martes, 27 de marzo de 2012

PREMISAS PARA LA NUEVA REPÚBLICA


(*) El artículo pertenece a Ideas y Sugerencias para la Fundación de la Cuarta República y fue  presentado en septiembre de 2001 al ex presidente De la Rúa.

(Segunda parte)


Las Regiones Federales.


La regionalización del país como elemento de descentralización  nacional y fortalecimiento territorial, es una imperiosa transformación que debemos encarar sin dilación. En el principio de subsidiaridad se encuentra una idea tan simple como efectiva que recomienda que las decisiones se deban tomar en aquel nivel de la administración en que resulten ser más eficaz para cumplir con su finalidad.

Un aspecto importante consiste en revisar la actual estructura de división política y administrativa del país –provincias y municipios-  como base de la organización territorial en donde reside el federalismo constitucional. En estas Ideas y Sugerencias se propician una regionalización de nuestro país, incorporando la figura de la Región Federal. Nuestros antecedentes constitucionales definen claramente el concepto federal nacido de la voluntad de las provincias de constituir un Estado Federal, al cual lo dotaron de las competencias que los Estados provinciales cedieron a la nación. En cuanto a la soberanía nacional, en los sistemas federales, la soberanía es compartida, bajo la premisa de la lealtad constitucional entre los Estados Provinciales y la el Estado Nacional, y ello constituye uno de los principios fundamentales del modelo de distribución territorial del poder público.
En el federalismo, los estados que lo componen participan como tales, en la formación de la voluntad general manifestada en la conformación de las leyes con la participación de los Senadores en representación de los estados provinciales, tal como la disponía la constitución de 1853. La cámara de senadores tiene la obligación de examinar la legislación desde el punto de vista de cómo afecta ésta a los intereses territoriales. Esta clase de presencia y misión, también se registra, por ejemplo, en el Senado EE. UU (dos senadores por estado) o en el Bundesrat alemán (199 senadores), símbolos del federalismo universal. El Bundersrat (cámara de las regiones) tiene un veto efectivo sobre la legislación y está compuesta por representantes de los gobiernos de los estados. Y también lo fue así en la Argentina hasta que la brutal reforma constitucional de 1994 destruyó uno de los puntales del sistema federal, al desvirtuar la razón de ser de Senado como cámara de representante de los estados provinciales. Hoy el Senado, al ser los Senadores elegidos en forma directa por el pueblo, modificó drásticamente el origen del mandato de los Senadores el que antes recaía en los parlamentos provinciales, asimilándolo en su concepción, a la Cámara de los diputados, cuya representación sí corresponde en una organización federal al pueblo de nación. Francia es otro ejemplo de elección indirecta, donde los senadores (321 senadores) son elegidos por una asamblea (colegio electoral) de representantes regionales y locales, con el fin de que no solo representen los intereses de las regiones, sino también el de los gobiernos locales. En todos los casos de parlamentos con dos cámaras, la “otra cámara” siempre y al margen de cómo se elija a los representantes, personifican los intereses territoriales.
Respecto de las facultades delegadas por los estados provinciales argentinos a la nación, los fracasos son múltiples. Por ejemplo la facultad de emitir moneda que se delegó en la nación y que hemos visto burlada en los últimos años con la emisión de  bonos por parte de las provincias, los que se utilizan como moneda de curso legal. En sentido inverso, muchas de las transferencias de la nación a las provincias se debió a la llamada “reducción del estado nacional”, la cual no respondió a una planificación consensuada, sino al hecho de quitarse competencias con el fin de disminuir (falazmente) el déficit presupuestario nacional, trasladándolo a las provincias.
No se trata aquí de analizar cada una de las principales deficiencias que con el correr del tiempo se han ido produciendo en la relación de competencias entre el Estado Nacional y los Estados Provinciales, pero no se puede dejar de mencionar por ser de vital importancia, lo que conocemos como coparticipación federal de ingresos fiscales.  Los ingresos fiscales constituyen uno de los pilares donde se debe apoyar la organización nacional, y por lo tanto, no es prudente que los Estados Provinciales continúen cediendo los derechos de recaudación a la nación para que esta los devuelva, teóricamente, mediante los supuestos de la coparticipación, sino que debemos ir a una política de recaudación de correspondencia fiscal, en donde las regiones sean las principales artífices de la recaudación. Esta cuestión, unida al rediseño de las competencias que hoy sostienen cada uno de los estados, se deben debatir en el marco del Proyecto Nacional, en donde y a la luz del avance tecnológico, la globalización de la economía, el comercio, y la mala experiencia del actual modelo de coparticipación, se rediseñe un sistema de esfuerzo compartido y equidad distributiva que propicie una verdadera República Federal. En resumen, para que el federalismo sea una realidad se necesitan dos pilares, el político, plasmado en la organización territorial, y el de los ingresos con los que satisfarán todas las obligaciones de cada uno de los estados territoriales. Hoy en nuestro país el primero está herido de muerte y el segundo extinguido, y así no hay federalismo.
Es prudente aclarar que, si bien en estas Ideas y Sugerencias estará presente el espíritu del mayor desarrollo de las competencias por parte de las regiones y los organismos locales (municipios, mancomunidades), no debemos perder de vista las relaciones supraregionales que deben existir, ni tampoco perder de vista el objetivo de la unidad y homogeneidad de la nación, no solo como expresión jurídica, si no también de calidad de vida, y sin caer en la tentación de una confederación de estados, en los que cada uno diseñe y adopte formas diferentes cuando no contrapuestas de organización y esquemas en materia de políticas sociales, económicas, educativas o sanitarias, las que una nación federal deben guardar una coherencia nacional. En la Argentina de hoy, hay serios síntomas de que esto está ocurriendo, por ejemplo, en la educación en donde cada provincia va a su aire en cuanto a la conformación de planes de estudio, niveles de exigencias y esfuerzo presupuestarío.


La regionalización del país

Para abordar el análisis de la regionalización, debemos tener en cuenta la estrecha relación que existe entre los conceptos de gobierno y administración, cuyas fronteras en algunos casos son difusas. La función de gobierno es una actividad propiamente política, en el sentido de que establece las directrices o grandes orientaciones del funcionamiento de los órganos públicos con la finalidad de alcanzar los objetivos esenciales del Estado, es decir, que el gobierno se involucra en:
 a) La concepción de políticas globales y sectoriales.
 b) La determinación de prioridades.
 c) La asignación de recursos financieros y medios materiales para la consecución de la planificación.

La función administrativa por su parte, tiene a su cargo la realización material o concreta de aquellas decisiones, y por ende es una función eminentemente fáctica que se debe subordinar al principio de subsidiaridad y debe perdurar más allá de la gestión política.
Por lo tanto, es preciso tener presente los conceptos de  división política  y división administrativa a los efectos de proponer una organización viable y sustentable en el tiempo. En ese sentido destacamos el concepto de descentralización, afirmando que las Regiones Federales que propongo no es sólo una forma de concebir el funcionamiento del Estado, sino que es sobre todo, una forma de articular el poder político, es decir, una forma de repartir ese poder.
La autonomía dentro del ordenamiento estatal se manifiesta al menos en dos aspectos principales: uno, en cuanto al origen o constitución de la entidad, la que se expresa en la facultad de regular su propia estructura y darse la forma de gobierno y administración que estime más apropiada para cumplir sus propios fines; y dos, respecto al ejercicio de sus funciones específicas, para lo cual cada entidad deberá decidir dentro de ella con plena independencia respecto de otros estamentos.
En función de las observaciones realizadas, en estas Ideas y Sugerencias se propone que el Estado Nacional se organice territorialmente en Municipios, Provincias y las Regiones Federales que se constituyan. Las Regiones y Provincias deberán gozar de autonomía para la formulación de su forma de gobierno, y los municipios deberán adoptar la forma de gobierno que las legislaturas provinciales definan.  Sin embargo, los tres niveles gozarán de independencia para el ejercicio de sus funciones específicas y debiendo existir un sistema de contralor en cada nivel y entre ellos en forma reciproca.

