(*) El articulo pertenece a Ideas y Sugerencias para la Fundación de la Cuarta República (2002)
“No se preocupe presidente, soy peronista”
(de Kirchner a Bush)
La democracia representa para las republicas un valor
que como tal, observa doble polaridad. En cuanto el ejercicio práctico (no
filosófico), el valor democrático depende de la razón de quien ejerza el poder
(fuerza), y por tanto, la democracia no puede asegurar el propósito que
persigue. Así la historia nos demuestra que mediante la democracia se han
instalados dictadores feroces, Hitler, Mussolini y entre nosotros Perón, cuyo
comportamiento respecto de la democracia da lugar a este articulo.
Afortunadamente la democracia como valor positivo ha sido inmensamente
provechosa, y miles de sucesiones de gobiernos de elección popular así lo
demuestran. En el mundo occidental, solo en dos países, Inglaterra y los EE UU,
la democracia constituye un principio sustentado por la tradición, cuya
autoridad reside efectivamente en la sociedad por más poderosos que puedan ser
los gobiernos.
En las republicas, la soberanía recae en los ciudadanos y
los poderes son ejercidos por sus representantes, los que son elegidos mediante
el sistema democrático de elección de candidatos. Este enunciado, obvio y
elemental, resulta ser extremadamente complejo en cuanto a su realización, ya
que la correspondencia entre el gobierno que ejerce la autoridad y los
ciudadanos desde donde emana el poder, requiere de unos mecanismos complicados
que se originan en la participación popular efectiva, y desembocan en el
acatamiento o no, al mandato conferido por los electores y el sometimiento al
Estado de Derecho por parte del gobernante de turno.
Del acierto en esta relación depende la calidad de la
República y si empleamos como parámetro de medida el respeto que debe existir
entre el poder y los ciudadanos, nos encontramos que en la Argentina la calidad
de la republica es decepcionante.
La democracia que hemos practicado desde 1946 hasta la
actualidad (2012), demuestra que el peronismo gobernó en el 51% del periodo; el
radicalismo el 23% y el 26% gobernado por presidentes no electos. Si
consideramos que durante la proscripción del peronismo quienes gobernaron lo
hicieron con votos peronista o con una gran abstención (Frondizi), vemos que el
peronismo ha dominado, aun sin ocupar la presidencia, la escena política
nacional y mientras no se desmantele la democracia peronista que intento
definir, de una u otra forma seguirá gobernando.
Bien es cierto que no se puede hablar de “un peronismo”, ya
que dentro del movimiento o mejor dicho, bajo la bandera del movimiento, de Perón
y fundamentalmente Evita se cobijan ex montoneros, marxistas, pragmáticos, desarrollistas
mas los arribistas de siempre. Pero señores, esto es el peronismo, ese perverso
y ambiguo sistema diseñado por Perón en 1946 y que aún perdura intacto.
Como consecuencia de la primera guerra mundial se instalaron
en occidente sistemas de gobiernos totalitarios, de los cuales sobrevivieron a
la segunda guerra, el comunismo en el este de Europa y Rusia, Falange Española
con Franco y las dictaduras de corte militar en América Latina, entre las que se encontraba el
gobierno del General Perón.
Su labor como fundador del Movimiento Nacional Justicialista
fue fecunda, a tal punto que la vigencia del régimen superó al franquismo y al
comunismo. ¿Cuál fue el “éxito” de aquel enjuague para que trascendiera indemne
durante mas de medio siglo?.
La respuesta devendrá del análisis de lo que llamaré la democracia
peronista, ingeniosa forma de tapar bajo el manto de un sistema
universalmente reconocido para la elección y renovación de los gobiernos, un
régimen autoritario que como primera condición para su “éxito”, destrozó la
soberanía popular para ponerla en manos del movimiento.
Que Perón fue un gran sinvergüenza, inteligente y perspicaz,
no es nada nuevo, y que su relación candorosa con las masas populares le
permitió llevarse por delante entre otras cosas el sistema democrático con la
finalidad de apropiarse de la Republica, tampoco es novedad. Perón vislumbró
que si lograba congraciarse con el pueblo mediante todo tipo de dadivas y
canonjías, no sería difícil que el pueblo le respondiera en consecuencia, y así
fue como Perón propuso a su pueblo un pacto tácito, que consistía en que éste se apartara de la vida pública, a
cambio de “Justicia Social”. Aquella frase aparentemente inocente de “casa
al trabajo y del trabajo a casa”, tenia truco, ya que en el fondo lo que Perón
estaba proponiendo era un trueque, yo
les doy bienestar y ustedes me cede el poder, el viejo cuento del diablo y
el incauto que le vendió su alma a cambio de favores mágicos.
