(primera parte)
(*) El artículo
pertenece a Ideas y Sugerencias para la Fundación de la Cuarta República y fue presentado en septiembre de 2001 al ex
presidente De la Rúa.
¿Presidencialismo o
parlamentarismo?
Es un secreto a voces que en diversos ámbitos sociales y
políticos se especule con la posible renuncia del presidente (De la Rúa),
arrastrado por la depresión. Es frecuente
escuchar frases de dirigentes que opinan que "empezó a contarse el
tiempo de descuento del Presidente", “el presidente está desgastado”,
otros reclaman que se necesita un “presidente legitimado" (recordar que
había perdido estrepitosamente las elecciones parlamentarías), y que “hay que
hacer valer el peso de los votos", insinúa la oposición, entre otras
manifestaciones en el mismo sentido.
Resulta evidente que los problemas que atraviesa la
sociedad, el desacuerdo generalizado en la forma de gobernar del presidente,
los intereses contrapuestos de los grupos de opinión, y especialmente el cambio
en la relación de las fuerzas parlamentarias, no facilita los acuerdos
necesarios que requiere la hora actual.
Pero hay algo superior y que complica la ya difícil
situación político institucional, y es la rigidez del actual sistema de
gobierno, definido como presidencialista puro.
Una premisa en cualquier sistema político ético, es el
respeto por la autoridad y la investidura de quien ostenta la máxima
representación de la República, cualquiera sea la formalidad establecida para
su elección.
Básicamente la designación presidencial reconoce dos formas:
1.- La popular (directa o mediante electores) que es el caso del presidencialismo
puro o el semipresidencial, y 2.- La indirecta, el parlamentarismo
presidencial en donde el Presidente de la Republica es elegido por la
Asamblea Legislativa. A su vez, el Presidente propone a la Asamblea la
formación de un gobierno, encabezado por un Primer Ministro o jefe del gobierno
y su Consejo de Ministros o gabinete ministerial, los que son responsables
colectivamente y responden ante el Parlamento.
Lo expuesto respecto de las formas de gobierno es lo más
elemental y sobre este tema se avanzará en estas Ideas y Sugerencias, ya que
existen formulas intermedias como el semipresidencialismo, y entre éste y el
parlamentarismo se dan múltiple opciones en cuanto a la supervivencia de los
dos poderes, la conformación del gabinete ministerial y la confianza que recibe
éste del parlamento.
Nuestra Constitución, que se funda en las Bases alberdianas,
instauró como forma de gobierno el presidencialismo puro, lo que supone:
a) un presidente elegido popularmente y que es el Jefe del Gobierno y b) una separación o división de poderes
tal, que ni el poder ejecutivo ni el legislativo pueden alterar el periodo para
el cual han sido elegidos, ni tampoco los mandatos, entendiendo por mandato,
la orden o precepto que el supremo –el pueblo- ordena ejecutar a sus
representantes. O sea, que los primeros obligan a los segundos, a ejecutar el
programa político que se presentara al electorado, y gracias al cual
cosecharon los votos por los que fueron elegidos.
El sistema de organización política, tal y como está
diseñado, plantea problemas recurrentes que resulta de difícil solución dentro
del presidencialismo puro:
1.- Por una parte, el programa y la gestión del gobierno de
De La Rúa no estuvieron en juego en las elecciones legislativas del año 2001, y
por lo tanto ni el programa ni el gobierno fueron directamente rechazados, pero
no cabe la menor duda que la derrota parlamentaría marcó un aviso de condena
hacia la gestión de la Alianza imposible de soslayar.
2.- A su vez, el pueblo con su decisión de cambio electoral,
alteró la composición de las cámaras parlamentarías, perdiendo la Alianza su
control. Esto produjo una modificación en los mandatos legislativos
diferente al que se había conferido dos años antes los legisladores, y
precisamente el mandato de la nueva mayoría parlamentaria al no
corresponderse con el programa y la gestión presidencial, inevitablemente entra
en colisión. En términos reales, al Presidente del Gobierno se le hace difícil mantener
su programa si pierde la mayoría parlamentaría.
