miércoles, 14 de marzo de 2012

LA DEMOCRACIA PERONISTA


(*) El articulo pertenece a Ideas y Sugerencias para la Fundación de la Cuarta República (2002)


“No se preocupe presidente, soy peronista”
(de Kirchner a Bush)

La democracia representa para las republicas un valor que como tal, observa doble polaridad. En cuanto el ejercicio práctico (no filosófico), el valor democrático depende de la razón de quien ejerza el poder (fuerza), y por tanto, la democracia no puede asegurar el propósito que persigue. Así la historia nos demuestra que mediante la democracia se han instalados dictadores feroces, Hitler, Mussolini y entre nosotros Perón, cuyo comportamiento respecto de la democracia da lugar a este articulo. Afortunadamente la democracia como valor positivo ha sido inmensamente provechosa, y miles de sucesiones de gobiernos de elección popular así lo demuestran. En el mundo occidental, solo en dos países, Inglaterra y los EE UU, la democracia constituye un principio sustentado por la tradición, cuya autoridad reside efectivamente en la sociedad por más poderosos que puedan ser los gobiernos.
En las republicas, la soberanía recae en los ciudadanos y los poderes son ejercidos por sus representantes, los que son elegidos mediante el sistema democrático de elección de candidatos. Este enunciado, obvio y elemental, resulta ser extremadamente complejo en cuanto a su realización, ya que la correspondencia entre el gobierno que ejerce la autoridad y los ciudadanos desde donde emana el poder, requiere de unos mecanismos complicados que se originan en la participación popular efectiva, y desembocan en el acatamiento o no, al mandato conferido por los electores y el sometimiento al Estado de Derecho por parte del gobernante de turno.
Del acierto en esta relación depende la calidad de la República y si empleamos como parámetro de medida el respeto que debe existir entre el poder y los ciudadanos, nos encontramos que en la Argentina la calidad de la republica es decepcionante.
La democracia que hemos practicado desde 1946 hasta la actualidad (2012), demuestra que el peronismo gobernó en el 51% del periodo; el radicalismo el 23% y el 26% gobernado por presidentes no electos. Si consideramos que durante la proscripción del peronismo quienes gobernaron lo hicieron con votos peronista o con una gran abstención (Frondizi), vemos que el peronismo ha dominado, aun sin ocupar la presidencia, la escena política nacional y mientras no se desmantele la democracia peronista que intento definir, de una u otra forma seguirá gobernando.
Bien es cierto que no se puede hablar de “un peronismo”, ya que dentro del movimiento o mejor dicho, bajo la bandera del movimiento, de Perón y fundamentalmente Evita se cobijan ex montoneros, marxistas, pragmáticos, desarrollistas mas los arribistas de siempre. Pero señores, esto es el peronismo, ese perverso y ambiguo sistema diseñado por Perón en 1946 y que aún perdura intacto.
Como consecuencia de la primera guerra mundial se instalaron en occidente sistemas de gobiernos totalitarios, de los cuales sobrevivieron a la segunda guerra, el comunismo en el este de Europa y Rusia, Falange Española con Franco y las dictaduras de corte militar en  América Latina, entre las que se encontraba el gobierno del General Perón.
Su labor como fundador del Movimiento Nacional Justicialista fue fecunda, a tal punto que la vigencia del régimen superó al franquismo y al comunismo. ¿Cuál fue el “éxito” de aquel enjuague para que trascendiera indemne durante mas de medio siglo?.
La respuesta devendrá del análisis de lo que llamaré la democracia peronista, ingeniosa forma de tapar bajo el manto de un sistema universalmente reconocido para la elección y renovación de los gobiernos, un régimen autoritario que como primera condición para su “éxito”, destrozó la soberanía popular para ponerla en manos del movimiento.
Que Perón fue un gran sinvergüenza, inteligente y perspicaz, no es nada nuevo, y que su relación candorosa con las masas populares le permitió llevarse por delante entre otras cosas el sistema democrático con la finalidad de apropiarse de la Republica, tampoco es novedad. Perón vislumbró que si lograba congraciarse con el pueblo mediante todo tipo de dadivas y canonjías, no sería difícil que el pueblo le respondiera en consecuencia, y así fue como Perón propuso a su pueblo un pacto tácito, que consistía en que éste se apartara de la vida pública, a cambio de “Justicia Social”. Aquella frase aparentemente inocente de “casa al trabajo y del trabajo a casa”, tenia truco, ya que en el fondo lo que Perón estaba proponiendo era un trueque, yo les doy bienestar y ustedes me cede el poder, el viejo cuento del diablo y el incauto que le vendió su alma a cambio de favores mágicos.