Por otra parte, lo que Perón solicitaba era algo facilísimo
de conceder, ya que la sociedad de aquel momento, inmadura cívicamente y
propensa a rehuir responsabilidades (igual que hoy), y con muchos inmigrantes
que no tenían ningún interés en participar de la vida pública, era casi una
concesión graciosa. Paralelamente el que imponía las reglas para quienes
quisieran participar de la vida pública, era el movimiento.
Así fue como desaparecieron de la republica las personas más
representativas en sus campos, los más preparados, los que respondían al
“sabio” consejo del “no te metas”. Los espacios que fueron dejando las capas
sociales más preparadas, los fueron ocupando los militantes acólitos del
movimiento, los que llegaron a ocupar la práctica totalidad de las estructuras
de los tres poderes.
Todo lo que sobrevino luego de derrocado Perón, en nada
modificó la estructura del movimiento como sostén del poder, y los pocos cambios
realizados fueron solo de hombres, los que no pudieron desarmar el
corporativismo del movimiento enquistado y extendido por doquier. Tal fue el
afianzamiento del sistema, que después de 18 años de proscripción regresa Perón
al poder, y él mismo cae presa del monstruo que había creado. Cuando mostro algún
atisbo de querer desarmar la maquina diabólica que había concebido, ya nada
pudo hacer. El monstro se devoré a su creador.
Para comprender en que consiste la democracia peronista,
debemos aceptar que en la organización política social de una nación existen
tres niveles. El primero es en el que se desenvuelve la actividad política que
pugna por el poder; en el segundo nivel se encuentra el poder económico, las
corporaciones y los medios formadores de opinión; y en el tercero está la
sociedad, que en teoría, es en donde reside la soberanía. En las democracias
que se rigen por principios
(Inglaterra), la relación entre la soberanía y quien la ejerce recibe la mejor
calificación; las democracias que se sustentan en valores positivos casi siempre superan el aprobado, mientras que en
la democracia peronista (la Argentina), al no tener el tercer nivel (la sociedad)
otra misión que legitimar con su voto las connivencias entre los dos niveles
superiores, la democracia desaprueba una y otra vez. Esto se deriva del hecho
de que la democracia peronista carece de valores y de principios, por lo tanto
es inmoral y éticamente lamentable.
En la Argentina, como se ha visto, el peronismo resulta ser
un actor principal del primer nivel, y dentro de la concepción ambigua del
movimiento, las relaciones entre sus miembros inescrupulosas. A su vez las
relaciones entre el primer y el segundo nivel se mueven en el campo de la
conveniencia mutua, y generalmente de tipo mafioso, unos pagan para que otros
los protejan. Debemos tener presente que en el segundo nivel el corporativismo
es una condición impuesta verticalmente por el movimiento para subsistir, y
aquí reside el fundamento de la corrupción.
Cuando el tercer nivel quiere ser protagonista (“el que se
vayan todos”), inmediatamente resulta desarmado. Fue Perón quien vislumbro que
se debía anular a la ciudadanía para preservar el reinado del movimiento, para
lo cual prometió “justicia social” a cambio de que el tercer nivel no
presionaría sobre los otros dos.
Pero siempre en el tercer nivel hay rebeldes, y por lo tanto
los movimiento corporativos necesitan anular la libertad de opinión y disenso,
y la rebeldía que hace 50 años se pagaba con la cárcel, hoy se combate con
métodos muy sutiles, aunque incluso la cárcel si es preciso y propagandístico.
Al ocupar el movimiento todos los sectores de la vida social
y política y durante tantos años, el acostumbramiento lleva a aceptar las
condiciones (síndrome de Estocolmo), y así los pocos que aun están dispuestos a
combatir en el terreno político al movimiento, se encuentran con que la
democracia peronista los “tolera” siempre que no se crezcan, y esa “tolerancia
graciosa” la muestran como una muestra del ambiente de normalidad republicana.
Esto último es lo que ocurre con los partidos que no entendiendo como funciona
el sistema, pretenden acceder al primer nivel sin caer en la cuenta que
mientras el tercer nivel no recupere la soberanía y rompa el pacto con el
movimiento, cualquier aventura partidaria para acceder al gobierno será un
fracaso. Eso le pasó al radicalismo, a la Ucede y en breve al Pro. En este país
resulta casi imposible gobernar fuera del movimiento.