Pero en el caso del gobierno De la Rúa –como antes lo fue
con otros presidentes- cabe preguntarse: ¿A respetado el Presidente el mandato
que le confiriera el pueblo?, esto es, su programa, ¿es “la Carta a los
Argentinos”?. Cabe preguntarse lo mismo del gobierno de Menem ¿su gestión fue
la que presentó al electorado en 1989?. Por otra parte, ¿cumplieron su mandato
los legisladores en aquellas oportunidades cualquiera fuese su extracción
política?
Estos interrogantes tienen por respuesta la más absoluta
negativa, por lo cual, si además de poseer un sistema de gobierno excesivamente
rígido, tenemos al frente del gobierno a ineptos o prevaricadores y en el
parlamento a cómplices o pusilánimes, el problema se agrava.
Sin lugar a dudas estos datos de la realidad están
complicando la gobernabilidad del conjunto del país ante la diversidad de
criterios y la ausencia de conducción política.
Pero la realidad es que la forma de gobierno es la que es,
el presidente De la Rúa es como es y nos guste o no, debemos aceptarlo. Al
respecto dice Alberdi en sus Bases “...una
ves elegido (el presidente) sea quién fuere el agraciado a quien el voto del
país coloque en la silla difícil de la
presidencia, se le debe respetar con la obstinación ciega de la honradez, no
como hombre, sino como presidente de la Nación” y continua ..”Cuanto menos
digno sea de su puesto (no interviniendo crimen) mayor será el realce que tenga
el respeto del país al jefe de su elección, como más noble es el padre que ama
a su hijo defectuoso, como es más hidalgo el hijo que no discute el mérito
personal de su padre” y concluyo la cita que es más extensa “respetad de ese modo al presidente que una
vez lo sea por vuestra elección, y con eso seréis fuertes e invencibles...”.
Hasta aquí Alberdi.
Si bien es muy arriesgado interpretar el pensamiento ajeno,
es muy posible que cuando Alberdi pensó
el modelo de país que plasmo en las Bases, tenia como datos de la realidad los
siguientes: a) el proyecto de la Generación de Mayo que no pudo concluir su
obra y darse un gobierno estable, y cuya debacle se profundiza con la “partida”
forzada de Mariano Moreno, quien proféticamente manifestara, “me voy, pero la cola que dejo es muy larga”;
b) los periodos de disgregación, anarquía y finalmente el autoritarismo, que
obligó al exilio a muchos argentinos, entre ellos el propio Alberdi; c) vista
la realidad nacional, había que reconducir la situación, y resultaba lógico que
ante tanto caos, Alberdi reclamara un “presidente con poderes de rey“,
posición que antes, había sostenido Belgrano.
Por otra parte, se me ocurre pensar que cuando Alberdi
maduraba sus pensamientos, tenia como referentes a hombres públicos probos y
con profunda convicción y fortaleza, de la talla de Moreno, Belgrano y
Echeverría entre sus antecesores o de, Sarmiento (mas allá de su encono
personal), Avellaneda o Mitre entre sus contemporáneos, y nunca debe habérsele
cruzado por su cabeza, la posibilidad de que su proyecto de país fuese
gobernado, no ya durante un período de gobierno sino durante décadas, por una
dirigencia corrupta y prevaricadora que con total desprecio por el pueblo ha
hecho del poder una cuestión personal.
El actual sistema presidencialista ha demostrado
sobradamente que presenta dificultades para solucionar los desatinos provocados
por la incompetencia de los propios gobiernos o por el obstruccionismo de la
oposición, llevado sistemáticamente a poner en crisis la organización
sociopolítica desde 1930 a la fecha. En el sistema presidencialista puro
de gobierno si no se satisfacen las expectativas que el pueblo ha depositado en
la persona del presidente, el régimen no tiene suficientes grados de libertad para
su recomposición. Resulta además contradictorio el ejercicio que le confiere la
Constitución a la investidura presidencial como “jefe supremo
de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la
administración general del país”, con las cíclicas propuestas de “concertación”,
“gobiernos de unidad”, y tantas formas de acuerdos o consensos que se reclaman
desde la sociedad, la oposición y hasta desde el mismísimo partido del
gobierno, cuando se trata de llevar a cabo determinadas políticas que ampulosamente
se las suele llamar de “estado”.
Es más, el sistema presidencialista impulsa al
personalismo, característica esta que está reñida con el interés común y la
concertación, ya que subordina el interés general a la persona del presidente y
definitivamente bajo el personalismo no hay lugar para el dialogo fecundo y la
concertación.