De este modo las provincias limítrofes con características históricas, culturales y económicas comunes, podrán constituirse en Regiones Federales Autónomas.

Si bien es cierto que nuestro sistema federal en teoría se acerca al modelo propuesto, en la práctica no ocurre así, ya que existen intervenciones cruzadas en todas las direcciones. Por ejemplo, con la ausencia de correlación fiscal y la consecuente autofinanciación de sus presupuestos, cuestión clave para una organización federal responsable. Como ya analizaremos, el objetivo de la regionalizan tiene el doble propósito del reequilibrio competencial, dotando de masa critica a la nueva estructura regional para que bajo el principio de la subsidiaridad, las regiones adquieran responsabilidades fiscales, quedando para más adelante si así resolviere, una segunda transferencia, desde la región hacia las entidades locales, (provincias y municipios).  Esta división político-administrativa tendrá por objeto:
a)    Promover la optimización de los recursos, hacer viable la fiscalidad y reordenar la distribución geográfica de la población.
b)    Propiciar una participación efectiva de la población en la definición de su propio destino como entidad local.
c)    Acercar a la sociedad la igualdad de oportunidades y recibir los beneficios del proceso de desarrollo.
d)    Propender la necesidad de una mejor utilización del territorio y sus recursos naturales.
e)    Incorporar al seno de las Regiones, Provincias y Municipios las ideas de desarrollo y planificación local, dentro del contexto del Plan Nacional.

La introducción de la figura del gobierno regional constituye quizás la más importante innovación que se propone en este trabajo, respecto de la estructura del Estado desde el punto de vista orgánico y funcional. Consagrar una administración regional con atribuciones fiscales que le proporcione recursos financieros propios y responsabilidad directa en el desarrollo económico, comercial, social y cultural en las esferas de competencia propias de cada región, es el más grande desafío que tenemos por venir. Para ello la verdadera revolución federal consiste en invertir el esquema de coparticipación, haciendo recaer en las regiones el peso de la recaudación fiscal, incluso al extremo de que la recaudación recaiga exclusivamente en las regiones. Siendo así las Regiones deberán pagar un cupo a la Nación en función de las Competencias que ésta conserve, pero nuca al revés (coparticipación inversa). Entre las actividades delegadas en la Nación, estarán las relaciones exteriores, la administración de la Defensa y Seguridad de la Nación y el gerenciamiento del Proyecto Nacional, injerencia del gabinete del Gobierno y Parlamento Nacional. Este esquema conforma uno de los pilares fundamentales sobre el que se debe apoyar la Nueva República.
Es evidente que la propuesta de regionalizar tiene el correlato de una pregunta, ¿para qué crear la figura de la Región Federal, si la descentralización cabria realizarse sobre el actual esquema de Provincias?. En principio no hay nada que lo descarte, pero no me parece oportuno atomizar en veinticinco estados ciertas competencias, simplemente por una cuestión de eficiencia, algo que guarda relación directa con una cierta masa critica que se necesita para encarar desafíos importantes en temas que de no ser así, seria imprudente descentralizar. Entre las competencias propias de las regiones estaría la gestión de:

a)    La ordenación territorial
b)    La responsabilidad fiscal
a)    El comercio interior y exterior en cuanto a la promoción se refiere
b)    El desarrollo de la industria, la agricultura, pesca y minería;
c)    El transporte local y su inserción dentro del Plan Nacional
d)    La administración de Justicia
e)    La función de Policía y Seguridad (compartida con la nación)
f)     La protección del medioambiente
g)    La promoción del turismo, deporte y cultura
h)    La gestión de la educación
i)      La investigación científica.

Todas y cada una de las cuestiones antes referidas deberá estar en un todo de acuerdo con el marco delineado en el Proyecto Nacional.

Está comprobado que la riqueza de las regiones se correlaciona con la cualificación de su población, la calidad de sus recursos (no solo naturales) y como se gestionen los mismos.  Por otra parte, no es conveniente multiplicar (por 25 según el numero actual de provincias, entre la que se incluye la capital), ciertos organismos que estarían realizando idénticas funciones a escasa distancia (capitales de provincias). La necesidad puramente funcional de la planificación económica y la prestación de servicios sobre zonas de mayor población motiva, en algunos casos, la agrupación de las provincias tradicionales en regiones federales. En otros casos, por ejemplo el conurbano bonaerense, ocurre justamente lo contrario.
Sin que esto sirva de argumento central, pero vale el dato, los estados que conforman la Unión Europea, -incluso la más centralista, Francia-  tienen este tipo de estructura regional, al igual que Canadá. En el extremo del centralismo, al menos en cuanto a los aspectos fiscales, se encuentra Australia, país al que por cierto, no le va nada mal. Esto se explica, y así se lo debe interpretar, que podemos hacer de las doctrinas y esquemas de organización una cuestión trascendente, aunque siempre primará la eficiencia por sobre los dogmatismos. Ahora bien es cierto que hay sistemas que facilitan la eficiencia, o si se quiere, dificultan caer en el desorden, y precisamente eso es lo que los argentinos debemos buscar, un sistema que propicie hacer de los gobiernos regionales instituciones virtuosas, algo que parece más probable de conseguir cuando las decisiones se toman lo más cerca posible del ciudadano. A su vez, la suma de gobiernos virtuosos hará de la República una estructura virtuosa, que es la única manera sustentable de insertarse en el primer mundo.
Cave destacar que en el proceso de regionalización federal debe estar presente la simetría, esto es, que todas las regiones recibirán un trato similar desde y hacia el Estado Nacional. Sin embargo, esto no debe ser óbice para que el nuevo esquema de reparto de competencias que se decida dentro del Proyecto Nacional, se deba asumir al unísono y bajo las mismas condiciones inicialmente para todas las regiones, sino que las delegaciones se deben adecuar a la mejor situación, que en tiempo y forma se evalúe y acuerde en cada caso. Ello llevaría a establecer un dialogo negociador entre las nuevas regiones y el Estado nacional, el cual en principio, no se debería agotar en el tiempo, aunque inicialmente tenga un ritmo mayor.

Lo expuesto significa la aplicación de un principio básico de la descentralización, que postula la maximización de beneficio social a partir del incremento de la eficiencia y la eficacia de la acción estatal, cuya gestión estará  directamente supervisada  por los mismos beneficiarios.