La solución para desarmar la democracia peronista se
encuentra en la misma fórmula que la gestó, y el que logre llegar a la esencia
de la sociedad para hacerle comprender la trampa en la nos encontramos. Quien
haga participe a la sociedad de la necesidad de conciliar los intereses que dan
origen a los tres niveles, el poder, el dinero y la solidaridad, habrá
dado el gran paso para desmontar la democracia peronista, la última maquinaria
perversa que ha resistido al paso del tiempo. Sé que no es fácil, tampoco
imposible; solo se requiere de perseverancia y credibilidad. Si cayeron todos otros
muros ¿por qué no lo intentamos con el muro peronista.
La democracia peronista. (Segunda parte)
En el artículo anterior he analizado la esencia del
movimiento peronista y su consolidación, asumiendo que su éxito estriba en el
contrato que estableciera Perón con una sustancial parte del pueblo argentino, por
el cual a cambio de “justicia social” –léase felicidad- el pueblo renunciaba al
ejercicio de la democracia, aunque se cumpla con la formalidad de votar para
guardar las formas. En otros artículos he sostenido que la democracia no es
todo lo que se dice de ella, ni tampoco brinda por sí, todo lo que se espera,
en definitiva, que la democracia en sí misma no asegura nada virtuoso. La
democracia es una forma –la más ordenada- de confirmar o reponer un gobierno,
pero a su vez, con el solo hecho de ejercer el derecho a voto no se cumple con
lo que la democracia exige como sistema.
La democracia requiere la preservación de un espíritu de
participación constante, y por lo tanto trasciende más allá del acto electoral.
La democracia requiere esfuerzo para adquirir un pensamiento político, requiere
prestar atención no solo a nuestra familia o comunidad más próxima, sino a todo
lo que implique el interés común a la sociedad, a lo público, en definitiva, a
la República. La democracia exige el mantenimiento de un tejido de
participación permanente en el tiempo. Así tan compleja resulta ser la
democracia, a tal punto que Rouseau sostenía que era un régimen más próximo a
los ángeles que a los hombres.
Como se analizó en el artículo anterior, la apatía ciudadana
ha permitido que la influencia de poderes ajenos a la política termine
incidiendo sobre ella, ocupando el rol que le corresponde a la participación
civil. Mientras los ciudadanos argentinos, en su carácter soberano no recuperen
ese lugar, ninguna posibilidad de éxito tiene la Republica. Es cierto
que no todas las naciones durante todo el tiempo requieren la misma intensidad
de participación ciudadana en las cosas de la republica, pero cuanto más
deficiente es la representación, cuando más desnaturalizada está la relación
entre la sociedad y las instituciones que ejercen el poder, cuando el desanimo
y el descrédito del pueblo en sus gobernantes llega a niveles tan alarmantes,
mayor es el esfuerzo de participación que se le requiere para salir de la
ciénaga.
Entre nosotros, la democracia es un ideal del que se cree, mayoritariamente,
que por el solo hecho de tenerla implantada como sistema nos va a asegurar la
organización de la sociedad desde la igualdad y libertad política, y que de tal
sistema emanarán los mejores representantes. Pero entre la representación y la
decisión popular está la deliberación, actitud innata a la democracia
que entre nosotros no existe, y que requiriere de una conducta de la que
carecemos: saber escuchar. Para disentir o apoyar, primero hay que escuchar.
Los argentinos no escuchamos, solo nos escuchamos a nosotros mismos, y así no
existirá nunca deliberación posible. Quien primero no escucha, luego no habla,
se habla solo a sí mismo. La democracia debe establecer el pleno ejercicio de
la discusión pública, mediante la cual se acuerda, se disiente y se ejerce el control efectivo y permanente
de la marcha del gobierno.
A la luz del grave problema de la dejación participativa en
la vida de la república, vemos como la democracia peronista no solo se ha
consolidado, sino que impide el crecimiento de estructuras –partidos políticos-
ideológicamente serios, estructuralmente organizados y sostenidos en el tiempo.
Aunque sea arriesgado dar una respuesta sobre cuál es la
decisión última que tiene un elector frente a la elección de su gobierno, el
temor ante la inseguridad por lo nuevo y sobre todo, la idea razonable de que
siempre se puede estar peor con el porvenir, juegan un papel importante. El no
arriesgar ante lo desconocido, por más y mejores propuesta e intenciones que
las posiciones reformistas pregonen, es una condición propia de los pueblos
políticamente dóciles, entre lo que predomina mayoritariamente el sometimiento
al populismo demagógico y donde solo una minoritaria aristocracia vanguardista
apuesta por la ruptura con sistema establecido. Es tal el temor que tiene la
sociedad aborregada a perder sus canonjías, que aun demandando cambios profundos, luego esa voluntad
expresada no se refleja en apoyo de las propuestas electorales que vean en ese
sentido. Se piden políticos nuevos, cambios de sistema, pero ante lo incógnito
del porvenir se termina apoyando lo mismo de siempre.