Los intentos de “gobiernos de unidad” por lo tanto
son impropios del sistema presidencialista, el cual se basa en mayorías y
minorías, donde sólo el representante de la mayoría es elegido para ejercer las
funciones ejecutivas y por lo tanto el cogobierno con la oposición está
excluido, ya que a ésta le cabe ejercer el control mientras espera el próximo
turno electoral para volver a disputar el gobierno. Cuando un gobierno no tiene
una mayoría suficiente en un sistema presidencialista, la propia cultura del
sistema deja pocos espacios para la
conjunción con otras fuerzas. Nuestro sistema es de gobierno y oposición
por cuatro años y hace honor a dicho popular
de que “el gana gobierna y el que pierde controla”. Debemos reconocer
que cada sistema de gobierno tiene sus propias reglas, las que en sí mismo no
son ni buenas ni malas, si no que funcionan o no según la idiosincrasia de los
pueblos.
Así las reglas del presidencialismo son casi
herméticas, los grados de libertad para acomodarse a la conformación
parlamentaria escasos y las posibilidades de recambio presidencial nulas ante
un vuelo abrupto en las elecciones de medio periodo, por lo tanto, si queremos
otra forma de entender las relaciones entre las fuerzas políticas y los
espacios de poder, la propuesta pasa por un cambio de sistema, por un tipo de
gobierno parlamentario o semi presidencial o las diferentes combinaciones
posibles.
Estos sistemas tienen la ventaja
de ejercer el poder con los apoyos y acuerdos suficientes para gobernar –aun en el caso de ostentar mayorías propias,
aunque cuando esto ocurre, el resultado es muy próximo al presidencialismo- los que se logran mediante pactos de gobierno
acordados en el único sitio donde estos se deben realizar y que no es otro que
el Parlamento Nacional, allí donde reside la pluralidad de la representatividad
popular. Estoy convencido que será imposible en la convulsionada Argentina,
encontrar a esa persona que desde su protagonismo como presidente, logre
resolver los complejos problemas de la nación. Por ello creo que debemos migrar
hacia otras formas de administrar el poder, donde el ejemplo de la concordia
política desde el poder se refleje en la sociedad.
Los sistemas parlamentarios
presentan diversas alternativas pero si bien tienen la característica de que el
Jefe de Estado (que no del gobierno) carece de facultades decisorias en el
proceso político, éste cumple un importante papel como factor de integración
nacional. El Poder Ejecutivo es un órgano colegiado, constituido por un
Gabinete Ministerial presidido por el Jefe del Gobierno, el que también recibe
el nombre de Primer Ministro o Jefe de Gabinete, que cuenta con la confianza de
la mayoría del Parlamento y responde políticamente ante éste, pudiendo el
Parlamento destituir a uno de los Ministros mediante el "voto de
censura" o la "denegación de confianza", así como el Ejecutivo o
el Gabinete puede solicitar al Jefe del Estado la disolución de una de las
cámaras o el órgano Legislativo completo. Dentro de los diversos modelos
semiparlamentarios, existen límites entre las potestades que tienen ambos
poderes de influir o intervenir sobre el otro, llegando incluso a la
imposibilidad de intervenir.
Una critica que se escucha
frecuentemente, es que los sistemas de tipo parlamentarios en la Argentina
serían inaplicables por la inestabilidad que generarían. Para ella tengo dos
pregunta y un dato. La primera pregunta ¿qué calidad de estabilidad
constitucional ha tenido la Argentina desde 1930 a al fecha?. La segunda, ¿no
nos creemos los Argentinos capaces de convivir democráticamente dentro de un
parlamento para conformar un gobierno”?. Si la respuesta fuere NO, nuestra
enfermedad como Nación seria de tal gravedad que ante ello no hay sistema que
lo remedie. El dato, corresponde a la realidad: entre los países con los que
compartimos una similar idiosincrasia y que gozan de sistemas parlamentarios o
semi presidencialistas, sus “inestabilidades” son relativas. Por ejemplo, el
concepto que se tiene de los gobiernos italianos es su inestabilidad
permanente, pero veremos que esto es relativo, ya en los años 70 y 80 el democristiano Andreotti ocupo el Ministerio de Asuntos Exteriores y
su colega Cossiga el de Interior durante periodos de cinco a seis años,
mientras la media de la vida del un gobierno –aclarando que todos dentro de la
misma coalición- era de diez meses. Contrariamente en Inglaterra, donde los
periodos de gobiernos van de los cuatro a los cinco años, los ministros duran
una media de dieciocho meses. En España en los 25 años de democracia, el
parlamentarismo ha funcionado en cinco de las siete legislaturas, con gobiernos
de coalición, ya que solo hubo dos mayorías absolutas, una de Felipe Gonzáles y
otra de Aznar. En los tres paises, aun a pesar de tener sistemas partidarios y
estructuras sociales de tan distintas raigambre, los gobiernos han cumplido su
objetivo supremo: elevar la calidad de vida y felicidad de su pueblo.