La iniciativa del proceso autonómico deberá corresponder a los Parlamentos Provinciales actuales y al Senado de la Nación en su carácter de Cámara territorial, los que deberían acordar la regionalización y someter su resolución a plebiscito de los ciudadanos de los territorios involucrados. Queda por debatir la necesidad de mantener o modificar las actuales divisiones locales, provincias y municipios, que como ya veremos en el caso de los municipios, esta institución no solo se verá fortalecida, sino que además se erigirá como el elemento fundamental de la estructura federal.
Una idea central de estas Ideas y Sugerencias es lo relativo al gasto público, considerando fundamental sujetar los gastos para el funcionamiento de la organización federal en todos sus niveles, a un porcentaje de la recaudación (convertibilidad fiscal) algo que indefectiblemente deben ser un precepto constitucional. La correlación entre el gasto y los ingresos públicos es algo irrenunciable y definitivo para el reaseguramiento de la viabilidad del Proyecto Nacional. Dada la histórica tendencia al déficit público y a la vulnerabilidad de las leyes que lo han intentado delimitar, en esta materia debemos ser inflexibles y categóricos, por ello se propone llevar este precepto a la mismísima Constitución Nacional, que como ya veremos, a quien la viole se le aplicarán las consecuencias derivadas de la prevaricación constitucional.
En cuanto a la distribución del gasto en los distintos niveles, por lo general en los países con una organización federal se estima correcto una repartición del peso del gasto del Estado (o participación del Estado en la vida de la nación) del orden de un 40%, otro 40% las regiones (y sus provincias), y 20% los municipios, procurando que la tendencia en todo caso fuese a disminuir las participaciones de la nación y regiones a favor del municipio. Claro que esto llevará tiempo, el tiempo que el sistema requiere para que se fortalezca la idea municipal, pero sin perder de vista la importancia del entorno nacional, algo que un país tan extenso y despoblado como el nuestro es importante observar en todo momento. Por ello se entiende que bajo el paraguas de la subsidiaridad, se reparta la responsabilidad recaudatoria como mínimo en un principio, en igual porcentaje entre la nación y las regiones, aunque como hemos dicho, esto dependerá inicialmente de las condiciones de partida de cada región.
Seguramente se pueda tener la impresión de que el sistema propuesto lleva a incrementar el número de representantes políticos, lo cual no tiene porqué ser; ya veremos cómo este aspecto cuando formule una propuesta de representación sobre el esquema propuesto. No obstante es prudente realizar algunas observaciones respecto de un tema muy trillado y no sin razón, cual es él número actual de representantes y el gasto que ello origina, y aquí debemos separar las dos cosas: 1) lo que significa en sí la actual relación entre población y representantes y 2) el gasto inútil –sea político o de cualquier origen-  algo que debemos estar todos de acuerdo en su abolición, ya que no debemos simplificar el problema creyendo que todo pasa por achicar el estado de representatividad o cerrar dependencias. Debe quedar claro que para administrar el país  debemos contar con el número de instituciones y organismos suficientes, que aseguren el correcto funcionamiento de la Nación. A su vez debemos observar un estricto cumplimiento, tanto en los métodos para promover el ingreso de los funcionarios a la función pública, como en el escalafón y las formas de promoción, para lo cual la legislación al respecto se debe basar en el criterio de excelencia y meritocracia, desterrando el concepto que ante la función pública somos todos iguales. En la base, en cuanto a los derechos individuales para el acceso a las diferentes opciones, si somos todos iguales, pero a partir de allí, en lo que concierne al esfuerzo, la capacitación y las aptitudes personales, estas deben recibir el justo premio del contrato concursal. Justamente al no tener como meta estos principios, la administración y la gestión política se a desacreditado a extremos tales que solo se nos ocurre como solución la reducción de su tamaño, sin tener en cuenta que se deben guardar ciertas relaciones de proporcionalidad entre la población, las dependencias públicas y el número de  funcionarios. Aquí se defiende el mercado como hecho económico, pero debemos tener claro que no es posible el mercado sin estado. 
Se trata por lo tanto, de introducir en la administración de la cosa pública el concepto de eficiencia que se deriva de la subsidiaridad, principio que considera la relación o vinculación de los ciudadanos y el personal burocrático encargado del desempeño de las funciones propias del gobierno, el que debe tener como norte, la simplificación, cercanía y rapidez de los trámites. Estos aspectos tienen relación con el esquema de regionalización y con la descentralización realizada desde el Estado nacional, pero también con la geografía del país y sus comunicaciones. En definitiva, que tratando sobre la regionalización, estamos hablando de la tan cacareada Reforma del Estado, en la que nadie parece querer entrar seriamente.
En el Proyecto Nacional se deberán delinear las formas en que se descentralizará la administración del Estado, así como la trasferencia de competencias a los gobiernos regionales y de estos a las entidades locales, (provincias y municipios) o las mancomunidades de municipios. A su vez, cuando un gobierno solicite el traspaso de competencias y recursos esta solicitud deberá estar sustentada con estudios y antecedentes que demuestren la viabilidad de tales traspasos.
Los principios en los que se deben basar la relación entre los estados, deben ser racionales, equitativos y solidarios desterrando la mala praxis en que el estado nacional se despoja de competencias de forma arbitraria, no por convencimiento o criterios de administración, sino que en muchos casos debido a circunstancias coyunturales o de presupuesto, como por ejemplo la falta de recursos para mantener el servicio en cuestión. Cuando las transferencias se realizan sin recursos o se deja en manos de administraciones que no están en condiciones de recibir lo transferido, el que se resiente es el servicio que se descentraliza o transfiere, ya sea por falta de presupuesto (recursos) o incapacidad para gestionarlo.  En cada transferencia se deben instrumentar los mecanismos institucionales de comunicación y debate entre la región y el nivel central o entre los niveles en los que se realiza la transferencia, que genere negociaciones interestatales responsables y serias, apoyadas en consideraciones técnicas y económicas para dar cabal cumplimiento al mandato de la descentralización administrativa.
En todo el proceso de regionalización debe participar intensamente la Cámara de Senadores como estamento parlamentario representante de los gobiernos de las Regiones. En virtud de ello sería deseable que los gobernadores o presidentes regionales integren la Cámara de Senadores como miembros con vos aunque sin voto.