Por otra parte, lo que Perón solicitaba era algo facilísimo de conceder, ya que la sociedad de aquel momento, inmadura cívicamente y propensa a rehuir responsabilidades (igual que hoy), y con muchos inmigrantes que no tenían ningún interés en participar de la vida pública, era casi una concesión graciosa. Paralelamente el que imponía las reglas para quienes quisieran participar de la vida pública, era el movimiento.
Así fue como desaparecieron de la republica las personas más representativas en sus campos, los más preparados, los que respondían al “sabio” consejo del “no te metas”. Los espacios que fueron dejando las capas sociales más preparadas, los fueron ocupando los militantes acólitos del movimiento, los que llegaron a ocupar la práctica totalidad de las estructuras de los tres poderes.
Todo lo que sobrevino luego de derrocado Perón, en nada modificó la estructura del movimiento como sostén del poder, y los pocos cambios realizados fueron solo de hombres, los que no pudieron desarmar el corporativismo del movimiento enquistado y extendido por doquier. Tal fue el afianzamiento del sistema, que después de 18 años de proscripción regresa Perón al poder, y él mismo cae presa del monstruo que había creado. Cuando mostro algún atisbo de querer desarmar la maquina diabólica que había concebido, ya nada pudo hacer. El monstro se devoré a su creador.
Para comprender en que consiste la democracia peronista, debemos aceptar que en la organización política social de una nación existen tres niveles. El primero es en el que se desenvuelve la actividad política que pugna por el poder; en el segundo nivel se encuentra el poder económico, las corporaciones y los medios formadores de opinión; y en el tercero está la sociedad, que en teoría, es en donde reside la soberanía. En las democracias que se rigen por principios (Inglaterra), la relación entre la soberanía y quien la ejerce recibe la mejor calificación; las democracias que se sustentan en valores positivos casi siempre superan el aprobado, mientras que en la democracia peronista (la Argentina), al no tener el tercer nivel (la sociedad) otra misión que legitimar con su voto las connivencias entre los dos niveles superiores, la democracia desaprueba una y otra vez. Esto se deriva del hecho de que la democracia peronista carece de valores y de principios, por lo tanto es inmoral y éticamente lamentable.
En la Argentina, como se ha visto, el peronismo resulta ser un actor principal del primer nivel, y dentro de la concepción ambigua del movimiento, las relaciones entre sus miembros inescrupulosas. A su vez las relaciones entre el primer y el segundo nivel se mueven en el campo de la conveniencia mutua, y generalmente de tipo mafioso, unos pagan para que otros los protejan. Debemos tener presente que en el segundo nivel el corporativismo es una condición impuesta verticalmente por el movimiento para subsistir, y aquí reside el fundamento de la corrupción.
Cuando el tercer nivel quiere ser protagonista (“el que se vayan todos”), inmediatamente resulta desarmado. Fue Perón quien vislumbro que se debía anular a la ciudadanía para preservar el reinado del movimiento, para lo cual prometió “justicia social” a cambio de que el tercer nivel no presionaría sobre los otros dos.
Pero siempre en el tercer nivel hay rebeldes, y por lo tanto los movimiento corporativos necesitan anular la libertad de opinión y disenso, y la rebeldía que hace 50 años se pagaba con la cárcel, hoy se combate con métodos muy sutiles, aunque incluso la cárcel si es preciso y propagandístico.
Al ocupar el movimiento todos los sectores de la vida social y política y durante tantos años, el acostumbramiento lleva a aceptar las condiciones (síndrome de Estocolmo), y así los pocos que aun están dispuestos a combatir en el terreno político al movimiento, se encuentran con que la democracia peronista los “tolera” siempre que no se crezcan, y esa “tolerancia graciosa” la muestran como una muestra del ambiente de normalidad republicana. Esto último es lo que ocurre con los partidos que no entendiendo como funciona el sistema, pretenden acceder al primer nivel sin caer en la cuenta que mientras el tercer nivel no recupere la soberanía y rompa el pacto con el movimiento, cualquier aventura partidaria para acceder al gobierno será un fracaso. Eso le pasó al radicalismo, a la Ucede y en breve al Pro. En este país resulta casi imposible gobernar fuera del movimiento.