Contrariamente el presidencialismo en Latinoamérica, en ningún caso ha
funcionado, y si alguien cree que los sistemas políticos están en función de la
condición de sus pueblos o de su idiosincrasia, veo mucho más parecidos entre
los argentinos con españoles e italianos, que con los bolivianos, peruanos o
chilenos. ¿No valdrá la pena pesar que por aquí puede pasar en gran parte el
principio del cambio deseado?.
Como se ha expuesto
en Corregir disposiciones para mejorar la
representatividad, se debe dar un carácter más amplio a la
definición constitucional respecto del sistema de representación, los partidos
políticos, y el monopolio que hoy ostentan los partidos en la designación de
candidatos.
Uno de los
criterios que se imponen en gran parte de la sociedad, es que se debe
desmonopolizar la facultad de los Partidos Políticos en cuanto a la
presentación de candidatos, y permitir la presentación de éstos por “fuera de
los partidos”. En principio esta iniciativa parece oportuna para situaciones de
crisis y de hecho en agosto del 2002 presenté una iniciativa en esa dirección,
debido al empantanamiento en que se había sumido a la elección presidencial en
la interna del partido Justicialista. Esta iniciativa que se tituló “Eliminar
las Internas”, se publica en el Anexo, y está inspirada en la formula utilizada
en Francia para la elección presidencial.
Si bien algún grado de
desmopolización se puede estudiar (quiero recordar como ejemplo, que para la
elección de Intendente y Concejales que en la Pcia. de Buenos Aires se
contempla la figura de las Uniones Vecinales), la vida política de una nación se
debe diseñar en sus bases, a través de los partidos políticos y el sistema
electoral, elementos indispensables en una democracia representativa. Pero la
representatividad no siempre se manifiesta en forma directa o al menos
proporcional al sentir de los ciudadanos, y si bien las diversas formas de la
representación pueden ser discutibles en sus diferente modalidades, se deben
guardar elementales y fundacionales principios que lleven a que la democracia
crezca cada día y se fortalezca como el procedimiento más idóneo para confirmar
o sustituir gobernantes. La elección indirecta de candidatos por parte de los
órganos partidos (Convenciones o Juntas), es una de las formas de elección que
en la Argentina aplican solo algunas fuerzas de nueva formación o marginales
electoralmente. Los “partidos grandes”, desde el regreso de la democracia en
1982, instalaron con mayor o menor acierto sistemas de democracia electoral
directa, mediante el voto de los afiliados. En el Justicialismo, sus elecciones
internas han estado siempre supeditadas a acuerdos y componendas que
desvirtuaron el hecho democrático, por lo que en más de una oportunidad el voto
del afiliado resulto ser una parodia para cumplir con la formalidad. En el
radicalismo la expresión democrática interna ha sido históricamente menos
sensible a las componendas espurias, hasta que le llegó también la aciaga hora
del fraude en la interna entre Terraneo y Moreau (año 2002). En los dos casos,
los gobiernos y parlamentarios que surgieron de esos partidos, han
experimentado la misma sensación en los ciudadanos: el fracaso. Ello nos lleva a pensar que en las internas partidarias
radica una buena parte del problema de la mala representatividad, o sea, del
desencuentro entre el pueblo y los representantes.
Una vez más queda aquí demostrado
que los instrumentos que rigen la vida de los partidos políticos contienen los
elementos suficientes para asegurar una democrática representatividad, sin
embargo esto no ocurre por la impunidad con la que los jefes políticos vulneran
los reglamentos sin que esto merezca la menor atención por parte de la Justicia
Electoral.