Las asociaciones voluntarias entre estados que el esquema propuesto requiere, se debe constituir con criterios sustentables de estabilidad y no por el solo hecho de cuestiones económicas, como en alguna medida ya ocurre con el NOA, NEA, Cuyo, Mesopotamia, sino que la nueva estructura de la región deben sustentarse en hechos superiores, en donde la unidad del conjunto refuerce su peso dentro del esquema de poder de la nación, mediante el fortalecimiento de las estructuras locales y la reunión de sus sinergias. Por otra parte, el Proyecto Nacional debe propiciar incentivos específicos para las nuevas administraciones que se creen, de forma tal que el pueblo pueda apreciar los beneficios de la propuesta.
Resulta evidente que dada la anómala distribución de la población entre las actuales provincias, se deberá contemplar la constitución de regiones autónomas uniprovinciales en aquellos casos en que la magnitud socioeconómica y territorial lo justifique, por ejemplo Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y la ciudad de Buenos Aires, tienen suficiente masa critica para la autogestión, lo cual les permite asimilar sin dificultad los nuevos desafíos. Más aun, en el caso de la provincia de Buenos Aires se debe contemplar la posibilidad de la división provincial, contemplando la provincia del conurbano con capital en La Plata, y el resto de la provincia con capital en Tandil.
No estoy de acurdo con ciertas campañas que se instrumentan recurrentemente para reducir los gastos de “la política” incluyendo la reducción del número de provincias o municipios. En estas Ideas y Sugerencias se aboga por todo lo contrario, si cabe el caso, por que se constituyan fundamentalmente todos los municipios que siendo viables, lo avale una organización administrativa territorial lógica. En cuanto a la división político-administrativa, España con 41,8 millones de habitantes cuenta con 17 Regiones Autónomas, dos Ciudades Autónomas, 36 provincias y aproximadamente 8100 Ayuntamientos, de los cuales solo 3171 tienen más de 1000 habitantes. En Italia, con 52,3 millones de habitantes, la organización es similar: allí hay 22 regiones (de Régimen Especial y Común), 111 provincias y 8101 municipios. Con las regiones de regimen especiales ocurre algo similar como con algunas Autonomías españolas (el carácter Foral de Navarra y el País Vasco), en cuanto han conservado antiguas diferenciaciones históricas, hoy fundamentalmente reflejadas en diferenciaciones de tipo impositivo.
En el caso de Francia, con 58,5 millones de habitantes, país con el sistema unitario más acentuado de toda la UE, las divisiones político administrativa también se constituye en regiones, que en el continente suman 24. Completa la división administrativa los 100 departamentos (provincias)  y las 36.763 comunas (municipios). Los países europeos en general privilegian las regiones y en todos se encuentran los tres niveles de administración, regional, provincial y municipal, con la excepción de Holanda, país que se organiza mediante dos niveles, provincias y municipios, los sí gozan de una gran autonomía y recursos propios. Australia se desmarca de la tónica europea, siendo el sexto país en extensión y con 22,5 millones de habitantes, administrativamente  se divide en seis estados, tres territorios continentales (prácticamente estados) y otros territorios insulares
Es de destacar que para Europa las regiones tienen una identidad muy significativa y a su vez, son centro de máxima tensión política por las reivindicaciones que plantean en algunos países. Ello está ocurriendo con el gobierno del País Vasco, que demanda la creación de un “Estado Libre Asociado”, algo que más allá una falta tremenda de sentido histórico y practico, no cabe ni en la Constitución Española, ni en la Unión Europea. También en Italia con la Liga Norte ocurre algo similar pero con un tono más moderado. Irlanda, aunque por distintos motivos, tiene problemas de integración y está por ver como evolucionan algunas nuevas republicas de la Europa del este.
Las regiones tienen representación en el Parlamento Europeo, y constituyen el Comité de las Regiones que es la más joven de las instituciones europeas y que consta de 222 miembros.  No son pocos incluso los que sostienen que la Comunidad Europea debería ser la “comunidad de las regiones y no de las naciones”, algo sin duda opinable y que la evolución de la UE se está encargando de erradicar, ya que nadie con criterio de integración está dispuesto a renunciar a los estados nacionales.
Si nos atenemos a los números de municipios y regiones que hemos visto tienen los países citados, no parece que nos debiéramos escandalizarnos porque en Argentina contamos con 23 provincias, una ciudad autónoma y aproximadamente unos 1900 municipios. Respecto de la división municipal de las provincias argentinas, sí se observan verdades incongruencias y desatinos. El Grupo Innova a publicado datos muy interesantes sobre la organización del municipalismo en nuestro país. Así revelo que, el 82 por ciento de las comunas tiene menos de 10 mil habitantes. San Luis es la que tiene la mayor cantidad de gobiernos locales con una población menor a 10.000 habitantes: 62 de 64, lo cual representa el 96,9% del total de sus municipios. Le siguen La Pampa, con 94,9% (75 de 79); Córdoba, con 92,3% (395 de 428); Entre Ríos, con 92,1% (233 de 253), y Jujuy, con 91,7%(55 de 60). La Rioja tiene 18 gobiernos locales, de los cuales 13 tienen menos de 10.000 habitantes.
Buenos Aires no es sólo la provincia más poblada, sino también la que concentra mayor cantidad de habitantes promedio por municipio: sus 13.755.993 habitantes están representados por 134 unidades político-administrativas en el nivel local, dato que arroja un promedio de 102.656 habitantes por gobierno local.
Los autores del proyecto apuntan, sin embargo, que "no existe una correlación directa entre la cantidad de habitantes de una provincia y el número de gobiernos locales en que se divide". "Así, la segunda provincia más poblada del territorio nacional, Córdoba, tiene el triple de gobiernos locales que Buenos Aires, cuya población es 4,5 veces más grande”. Cabe la pregunta ¿Córdoba tiene muchos o Buenos Aires pocos?, como bonaerense, creo que en la provincia de Bs.As. es necesario un mayor número de gobiernos locales, especialmente en el conurbano.
Las desproporciones encontradas me llevan a afirmar que si consideramos las extensiones (superficie) de los países europeos citados, sus poblaciones  y las comparamos con la nuestra, esta sola cuestión exime de más consideraciones respecto del número de municipios o provincias. Y la justificación no se basa en la mera comparación, sino al criterio de eficiencia al que me he referido, considerando que en gran medida la eficiencia que demuestra la política administrativa en aquellos países en donde las cosas funcionan razonablemente bien, se debe a la proximidad entre los que deciden y los ciudadanos, lo cual potencia el control del poder y con ello, disminuye la impunidad ante la corrupción. Pero a su vez cuando consideramos la población de una unidad administrativa, por ejemplo un municipio, esta nos debe reflejar el grado de competencias que puede asumir. Evidentemente al igual que en Europa, los municipios que tienen menos de 10.000 habitantes, no pueden asumir grandes retos, y allí cobra importancia la Mancomunidad de Municipios de la que ya hablaré.
Antes quiero referirme a la remuneración de los cargos políticos, ya que si bien creo que es deseable incrementar el nivel de participación, no necesariamente en todos los casos las funciones políticas deben ser remuneradas. Ese es el caso de los concejales de pequeños municipios, por ejemplo los que tienen menos de 10.000 habitantes, en los cuales su labor pública es absolutamente compatible con la vida laboral privada y por la tanto las concejalías debieran ser ad honorem.
A su vez el mayor problema que afrontan los municipios de escasa población, es que no pueden prestar eficientemente los servicios públicos, como la recolección y tratamiento de residuos, el abastecimiento y distribución de agua potable, el mantenimiento de calles y caminos y todos los servicios en general, y para ellos, la solución es la mancomunidad de varios municipios. Veremos así que este organismo tiene un sentido puramente de gestión técnica, y por lo general, relacionado con la prestación de servicios específicos. La figura de la mancomunidad de Municipios, encaja perfectamente en nuestro esquema de país, dando así escala a los municipios mas despoblados, lo cual les permite asumir competencia que por si solo sería imposible. Si vamos al otro extremo en la relación habitante municipio, nos encontramos con las grandes ciudades, Rosario, Córdoba o Mar del Plata entre otras a las que se debería dotar de un carácter especial, tal como se ha hecho con la ciudad de Buenos Aires. Aquí lo suyo es proyectar una legislación específica para las grandes ciudades con más de 250.000 habitantes.
Entre los caso especiales y extremos, encontramos el cinturón del gran buenos aires, el que no conveniente administrar conjuntamente con el resto de los municipios de la provincia de carácter eminentemente rural. En el extremo opuesto en cuanto a la relación entidad administrativa (municipio) y su población, encontramos la provincia de San Luis la que se aproxima más a una mancomunidad de municipios, que a un estado provincial.
Pero bien es sabido que es muy difícil, sustentado por la tradición, los celos, el orgullo, o lo que fuere, que desaparezcan por fusión municipios y/o provincias, y más aun, nadie asumiría ser “absorbidos”. Por eso se trata de diseñar un esquema para la integración de estados, bajo la premisa de “aglutinar sin destruir”, con el propósito de dar escala y magnitud a las nuevas entidades políticas.
En la tabla siguiente veremos una posible regionalización, a la vez que se proponen los representantes que de ella saldrían para la conformación del parlamento nacional y regional, en donde se refleja la relación entre los representantes y los habitantes. En ambos casos, la elección de candidatos está pensada sobre el esquema de circunscripciones binominales, en donde se eligen dos representantes al parlamento nacional y cuatro representantes al parlamento regional.