La solución para desarmar la democracia peronista se encuentra en la misma fórmula que la gestó, y el que logre llegar a la esencia de la sociedad para hacerle comprender la trampa en la nos encontramos. Quien haga participe a la sociedad de la necesidad de conciliar los intereses que dan origen a los tres niveles, el poder, el dinero y la solidaridad, habrá dado el gran paso para desmontar la democracia peronista, la última maquinaria perversa que ha resistido al paso del tiempo. Sé que no es fácil, tampoco imposible; solo se requiere de perseverancia y credibilidad. Si cayeron todos otros muros ¿por qué no lo intentamos con el muro peronista.

La democracia peronista. (Segunda parte)

En el artículo anterior he analizado la esencia del movimiento peronista y su consolidación, asumiendo que su éxito estriba en el contrato que estableciera Perón con una sustancial parte del pueblo argentino, por el cual a cambio de “justicia social” –léase felicidad- el pueblo renunciaba al ejercicio de la democracia, aunque se cumpla con la formalidad de votar para guardar las formas. En otros artículos he sostenido que la democracia no es todo lo que se dice de ella, ni tampoco brinda por sí, todo lo que se espera, en definitiva, que la democracia en sí misma no asegura nada virtuoso. La democracia es una forma –la más ordenada- de confirmar o reponer un gobierno, pero a su vez, con el solo hecho de ejercer el derecho a voto no se cumple con lo que la democracia exige como sistema.
La democracia requiere la preservación de un espíritu de participación constante, y por lo tanto trasciende más allá del acto electoral. La democracia requiere esfuerzo para adquirir un pensamiento político, requiere prestar atención no solo a nuestra familia o comunidad más próxima, sino a todo lo que implique el interés común a la sociedad, a lo público, en definitiva, a la República. La democracia exige el mantenimiento de un tejido de participación permanente en el tiempo. Así tan compleja resulta ser la democracia, a tal punto que Rouseau sostenía que era un régimen más próximo a los ángeles que a los hombres.
Como se analizó en el artículo anterior, la apatía ciudadana ha permitido que la influencia de poderes ajenos a la política termine incidiendo sobre ella, ocupando el rol que le corresponde a la participación civil. Mientras los ciudadanos argentinos, en su carácter soberano no recuperen ese lugar, ninguna posibilidad de éxito tiene la Republica. Es cierto que no todas las naciones durante todo el tiempo requieren la misma intensidad de participación ciudadana en las cosas de la republica, pero cuanto más deficiente es la representación, cuando más desnaturalizada está la relación entre la sociedad y las instituciones que ejercen el poder, cuando el desanimo y el descrédito del pueblo en sus gobernantes llega a niveles tan alarmantes, mayor es el esfuerzo de participación que se le requiere para salir de la ciénaga.
Entre nosotros, la democracia es un ideal del que se cree, mayoritariamente, que por el solo hecho de tenerla implantada como sistema nos va a asegurar la organización de la sociedad desde la igualdad y libertad política, y que de tal sistema emanarán los mejores representantes. Pero entre la representación y la decisión popular está la deliberación, actitud innata a la democracia que entre nosotros no existe, y que requiriere de una conducta de la que carecemos: saber escuchar. Para disentir o apoyar, primero hay que escuchar. Los argentinos no escuchamos, solo nos escuchamos a nosotros mismos, y así no existirá nunca deliberación posible. Quien primero no escucha, luego no habla, se habla solo a sí mismo. La democracia debe establecer el pleno ejercicio de la discusión pública, mediante la cual se acuerda, se disiente  y se ejerce el control efectivo y permanente de la marcha del gobierno.
A la luz del grave problema de la dejación participativa en la vida de la república, vemos como la democracia peronista no solo se ha consolidado, sino que impide el crecimiento de estructuras –partidos políticos- ideológicamente serios, estructuralmente organizados y sostenidos en el tiempo.
Aunque sea arriesgado dar una respuesta sobre cuál es la decisión última que tiene un elector frente a la elección de su gobierno, el temor ante la inseguridad por lo nuevo y sobre todo, la idea razonable de que siempre se puede estar peor con el porvenir, juegan un papel importante. El no arriesgar ante lo desconocido, por más y mejores propuesta e intenciones que las posiciones reformistas pregonen, es una condición propia de los pueblos políticamente dóciles, entre lo que predomina mayoritariamente el sometimiento al populismo demagógico y donde solo una minoritaria aristocracia vanguardista apuesta por la ruptura con sistema establecido. Es tal el temor que tiene la sociedad aborregada a perder sus canonjías, que aun demandando  cambios profundos, luego esa voluntad expresada no se refleja en apoyo de las propuestas electorales que vean en ese sentido. Se piden políticos nuevos, cambios de sistema, pero ante lo incógnito del porvenir se termina apoyando lo mismo de siempre.