En cuanto al
proceso interno de elección, lo lógico es que cada asociación de ciudadanos que
se reúnen con un fin común y en esto los partidos políticos son en principio
instituciones que surgen de decisiones privadas, aunque tengan en última instancia
una finalidad pública, corresponde a cada institución que instituya en sus
estatutos sus propios mecanismos de elección de autoridades y candidatos, con
la única limitación del respeto por la Ley y los postulados democráticos.
Debemos buscar que la organización interna sea coherente con las formas y
propuestas que se pretenden desarrollar si se alcanza el gobierno, ya que
quines mayor transparencia y pluralidad observen en su orden interno, mayor
posibilidades existe que cuando les toque actuar en el orden externo, las
buenas prácticas internas sean puestas en practica en el plano externo.
Lamentablemente en nuestro país las nuevas fuerzas que tanto dicen querer
renovar la vida pública, el ARI y Recrear, internamente han demostrado el mayor
de los desprecio por la opinión de sus partidarios, mostrándose ambos líderes,
como los supremos poseedores de verdad a la hora de elegir candidatos.
Una variante
interesante al sistema monopólico de proposición de candidatos actual, radica
en distinguir la forma de elección según el cargo público. Así no imagino otra
forma de elegir a los diputados y senadores que a través de partidos nacionales
fuertes y consolidados, que a la postre reúnan a sus legisladores en bloques
partidarios ideológicamente definidos. Ni que pensar de lo caótico que puede
resultar un Parlamento en el que los diputados pudieran surgir de una
multiplicidad de diversas agrupaciones
constituidas para la ocasión, en la cual el fraccionamiento parlamentario haría imposible su
funcionamiento. Aquí me ratifico en la metodología que ya se ha analizado y
defendido, y que se responde con el sistema de circunscripción binominal, pero
siempre entre candidatos que representen a partidos políticos.
Bien diferente
resulta ser la elección del presidente de la república, ya sea dentro del
actual sistema presidencialista o dentro del semipresidencialismo. Aquí la
formula que se utiliza en Francia me parece oportuna, ya que quien quiera
presentarse como candidato a al presidencia debe cumplimentar como requisito,
el apoyo de 500 personas (padrinos) que ocupen cargos electivos (Diputados y
Senadores nacionales o provinciales, Concejales, Intendentes o Gobernadores),
lo cual es un filtro para evitar las candidaturas demasiado
estrafalarias o poco representativas.
En nuestro caso, y dado de que en Francia hay muchos más cargos electivos que
en nuestro país, este número de apoyos se debería reducir a 200. Con
este sistema se da posibilidades de participación a un número muy importante de
candidaturas que de otra forma no tendrían acceso, y así se eliminarían las
elecciones internas y cada candidato tendría que salir a recoger sus adhesiones
a lo largo y ancho del país. Valga como ejemplo francés, el del partido Caza, Naturaleza, Pesca y Tradiciones, que presenta
candidato a Presidente en la primera vuelta. Este sistema, que propuse en 2002
para salvar el empantanamiento de la interna justicialista, en el actual
sistema presidencialista pude que sea discutible, pero se mostraría muy idóneo
en el sistema semipresidencialista, en donde el Presidente “reina”, pero no
gobierna.
Como hemos
visto en la introducción a este tema, el sistema de gobierno presidencialista a
demostrado no ser nuestro mejor reaseguro para las recurrentes crisis, las que
no se han podido resolverse dentro de la lógica del sistema. Demasiados dolores
de cabeza y hasta incluso quiebres constitucionales alentados por la
incapacidad de los gobernantes, se podrían haber evitado si hubiésemos tenido
un sistema de gobierno de relación “más flexible”, entre el poder ejecutivo y
el Parlamento.
El actual sistema presidencial puro, se basa
en tres premisas: a) el presidente es elegido por el pueblo; b) siempre es el
jefe del gobierno, a pesar de la composición partidaria de las cámaras; c) se
observa una separación estricta de los poderes legislativo y ejecutivo.
Este es el sistema que ha demostrado sobradamente
que presenta dificultades para resistir los embates a los que nuestra
organización sociopolítica ha sido sometida en los últimos 30 años,
fundamentalmente por las consecuencias que presenta el punto b).