Respecto de la estructura parlamentaria, en este trabajo se ha defendido el mantenimiento de la Cámara de Senadores y en  La unicameralidad de la Legislatura Nacional se pude leer la defensa que hago del Senado.
 
La organización de las Administraciones Locales




En estas Ideas y Sugerencias, se denominan Administraciones Locales las siguientes unidades territoriales:

a) Los municipios que es la entidad local básica.
b) Las provincias
c) Las mancomunidades de municipios,
d) Las entidades metropolitanas de grandes ciudades.

Las administraciones locales son aquellas que están más próximas al ciudadano, entre ellas la provincia, la que en el caso de las regiones pluriprovincilaes, es conveniente el mantenimiento de una estructura política y administrativa que coordine y gestione las actividades comunes a todos los municipios. Citaré dos ejemplos que esclarecen la justificación de esta unidad territorial; uno es el sistema de gestión de los hospitales, que no la política sanitaria, y el otro, las infraestructuras la red vial y el transporte. En lo referente a esta última, observamos que hay caminos que sirven fundamentalmente a un municipio uniendo sus localidades, son los llamados caminos vecinales y que conforman el damero básico. En cuanto a su mantenimiento, el mismo es inminentemente municipal. En otras ocasiones, estos caminos intercomunican dos o más cabeceras de partidos y se dan casos en que para llegar a unir dos ciudades, atraviesan un tercer municipio para el cual este camino no es relevante. Aquí la mancomunidad de municipios seria el organismo idóneo para la gestión de esta vía. Avanzando en la jerarquía de las comunicaciones nos encontramos con caminos de segundo orden que recorren en algunos casos centenas de kilómetros traspasando la frontera municipal y supramunicipal y son los que conjuntamente con las rutas de primer orden llamadas “nacionales” vertebran las distintas regiones atravesando las diferentes provincias. Bien, como un sistema vial debe ser homogéneo y se debe gestionar con identidad de criterios ya sean las inversiones como las características de la red, la provincia cuenta con la dimensión correcta para administrar con eficiencia su red vial. De este modo, el sistema vial estaría gestionado por las provincias según los lineamientos del Plan Nacional de Vialidad. Las regiones a su vez actuarían como gestores de obras de tipo superior, por ejemplo las autovías y autopistas, integrando todo el país mediante vías de gran capacidad y según las definiciones del planeamiento nacional.
El otro ejemplo que ilustra la necesidad de contar con la estructura provincial lo encontramos en el sistema hospitalario, el cual tiene como elemento primordial el rápido acceso del ciudadano ante la emergencia al centro de atención más conveniente por su especialización, que no siempre tiene porqué ser el más cercano. Aquí no estamos hablando del diseño de los sistemas de salud que corresponderá delinearse en el Plan Nacional de Salud, sino de la gestión de hospitales y la logística para vincular a los que necesitan la prestación de un servicio con el centro más idóneo para ello. Creo que queda claro con este ejemplo, que la gestión de los recursos, máxime cuando estos son escasos, excede en muchos casos el ámbito del municipio y se aleja del ámbito de la región, encontrando allí justificación la presencia provincial. No ocurre lo mismo con el sistema de escuelas, que tampoco es la política educativa la que se deberá corresponderse con el Plan Nacional de Educación, ya que la vinculación entre los establecimientos educacionales, los alumnos y los profesores, existen una planificación predeterminada y una vinculación de vecindad que no requiere ni de logística ni de visión de conjunto, pero si de mantenimiento y asistencia de los centros de estudios, lo que se puede resolver perfectamente, en el ámbito municipal.

jueves, 15 de marzo de 2012

PREMISAS PARA LA NUEVA REPÚBLICA (*)


(primera parte)

(*) El artículo pertenece a Ideas y Sugerencias para la Fundación de la Cuarta República y fue  presentado en septiembre de 2001 al ex presidente De la Rúa.

¿Presidencialismo o parlamentarismo?

Es un secreto a voces que en diversos ámbitos sociales y políticos se especule con la posible renuncia del presidente (De la Rúa), arrastrado por la depresión. Es frecuente  escuchar frases de dirigentes que opinan que "empezó a contarse el tiempo de descuento del Presidente", “el presidente está desgastado”, otros reclaman que se necesita un “presidente legitimado" (recordar que había perdido estrepitosamente las elecciones parlamentarías), y que “hay que hacer valer el peso de los votos", insinúa la oposición, entre otras manifestaciones en el mismo sentido.
Resulta evidente que los problemas que atraviesa la sociedad, el desacuerdo generalizado en la forma de gobernar del presidente, los intereses contrapuestos de los grupos de opinión, y especialmente el cambio en la relación de las fuerzas parlamentarias, no facilita los acuerdos necesarios que requiere la hora actual.
Pero hay algo superior y que complica la ya difícil situación político institucional, y es la rigidez del actual sistema de gobierno, definido como presidencialista puro.
Una premisa en cualquier sistema político ético, es el respeto por la autoridad y la investidura de quien ostenta la máxima representación de la República, cualquiera sea la formalidad establecida para su elección.
Básicamente la designación presidencial reconoce dos formas: 1.- La popular (directa o mediante electores) que es el caso del presidencialismo puro o el semipresidencial, y 2.- La indirecta, el parlamentarismo presidencial en donde el Presidente de la Republica es elegido por la Asamblea Legislativa. A su vez, el Presidente propone a la Asamblea la formación de un gobierno, encabezado por un Primer Ministro o jefe del gobierno y su Consejo de Ministros o gabinete ministerial, los que son responsables colectivamente y responden ante el Parlamento.
Lo expuesto respecto de las formas de gobierno es lo más elemental y sobre este tema se avanzará en estas Ideas y Sugerencias, ya que existen formulas intermedias como el semipresidencialismo, y entre éste y el parlamentarismo se dan múltiple opciones en cuanto a la supervivencia de los dos poderes, la conformación del gabinete ministerial y la confianza que recibe éste del parlamento.
Nuestra Constitución, que se funda en las Bases alberdianas, instauró como forma de gobierno el presidencialismo puro, lo que supone: a) un presidente elegido popularmente y que es el Jefe del Gobierno  y b) una separación o división de poderes tal, que ni el poder ejecutivo ni el legislativo pueden alterar el periodo para el cual han sido elegidos, ni tampoco los mandatos, entendiendo por mandato, la orden o precepto que el supremo –el pueblo- ordena ejecutar a sus representantes. O sea, que los primeros obligan a los segundos, a ejecutar el programa político que se presentara al electorado, y gracias al cual cosecharon los votos por los que fueron elegidos.
El sistema de organización política, tal y como está diseñado, plantea problemas recurrentes que resulta de difícil solución dentro del presidencialismo puro:

