguirá desvirtuando y falseando los orígenes de una y otra doctrina, con la finalidad de ocultar la raíz materialista de la izquierda y disimular su incapacidad consuetudinaria para administrar. Y el mundo, cada día un poco peor.