De ahí que la propuesta de la democracia peronista aun
perdure, ya que la idea fuerza de la “justicia social” sigue vigente en el
subconsciente de la gente, y esta idea se convierte en el elemento conductor
entre el electorado y la decisión de voto, el que va más allá de quien sea el
candidato. Existe aun la esperanza extendida en el tejido social, de que el
peronismo aun puede reeditar a un nuevo Perón que devuelva la felicidad
hurtada, precisamente en la creencia popular, a manos del antiperonismo,
identificados con el capital, y las ideas liberales o conservadores, y por lo tanto, el milagro de
un “nuevo perón” solo es posible dentro del movimiento.
Así vemos como han fracasado en la argentina los intentos de
consolidación de multitud de partidos políticos, tanto de orientación de
izquierda como de derecha, pero es que el pueblo no diferencia a los partidos
por su ideología (orden racional), sino por los mensajes emanados del poder
fáctico que ejerce el movimiento peronista, el que apela miserablemente a los
sentimientos del elector para descalificar a la oposición. Lamentablemente
contra esas prácticas, nada pueden hacer los espíritus éticos, y mucho menos
cuando los medios de comunicación son cómplices de tal patraña.
La perversión electoral que teje el movimiento peronista
para asegurar su permanencia en el poder llega a casos extremos, como ha
ocurrido en las últimas elecciones, en las que sin presentarse el peronismo
como partido llega a gobernar a través de una de las facciones del movimiento.
Todo un alarde de fraude electoral en el que la participación de “alianzas” sin
solera ni reglamentos, constituye en sí una des legitimidad del proceso de
elección.
La otra pata que sostiene al movimiento peronista es el voto
obligatorio, y sin entrar ahora a realizar una justificación ética de mi
oposición a la obligación de sufragar, solo el sostenimiento de la inmoral
concepción de obligar a opinar a quienes no se sienten con fuerza de ánimo o
actitud para ello, el desamparo del ciudadano que ha de decidir sin
conocimiento suficiente, sin unas ideas contrastadas de lo que es bueno o es
malo -circunstancia de la que se aprovecha la democracia peronista para
mediante la demagogia sumar apoyos-, es motivo suficiente para que nos alcemos
en contra de tal anacronismo impropio de las democracias modernas.
Por otra parte no es difícil entender como pueden coexistir
en el peronismo distintas raíces pragmáticas (no ideologías), pero esa es la
base del movimiento peronista, una masa ideológicamente analfabeta,
políticamente perversa, democráticamente imprudente, y con una apetente
antropofagia por el poder carente todo escrúpulo, que de una u otra forma
cumplen con su cometido: le permite reinar.
A partir de aquí la pregunta que corresponde hacerse es,
¿cómo se combate la democracia peronista?. Y como las experiencias políticas de
partidos alternativos ha fracasado, cabe otra pregunta ¿porqué?..
En mi opinión, el ciudadano no tiene porqué cambiar, y no
cambiará hasta que descubra que convive con el error, lo cual pretendo poner en
evidencia en este ensayo. Por lo tanto, se trata de despertar en el ciudadano
la curiosidad por descubrir por qué somos tan vulnerables, y la responsabilidad
que en ello nos cabe, y a partir de un razonamiento elemental, nos lleve a
revelar nuestra connivencia y convivencia con el error.
Para ello es preciso activar actitudes que permitan revisar
comportamientos, los que solo se pueden lograr con la ayuda de la sociología,
la psicología o la filosofía desde su estado más natural y primigenio. En la
conjunción de estas ciencias está el principio de la solución, las que por
ejemplo, debieran dar lugar a la redacción de un cuestionario autoinductivo que
ayude al ciudadano a despertar su conciencia democrática (tema desarrollado en
otro trabajo). Desde la política partidaria nunca se logrará este objetivo, ya
que ésta tiene por misión formular las propuestas y programas con los que
ejercerá el poder, los que recién podrán ser asumidos cabalmente por el
elector, cuando efectivamente sea consciente de todo cuanto hasta aquí he venido
desarrollando.
A partir de que el ciudadano acepte por propia convicción
cual es su rol en la vida cívica, podremos contar con ciudadanos con plenas
facultades para ejercer sus derechos políticos, y recién ahí habrá lugar para
verdaderos partidos políticos nacionales que confrontan ideas, las que con el
tiempo se consolidarán en creencias y que darán lugar a las alternativas que
debemos cotejar frente a la elección de un gobierno.