1.- Por una parte, el programa y la gestión del gobierno de De La Rúa no estuvieron en juego en las elecciones legislativas del año 2001, y por lo tanto ni el programa ni el gobierno fueron directamente rechazados, pero no cabe la menor duda que la derrota parlamentaría marcó un aviso de condena hacia la gestión de la Alianza imposible de soslayar.
2.- A su vez, el pueblo con su decisión de cambio electoral, alteró la composición de las cámaras parlamentarías, perdiendo la Alianza su control. Esto produjo una modificación en los mandatos legislativos diferente al que se había conferido dos años antes los legisladores, y precisamente el mandato de la nueva mayoría parlamentaria al no corresponderse con el programa y la gestión presidencial, inevitablemente entra en colisión. En términos reales, al Presidente del Gobierno se le hace difícil mantener su programa si pierde la mayoría parlamentaría.
Pero en el caso del gobierno De la Rúa –como antes lo fue con otros presidentes- cabe preguntarse: ¿A respetado el Presidente el mandato que le confiriera el pueblo?, esto es, su programa, ¿es “la Carta a los Argentinos”?. Cabe preguntarse lo mismo del gobierno de Menem ¿su gestión fue la que presentó al electorado en 1989?. Por otra parte, ¿cumplieron su mandato los legisladores en aquellas oportunidades cualquiera fuese su extracción política?
Estos interrogantes tienen por respuesta la más absoluta negativa, por lo cual, si además de poseer un sistema de gobierno excesivamente rígido, tenemos al frente del gobierno a ineptos o prevaricadores y en el parlamento a cómplices o pusilánimes, el problema se agrava.
Sin lugar a dudas estos datos de la realidad están complicando la gobernabilidad del conjunto del país ante la diversidad de criterios y la ausencia de conducción política.
Pero la realidad es que la forma de gobierno es la que es, el presidente De la Rúa es como es y nos guste o no, debemos aceptarlo. Al respecto dice Alberdi en sus Bases “...una ves elegido (el presidente) sea quién fuere el agraciado a quien el voto del país coloque en la silla difícil  de la presidencia, se le debe respetar con la obstinación ciega de la honradez, no como hombre, sino como presidente de la Nación” y continua ..”Cuanto menos digno sea de su puesto (no interviniendo crimen) mayor será el realce que tenga el respeto del país al jefe de su elección, como más noble es el padre que ama a su hijo defectuoso, como es más hidalgo el hijo que no discute el mérito personal de su padre” y concluyo la cita que es más extensa “respetad de ese modo al presidente que una vez lo sea por vuestra elección, y con eso seréis fuertes e invencibles...”. Hasta aquí Alberdi.
Si bien es muy arriesgado interpretar el pensamiento ajeno, es muy posible que cuando Alberdi  pensó el modelo de país que plasmo en las Bases, tenia como datos de la realidad los siguientes: a) el proyecto de la Generación de Mayo que no pudo concluir su obra y darse un gobierno estable, y cuya debacle se profundiza con la “partida” forzada de Mariano Moreno, quien proféticamente manifestara, “me voy, pero la cola que dejo es muy larga”; b) los periodos de disgregación, anarquía y finalmente el autoritarismo, que obligó al exilio a muchos argentinos, entre ellos el propio Alberdi; c) vista la realidad nacional, había que reconducir la situación, y resultaba lógico que ante tanto caos, Alberdi reclamara un “presidente con poderes de rey“, posición que antes, había sostenido Belgrano.
Por otra parte, se me ocurre pensar que cuando Alberdi maduraba sus pensamientos, tenia como referentes a hombres públicos probos y con profunda convicción y fortaleza, de la talla de Moreno, Belgrano y Echeverría entre sus antecesores o de, Sarmiento (mas allá de su encono personal), Avellaneda o Mitre entre sus contemporáneos, y nunca debe habérsele cruzado por su cabeza, la posibilidad de que su proyecto de país fuese gobernado, no ya durante un período de gobierno sino durante décadas, por una dirigencia corrupta y prevaricadora que con total desprecio por el pueblo ha hecho del poder una cuestión personal.
El actual sistema presidencialista ha demostrado sobradamente que presenta dificultades para solucionar los desatinos provocados por la incompetencia de los propios gobiernos o por el obstruccionismo de la oposición, llevado sistemáticamente a poner en crisis la organización sociopolítica desde 1930 a la fecha. En el sistema presidencialista puro de gobierno si no se satisfacen las expectativas que el pueblo ha depositado en la persona del presidente, el régimen no tiene suficientes grados de libertad para su recomposición. Resulta además contradictorio el ejercicio que le confiere la Constitución a la investidura presidencial como “jefe  supremo  de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país”, con las cíclicas propuestas de “concertación”, “gobiernos de unidad”, y tantas formas de acuerdos o consensos que se reclaman desde la sociedad, la oposición y hasta desde el mismísimo partido del gobierno, cuando se trata de llevar a cabo determinadas políticas que ampulosamente se las suele llamar de “estado”.
Es más, el sistema presidencialista impulsa al personalismo, característica esta que está reñida con el interés común y la concertación, ya que subordina el interés general a la persona del presidente y definitivamente bajo el personalismo no hay lugar para el dialogo fecundo y la concertación.
Los intentos de “gobiernos de unidad” por lo tanto son impropios del sistema presidencialista, el cual se basa en mayorías y minorías, donde sólo el representante de la mayoría es elegido para ejercer las funciones ejecutivas y por lo tanto el cogobierno con la oposición está excluido, ya que a ésta le cabe ejercer el control mientras espera el próximo turno electoral para volver a disputar el gobierno. Cuando un gobierno no tiene una mayoría suficiente en un sistema presidencialista, la propia cultura del sistema deja pocos espacios para la  conjunción con otras fuerzas. Nuestro sistema es de gobierno y oposición por cuatro años y hace honor a dicho popular  de que “el gana gobierna y el que pierde controla”. Debemos reconocer que cada sistema de gobierno tiene sus propias reglas, las que en sí mismo no son ni buenas ni malas, si no que funcionan o no según la idiosincrasia de los pueblos.
Así las reglas del presidencialismo son casi herméticas, los grados de libertad para acomodarse a la conformación parlamentaria escasos y las posibilidades de recambio presidencial nulas ante un vuelo abrupto en las elecciones de medio periodo, por lo tanto, si queremos otra forma de entender las relaciones entre las fuerzas políticas y los espacios de poder, la propuesta pasa por un cambio de sistema, por un tipo de gobierno parlamentario o semi presidencial o las diferentes combinaciones posibles.
Estos sistemas tienen la ventaja de ejercer el poder con los apoyos y acuerdos suficientes para gobernar  –aun en el caso de ostentar mayorías propias, aunque cuando esto ocurre, el resultado es muy próximo al presidencialismo-  los que se logran mediante pactos de gobierno acordados en el único sitio donde estos se deben realizar y que no es otro que el Parlamento Nacional, allí donde reside la pluralidad de la representatividad popular. Estoy convencido que será imposible en la convulsionada Argentina, encontrar a esa persona que desde su protagonismo como presidente, logre resolver los complejos problemas de la nación. Por ello creo que debemos migrar hacia otras formas de administrar el poder, donde el ejemplo de la concordia política desde el poder se refleje en la sociedad.
Los sistemas parlamentarios presentan diversas alternativas pero si bien tienen la característica de que el Jefe de Estado (que no del gobierno) carece de facultades decisorias en el proceso político, éste cumple un importante papel como factor de integración nacional. El Poder Ejecutivo es un órgano colegiado, constituido por un Gabinete Ministerial presidido por el Jefe del Gobierno, el que también recibe el nombre de Primer Ministro o Jefe de Gabinete, que cuenta con la confianza de la mayoría del Parlamento y responde políticamente ante éste, pudiendo el Parlamento destituir a uno de los Ministros mediante el "voto de censura" o la "denegación de confianza", así como el Ejecutivo o el Gabinete puede solicitar al Jefe del Estado la disolución de una de las cámaras o el órgano Legislativo completo. Dentro de los diversos modelos semiparlamentarios, existen límites entre las potestades que tienen ambos poderes de influir o intervenir sobre el otro, llegando incluso a la imposibilidad de intervenir.
Una critica que se escucha frecuentemente, es que los sistemas de tipo parlamentarios en la Argentina serían inaplicables por la inestabilidad que generarían. Para ella tengo dos pregunta y un dato. La primera pregunta ¿qué calidad de estabilidad constitucional ha tenido la Argentina desde 1930 a al fecha?. La segunda, ¿no nos creemos los Argentinos capaces de convivir democráticamente dentro de un parlamento para conformar un gobierno”?. Si la respuesta fuere NO, nuestra enfermedad como Nación seria de tal gravedad que ante ello no hay sistema que lo remedie. El dato, corresponde a la realidad: entre los países con los que compartimos una similar idiosincrasia y que gozan de sistemas parlamentarios o semi presidencialistas, sus “inestabilidades” son relativas. Por ejemplo, el concepto que se tiene de los gobiernos italianos es su inestabilidad permanente, pero veremos que esto es relativo, ya en los años 70 y 80  el democristiano Andreotti  ocupo el Ministerio de Asuntos Exteriores y su colega Cossiga el de Interior durante periodos de cinco a seis años, mientras la media de la vida del un gobierno –aclarando que todos dentro de la misma coalición- era de diez meses. Contrariamente en Inglaterra, donde los periodos de gobiernos van de los cuatro a los cinco años, los ministros duran una media de dieciocho meses. En España en los 25 años de democracia, el parlamentarismo ha funcionado en cinco de las siete legislaturas, con gobiernos de coalición, ya que solo hubo dos mayorías absolutas, una de Felipe Gonzáles y otra de Aznar. En los tres paises, aun a pesar de tener sistemas partidarios y estructuras sociales de tan distintas raigambre, los gobiernos han cumplido su objetivo supremo: elevar la calidad de vida y felicidad de su pueblo. Contrariamente el presidencialismo en Latinoamérica, en ningún caso ha funcionado, y si alguien cree que los sistemas políticos están en función de la condición de sus pueblos o de su idiosincrasia, veo mucho más parecidos entre los argentinos con españoles e italianos, que con los bolivianos, peruanos o chilenos. ¿No valdrá la pena pesar que por aquí puede pasar en gran parte el principio del cambio deseado?.

