Vivencias vividas (2)
Una gran parte de nuestros comportamientos los hemos aprendido en la niñez. Los mensajes parentales, los que nos han llegado de las personas de referencias, padres, maestros etc. han ido estableciendo de una forma inconciente, lo que hoy somos y como nos comportamos. Evidentemente los hay quienes en un proceso de crecimiento personal han sustituido comportamientos y hábitos por formas mas acordes a su condición actual. El problema radica en quienes aun conservan hábitos impropios del adulto, y se manejan con pautas disfuncionales, que además de ser desde un punto de vista relacional negativas, produce un gran daño a la persona. Uno de esos comportamientos a los que me refiero son LOS CAPRICHOS.
Un capricho es una demanda inspirada en un antojo (y por lo tanto innecesaria) formulada con muestras de enfado y extravagancia con la finalidad de llamar la atención y así satisfacer el deseo. Ello es algo muy natural en los niños, ya que en muchos casos esa forma de manifestar su deseo, es un recurso para ser atendidos. Ocurre que si mediante esta táctica se consigue la demanda, ese comportamiento se registra como válido y si en sucesivas ocasiones nos es funcional, la adoptaremos como una forma de comportamiento “útil”.
Todos tenemos demandas que consideramos vitales, pero también puede que nos enfrentemos a un capricho. Las preguntas clave que nos debemos hacer para distinguir un capricho de una demanda necesaria para nuestra vida, son del tipo ¿puedo yo ser feliz sin ello?; ¿no es suficiente con lo que tengo? ¿Pienso solo en mi o también me pongo en el lugar del otro?. En ocasiones también empleamos los caprichos para medir fuerzas, para ver hasta donde puedo tirar de la cuerda en la prosecución de mis requerimientos, llegando incluso al regocijo cuando se logra la imposición (el capricho tiene mucho de autoritarismo).
Así como cuando estamos frente a una demanda que consideramos necesaria para nuestra estabilidad psíquica, funcional o relacional tenemos el derecho de procurar su satisfacción, frente al capricho solo cabe la desestimación de éste. Cuando así nos comportamos estamos obrando de una forma sana. Contrariamente si continuamos en nuestro empeño caprichoso, ante la negación a la demanda caprichosa, puede que nos invada un sentimiento de frustración, irritabilidad y enfado, en definitiva, sufrimiento. ¿y todo ello simplemente por un capricho?.
Seguro que te estás dando cuenta de que no vale la pena pasarlo mal por pedir caprichosamente algo que no necesitamos. Y más aún, ¿Cómo imaginan que se siente nuestro “benefactor” frente a una petición antojadiza?.