En el sistema presidencialista puro de
gobierno, si no se satisfacen las expectativas que en el presidente se
depositaron, no existen grados de libertad para su recomposición. Por otra
parte, si los electores no le otorgan la mayoría en la composición de las
cámaras legislativas, por caso, un candidato a presidente muy carismático en un
partido débil, puede originar un “corte” de boletas, que hace que su debilidad
parlamentaría sea extrema y por lo tanto se resienta o dificulte la
gobernabilidad.
En el sistema presidencialista puro es
imperioso que la persona que lo ejerza, tenga un temperamento que le permita
ejercer la autoridad que la constitución le confiere a su investidura, la cual
está marcada por un altísimo personalismo. Ya hemos analizado las
contrariedades que surgen entre el personalismo de la figura presidencial y la
diversidad que representa el parlamento y de los riesgos que entrañan los
personalismos.
Para salvar los escollos del presidencialismo se me
ocurre que es prudente separar el REINAR del GOBERNAR. Esta
diferenciación sea quizás la apuesta más interesante que se deba analizar en la
actualidad Argentina y de la que ya hablaremos.
Por
otra parte los sistemas personalistas entran en conflicto con la concertación o
consenso que se reclaman desde la sociedad, la oposición o desde el mismísimo
ejecutivo para llevar a cabo determinadas políticas. Por ello, los intentos de
“gobiernos de unidad” de “entendimiento” o “consenso”, son impropio del sistema
presidencialista puro, el cual se basa en que el presidente elegido por
la mayoría popular, lo es para ejercer las funciones ejecutivas entre las que
se encuentra la formación del gabinete de ministros sin ningún otro tipo de
consentimiento, incluso aunque no ostente ni siquiera la primera minoría en las
cámaras, y por lo tanto, el cogobierno con la oposición está excluido. A la
oposición se le asigna el contralor de la gestión, algo muy difuso por cierto y
que lleva más a la especulación política, el acoso, la critica inconducente,
cuando no directamente al derribo del gobierno, que al propio ejercicio del
contralor. Una vez más, aquí queda demostrado el doble discurso que se escucha
en muchas ocasiones, ya que decimos defender un sistema para intentar
quebrantarlo ante la menor dificultad, como por ejemplo, cuando el presidente
no tiene mayoría en las cámaras. Es ahí cuando el “palo en la rueda” se pone en
acción, sin posibilidad alguna de solución, y el divorcio entre el ejecutivo y
el parlamento pone en riesgo la llamada “gobernabilidad”. A esto me refiero
cuando critico la rigidez del sistema.
Particularmente no me gustan los gobiernos de unidad, si las
coaliciones, ya que se puede caer en la trampa del partido único, dando lugar a
la posibilidad de una suerte de acuerdo de alternancia en el poder entre los
distintos nombres de los individuos que comparten el “pensamiento único”, muy
frecuente esto en la izquierda. Así funcionó el PRI en Méjico y eso es la
negación de la democracia.
Aunque con muchas variantes, las opciones que se presentan
al presidencialismo, corresponden a sistemas parlamentarios o mixtos.
El
sistema parlamentario presenta las siguientes características: a) el
Consejo de Ministros está encabezado por un primer ministro o presidente del
gobierno, b) todo el consejo colectivamente es responsable ante el parlamento y
c) no hay un presidente elegido popularmente con poderes políticos reales, sino
que la Asamblea elige al presidente el que puede tener diferentes atribuciones
según la constitución. Este sistema tiene la ventaja de que el poder se ejerce
con los apoyos y acuerdos suficientes para gobernar, (aun en el caso de
ostentar mayorías propias), los que se
logran mediante pactos de gobierno acordados –con luz y taquígrafos- en el
Parlamento Nacional donde reside la representatividad popular. El Presidente o
Jefe de Estado carece de facultades decisorias en el proceso político, pero
cumple un importante papel como factor de integración nacional (en las
monarquías esta función la ejerce el Rey), mientras que el Poder Ejecutivo
reside en un órgano colegiado, constituido por un Gabinete Ministerial o
Concejo, presidido por un Primer Ministro o Jefe de Gabinete, él que cuenta con
la confianza de la mayoría del Parlamento y responde políticamente ante éste,
pudiendo el Parlamento destituir a uno o todos ministros con "voto de
censura" o "denegación de confianza", así como el ejecutivo (el
gabinete) puede solicitar al Jefe de Estado, la disolución de una de las
cámaras o el órgano Legislativo completo.