 

 

El sistema de representación electoral


Como se ha expuesto en Corregir disposiciones para mejorar la representatividad, se debe dar un carácter más amplio a la definición constitucional respecto del sistema de representación, los partidos políticos, y el monopolio que hoy ostentan los partidos en la designación de candidatos.
Uno de los criterios que se imponen en gran parte de la sociedad, es que se debe desmonopolizar la facultad de los Partidos Políticos en cuanto a la presentación de candidatos, y permitir la presentación de éstos por “fuera de los partidos”. En principio esta iniciativa parece oportuna para situaciones de crisis y de hecho en agosto del 2002 presenté una iniciativa en esa dirección, debido al empantanamiento en que se había sumido a la elección presidencial en la interna del partido Justicialista. Esta iniciativa que se tituló “Eliminar las Internas”, se publica en el Anexo, y está inspirada en la formula utilizada en Francia para la elección presidencial.
Si bien algún grado de desmopolización se puede estudiar (quiero recordar como ejemplo, que para la elección de Intendente y Concejales que en la Pcia. de Buenos Aires se contempla la figura de las Uniones Vecinales), la vida política de una nación se debe diseñar en sus bases, a través de los partidos políticos y el sistema electoral, elementos indispensables en una democracia representativa. Pero la representatividad no siempre se manifiesta en forma directa o al menos proporcional al sentir de los ciudadanos, y si bien las diversas formas de la representación pueden ser discutibles en sus diferente modalidades, se deben guardar elementales y fundacionales principios que lleven a que la democracia crezca cada día y se fortalezca como el procedimiento más idóneo para confirmar o sustituir gobernantes. La elección indirecta de candidatos por parte de los órganos partidos (Convenciones o Juntas), es una de las formas de elección que en la Argentina aplican solo algunas fuerzas de nueva formación o marginales electoralmente. Los “partidos grandes”, desde el regreso de la democracia en 1982, instalaron con mayor o menor acierto sistemas de democracia electoral directa, mediante el voto de los afiliados. En el Justicialismo, sus elecciones internas han estado siempre supeditadas a acuerdos y componendas que desvirtuaron el hecho democrático, por lo que en más de una oportunidad el voto del afiliado resulto ser una parodia para cumplir con la formalidad. En el radicalismo la expresión democrática interna ha sido históricamente menos sensible a las componendas espurias, hasta que le llegó también la aciaga hora del fraude en la interna entre Terraneo y Moreau (año 2002). En los dos casos, los gobiernos y parlamentarios que surgieron de esos partidos, han experimentado la misma sensación en los ciudadanos: el fracaso. Ello nos lleva  a pensar que en las internas partidarias radica una buena parte del problema de la mala representatividad, o sea, del desencuentro entre el pueblo y los representantes.
Una vez más queda aquí demostrado que los instrumentos que rigen la vida de los partidos políticos contienen los elementos suficientes para asegurar una democrática representatividad, sin embargo esto no ocurre por la impunidad con la que los jefes políticos vulneran los reglamentos sin que esto merezca la menor atención por parte de la Justicia Electoral.
En cuanto al proceso interno de elección, lo lógico es que cada asociación de ciudadanos que se reúnen con un fin común y en esto los partidos políticos son en principio instituciones que surgen de decisiones privadas, aunque tengan en última instancia una finalidad pública, corresponde a cada institución que instituya en sus estatutos sus propios mecanismos de elección de autoridades y candidatos, con la única limitación del respeto por la Ley y los postulados democráticos. Debemos buscar que la organización interna sea coherente con las formas y propuestas que se pretenden desarrollar si se alcanza el gobierno, ya que quines mayor transparencia y pluralidad observen en su orden interno, mayor posibilidades existe que cuando les toque actuar en el orden externo, las buenas prácticas internas sean puestas en practica en el plano externo. Lamentablemente en nuestro país las nuevas fuerzas que tanto dicen querer renovar la vida pública, el ARI y Recrear, internamente han demostrado el mayor de los desprecio por la opinión de sus partidarios, mostrándose ambos líderes, como los supremos poseedores de verdad a la hora de elegir candidatos.
Una variante interesante al sistema monopólico de proposición de candidatos actual, radica en distinguir la forma de elección según el cargo público. Así no imagino otra forma de elegir a los diputados y senadores que a través de partidos nacionales fuertes y consolidados, que a la postre reúnan a sus legisladores en bloques partidarios ideológicamente definidos. Ni que pensar de lo caótico que puede resultar un Parlamento en el que los diputados pudieran surgir de una multiplicidad  de diversas agrupaciones constituidas para la ocasión, en la cual el fraccionamiento  parlamentario haría imposible su funcionamiento. Aquí me ratifico en la metodología que ya se ha analizado y defendido, y que se responde con el sistema de circunscripción binominal, pero siempre entre candidatos que representen a partidos políticos.
Bien diferente resulta ser la elección del presidente de la república, ya sea dentro del actual sistema presidencialista o dentro del semipresidencialismo. Aquí la formula que se utiliza en Francia me parece oportuna, ya que quien quiera presentarse como candidato a al presidencia debe cumplimentar como requisito, el apoyo de 500 personas (padrinos) que ocupen cargos electivos (Diputados y Senadores nacionales o provinciales, Concejales, Intendentes o Gobernadores), lo cual es un filtro para evitar las candidaturas demasiado estrafalarias o poco representativas. En nuestro caso, y dado de que en Francia hay muchos más cargos electivos que en nuestro país, este número de apoyos se debería reducir a 200. Con este sistema se da posibilidades de participación a un número muy importante de candidaturas que de otra forma no tendrían acceso, y así se eliminarían las elecciones internas y cada candidato tendría que salir a recoger sus adhesiones a lo largo y ancho del país. Valga como ejemplo francés, el del partido Caza, Naturaleza, Pesca y Tradiciones, que presenta candidato a Presidente en la primera vuelta. Este sistema, que propuse en 2002 para salvar el empantanamiento de la interna justicialista, en el actual sistema presidencialista pude que sea discutible, pero se mostraría muy idóneo en el sistema semipresidencialista, en donde el Presidente “reina”, pero no gobierna.