De ahí que la propuesta de la democracia peronista aun perdure, ya que la idea fuerza de la “justicia social” sigue vigente en el subconsciente de la gente, y esta idea se convierte en el elemento conductor entre el electorado y la decisión de voto, el que va más allá de quien sea el candidato. Existe aun la esperanza extendida en el tejido social, de que el peronismo aun puede reeditar a un nuevo Perón que devuelva la felicidad hurtada, precisamente en la creencia popular, a manos del antiperonismo, identificados con el capital, y las ideas liberales o  conservadores, y por lo tanto, el milagro de un “nuevo perón” solo es posible dentro del movimiento.
Así vemos como han fracasado en la argentina los intentos de consolidación de multitud de partidos políticos, tanto de orientación de izquierda como de derecha, pero es que el pueblo no diferencia a los partidos por su ideología (orden racional), sino por los mensajes emanados del poder fáctico que ejerce el movimiento peronista, el que apela miserablemente a los sentimientos del elector para descalificar a la oposición. Lamentablemente contra esas prácticas, nada pueden hacer los espíritus éticos, y mucho menos cuando los medios de comunicación son cómplices de tal patraña.
La perversión electoral que teje el movimiento peronista para asegurar su permanencia en el poder llega a casos extremos, como ha ocurrido en las últimas elecciones, en las que sin presentarse el peronismo como partido llega a gobernar a través de una de las facciones del movimiento. Todo un alarde de fraude electoral en el que la participación de “alianzas” sin solera ni reglamentos, constituye en sí una des legitimidad del proceso de elección.
La otra pata que sostiene al movimiento peronista es el voto obligatorio, y sin entrar ahora a realizar una justificación ética de mi oposición a la obligación de sufragar, solo el sostenimiento de la inmoral concepción de obligar a opinar a quienes no se sienten con fuerza de ánimo o actitud para ello, el desamparo del ciudadano que ha de decidir sin conocimiento suficiente, sin unas ideas contrastadas de lo que es bueno o es malo -circunstancia de la que se aprovecha la democracia peronista para mediante la demagogia sumar apoyos-, es motivo suficiente para que nos alcemos en contra de tal anacronismo impropio de las democracias modernas.
Por otra parte no es difícil entender como pueden coexistir en el peronismo distintas raíces pragmáticas (no ideologías), pero esa es la base del movimiento peronista, una masa ideológicamente analfabeta, políticamente perversa, democráticamente imprudente, y con una apetente antropofagia por el poder carente todo escrúpulo, que de una u otra forma cumplen con su cometido: le permite reinar.
A partir de aquí la pregunta que corresponde hacerse es, ¿cómo se combate la democracia peronista?. Y como las experiencias políticas de partidos alternativos ha fracasado, cabe otra pregunta ¿porqué?..
En mi opinión, el ciudadano no tiene porqué cambiar, y no cambiará hasta que descubra que convive con el error, lo cual pretendo poner en evidencia en este ensayo. Por lo tanto, se trata de despertar en el ciudadano la curiosidad por descubrir por qué somos tan vulnerables, y la responsabilidad que en ello nos cabe, y a partir de un razonamiento elemental, nos lleve a revelar nuestra connivencia y convivencia con el error.
Para ello es preciso activar actitudes que permitan revisar comportamientos, los que solo se pueden lograr con la ayuda de la sociología, la psicología o la filosofía desde su estado más natural y primigenio. En la conjunción de estas ciencias está el principio de la solución, las que por ejemplo, debieran dar lugar a la redacción de un cuestionario autoinductivo que ayude al ciudadano a despertar su conciencia democrática (tema desarrollado en otro trabajo). Desde la política partidaria nunca se logrará este objetivo, ya que ésta tiene por misión formular las propuestas y programas con los que ejercerá el poder, los que recién podrán ser asumidos cabalmente por el elector, cuando efectivamente sea consciente de todo cuanto hasta aquí he venido desarrollando.
A partir de que el ciudadano acepte por propia convicción cual es su rol en la vida cívica, podremos contar con ciudadanos con plenas facultades para ejercer sus derechos políticos, y recién ahí habrá lugar para verdaderos partidos políticos nacionales que confrontan ideas, las que con el tiempo se consolidarán en creencias y que darán lugar a las alternativas que debemos cotejar frente a la elección de un gobierno.