En Europa, el parlamentarismo se divide en monarquías
parlamentarias: Bélgica, Dinamarca, Holanda, Noruega, España, Suecia, Reino
Unido y repúblicas: Italia, Alemania, Grecia, Hungría, Israel, Portugal entre
otras.
En las repúblicas, el Jefe de Estado está a cargo
de un Presidente elegido por el Parlamento, y ocupa el cargo generalmente por
un periodo de tiempo mayor que el que desempeñan los parlamentarios que lo eligen.
Se da el caso de que el Presidente pueda ser elegido por voto popular en lugar
del Parlamento.
Independientemente de que el Presidente sea elegido
por el pueblo o por el parlamento, su poder no depende en sí de la forma de
elección, sino del imperativo constitucional de organización política. Por
ejemplo algunas constituciones le otorgan un poder importante al presidente,
como por ejemplo Italia (Republica parlamentaría), Francia (Republica
presidencialista), República Checa, o Turquía,
donde el Primer Ministro es designado por el Presidente, pero éste y su
consejo de gobierno, deben tener la confianza del Parlamento. En el caso
Italiano, el poder presidencial puede llevarse hasta el extremo de sostener un
gobierno aun en contra de los deseos del Parlamento. En otros casos, el presidente
propone al Parlamento el primer ministro,
pero es el Parlamento quien lo designa.
En Europa, los países centrales, inclusos aquellos
que han abolido la monarquía, mantienen separadas las dos funciones: reinar y
gobernar. La primera, ejercida por el Rey en las monarquías y por el Jefe de
Estado en las Repúblicas, es la garantía de que las instituciones marchen por
sus causes debidos, mientras que la segunda función
-gobernar- al ser una función ejecutiva, implica
gestionar, administrar y tomar
decisiones que, en buena lógica, pueden realizarse con matices, aciertos y
errores, y por lo tanto, la movilidad o
estabilidad del gobierno, está condicionada a los apoyos y consensos
parlamentarios.
Hasta cierto punto, un presidente parlamentario
incluso puede ejercer mas poder que un presidente elegido por el pueblo; esto
ocurre cuando el sistema de partidos es débil e inestable, lo cual da al
presidente la oportunidad de explotar las divisiones. Inversamente, cuanto más
sólido y concentrado es el sistema político, tiene menos posibilidades de
ejercer su poder.
Otras formas emplean formulas mixtas, con
características comunes al presidencialismo puro y al parlamentarismo,
existiendo diferentes alternativas, entre la que cabe destacar el “semipresidencialismo”,
que consiste en: a) elegir popularmente un presidente, que tiene discrecionalidad
constitucional para la elección del Concejo de Ministros o al menos el Primer Ministro
y b) también se le otorga el derecho de disolver el parlamento, aunque no
siempre.
En ocasiones se suele confundir el sistema semi
presidencial, con el presidencialismo de primer ministro, en el cual
el gabinete ministerial es responsable conjuntamente ante el Presidente y el Parlamento.
El presidencialismo de primer
ministro (Francia, Portugal, Austria, Finlandia, Lituania, Rumania,
Polonia, Macedonia, Moldavia), el Gabinete es responsable ante la mayoría
parlamentaría, y el Presidente, teóricamente, no puede permanecer como Jefe del
Gobierno si él representa a un partido diferente del que sostiene la mayoría
parlamentaría.
Francia es un caso particular de este sistema, ya que otorga
un fuerte poder al Presidente, aunque el que gobierna, es el Primer
Ministro. El Presidente debe someter a
la Asamblea la elección del Primer Ministro y su gabinete, pero también puede
en los casos contemplados por la constitución, disolver el parlamento, y a su
vez el parlamento, puede negar la confianza al gabinete presidencial. En
Francia se solvento esa situación con la llamada “cohabitación” en la que el
presidente socialista Mitterrand tuvo que someterse a una mayoría parlamentaria
conservadora (1986-1988; 1993-19995). Posteriormente le ocurrió la misma
situación a Chirac que cohabito con Lionel Jospin como Primer Ministro, aun a
pesar de que éste había publicado un libro en donde decía que “la cohabitación
era un régimen indeseable para Francia”. Cosas de la política. Según
opina Raymond Barre, ex primer ministro con Giscard d’Estain, la cohabitación
contradice a la constitución. Sostiene
que es inadmisible tener un Primer Ministro apoyado por una mayoría
parlamentaria contraria al Presidente elegido por los franceses. En esos casos
es categórico al señalar que el presidente debe renunciar, o si se niega, la
oposición no formar gobierno. En circunstancia de cohabitación el presidente tiene
poderes pero no el poder.
Para entender a los sistemas de presidencialismo
de primer ministro, hay que considerar dos aspectos: a) Los poderes del
presidente sobre el parlamento y b) el grado de supervivencia de cada rama del gobierno (presidente y
parlamento).
a) Los
poderes del presidente son mínimos cuando la elección del primer ministro y los
ministros del gabinete corresponden a la Asamblea parlamentaria; son máximos,
cuando el presidente es quien los nombra, aunque existen soluciones
intermedias.
b) En
un extremo, si el parlamento rechazara
la formación del gabinete de gobierno, el presidente puede disolver el
Parlamento en cualquier momento. Por ejemplo Francia, donde el presidente una
vez al año puede disolver el parlamento ante la imposibilidad de formar
gobierno. Esto es lo que le da un gran poder al presidente francés.
En el otro extremo, encontramos el parlamentarismo
presidencial, el que frecuentemente se convierte en un sistema inestable,
ya que otorga al presidente discrecionalidad para disolver el parlamento así
como nombrar y destituir libremente los gabinetes ministeriales. La
inestabilidad se deriva de que siempre puede responder a un voto de falta de falta de confianza del
parlamento, disolviéndolo y nombrando un gabinete provisional. (esto ocurrió en
la republica de Weimar en Alemania, hasta que Hitler ocupó los cargos de primer
ministro y canciller). Hoy en Europa, sólo
Armenia sostiene este sistema, pero Rusia, Croacia y Ucrania se le
aproximan. En esta organización, los gabinetes ministeriales son responsables
ante el presidente y el parlamento.
En Europa, nuestro actual sistema –presidencialismo
puro- sólo lo incorporan Chipre, Bielorrusia y Georgia.
Como se puede observar, no existe el sistema ideal
o perfecto, pero sí aquellos que permiten una serie de soluciones a problemas
políticos frecuentes. Pero sí podemos afirmar que existe una relación de poder
inversa entre el Gobierno y el Parlamento. En los casos de gobiernos fuertes
–sistemas presidencialistas- el parlamento es más débil respecto del sistema
parlamentario donde el presidente es elegido por éste, y por lo tanto el
parlamento fuerte y el gobierno débil.
Lo que no funciona, es cuando en un sistema presidencialista el gobierno
se vuelve débil porque ha perdido la mayoría parlamentaría (y la confianza del
pueblo), ya que en este caso ni el presidente ni el parlamento tiene
alternativas para compensar o solucionar la inestabilidad que crea la debilidad
presidencial originada por la derrota parlamentaría.
Esto es lo que ha ocurrido reiteradamente en la
Argentina cuando el presidente pierde tempranamente el sustento parlamentario,
y dado el inmovilismo que presenta el sistema, convierte en ineficaces tanto al
gobierno como al parlamento. Aquí hay que encontrar el equilibrio y la solución.
Alrededor del Presidencialismo de Primer
Ministro puede estar la solución para el “caso” argentino, entre otros
motivos porque incluye la elección directa del presiente, algo muy arraigado en
nuestras costumbres. Luego es cuestión de
“contrapesar” el poder en entre el parlamento y el presidente, y las
diferentes opciones de poder que puede tener el presidente, las que pueden ir
desde la discrecionalidad en la elección del gabinete (Armenia, Croacia,
Chipre), hasta en el otro extremo, la imposibilidad de su nombramiento o sólo
por recomendación del parlamento (Irlanda, Eslovenia, Bulgaria). La otra
variable de importancia es la supervivencia (y como se define la misma) de
ambas ramas del poder, esto es, si pude o no el presidente disolver el
parlamento.