Los sistemas de gobierno


Como hemos visto en la introducción a este tema, el sistema de gobierno presidencialista a demostrado no ser nuestro mejor reaseguro para las recurrentes crisis, las que no se han podido resolverse dentro de la lógica del sistema. Demasiados dolores de cabeza y hasta incluso quiebres constitucionales alentados por la incapacidad de los gobernantes, se podrían haber evitado si hubiésemos tenido un sistema de gobierno de relación “más flexible”, entre el poder ejecutivo y el Parlamento.
El actual sistema presidencial puro, se basa en tres premisas: a) el presidente es elegido por el pueblo; b) siempre es el jefe del gobierno, a pesar de la composición partidaria de las cámaras; c) se observa una separación estricta de los poderes legislativo y ejecutivo.
Este es el sistema que ha demostrado sobradamente que presenta dificultades para resistir los embates a los que nuestra organización sociopolítica ha sido sometida en los últimos 30 años, fundamentalmente por las consecuencias que presenta el punto b).
En el sistema presidencialista puro de gobierno, si no se satisfacen las expectativas que en el presidente se depositaron, no existen grados de libertad para su recomposición. Por otra parte, si los electores no le otorgan la mayoría en la composición de las cámaras legislativas, por caso, un candidato a presidente muy carismático en un partido débil, puede originar un “corte” de boletas, que hace que su debilidad parlamentaría sea extrema y por lo tanto se resienta o dificulte la gobernabilidad[1].
En el sistema presidencialista puro es imperioso que la persona que lo ejerza, tenga un temperamento que le permita ejercer la autoridad que la constitución le confiere a su investidura, la cual está marcada por un altísimo personalismo. Ya hemos analizado las contrariedades que surgen entre el personalismo de la figura presidencial y la diversidad que representa el parlamento y de los riesgos que entrañan los personalismos.
Para salvar los escollos del presidencialismo se me ocurre que es prudente separar el REINAR del GOBERNAR. Esta diferenciación sea quizás la apuesta más interesante que se deba analizar en la actualidad Argentina y de la que ya hablaremos.
Por otra parte los sistemas personalistas entran en conflicto con la concertación o consenso que se reclaman desde la sociedad, la oposición o desde el mismísimo ejecutivo para llevar a cabo determinadas políticas. Por ello, los intentos de “gobiernos de unidad” de “entendimiento” o “consenso”, son impropio del sistema presidencialista puro, el cual se basa en que el presidente elegido por la mayoría popular, lo es para ejercer las funciones ejecutivas entre las que se encuentra la formación del gabinete de ministros sin ningún otro tipo de consentimiento, incluso aunque no ostente ni siquiera la primera minoría en las cámaras, y por lo tanto, el cogobierno con la oposición está excluido. A la oposición se le asigna el contralor de la gestión, algo muy difuso por cierto y que lleva más a la especulación política, el acoso, la critica inconducente, cuando no directamente al derribo del gobierno, que al propio ejercicio del contralor. Una vez más, aquí queda demostrado el doble discurso que se escucha en muchas ocasiones, ya que decimos defender un sistema para intentar quebrantarlo ante la menor dificultad, como por ejemplo, cuando el presidente no tiene mayoría en las cámaras. Es ahí cuando el “palo en la rueda” se pone en acción, sin posibilidad alguna de solución, y el divorcio entre el ejecutivo y el parlamento pone en riesgo la llamada “gobernabilidad”. A esto me refiero cuando critico la rigidez del sistema.
Particularmente no me gustan los gobiernos de unidad, si las coaliciones, ya que se puede caer en la trampa del partido único, dando lugar a la posibilidad de una suerte de acuerdo de alternancia en el poder entre los distintos nombres de los individuos que comparten el “pensamiento único”, muy frecuente esto en la izquierda. Así funcionó el PRI en Méjico y eso es la negación de la democracia.

Las otras opciones para constituir el gobierno


Aunque con muchas variantes, las opciones que se presentan al presidencialismo, corresponden a sistemas parlamentarios o mixtos.
El sistema parlamentario presenta las siguientes características: a) el Consejo de Ministros está encabezado por un primer ministro o presidente del gobierno, b) todo el consejo colectivamente es responsable ante el parlamento y c) no hay un presidente elegido popularmente con poderes políticos reales, sino que la Asamblea elige al presidente el que puede tener diferentes atribuciones según la constitución. Este sistema tiene la ventaja de que el poder se ejerce con los apoyos y acuerdos suficientes para gobernar, (aun en el caso de ostentar mayorías propias),  los que se logran mediante pactos de gobierno acordados –con luz y taquígrafos- en el Parlamento Nacional donde reside la representatividad popular. El Presidente o Jefe de Estado carece de facultades decisorias en el proceso político, pero cumple un importante papel como factor de integración nacional (en las monarquías esta función la ejerce el Rey), mientras que el Poder Ejecutivo reside en un órgano colegiado, constituido por un Gabinete Ministerial o Concejo, presidido por un Primer Ministro o Jefe de Gabinete, él que cuenta con la confianza de la mayoría del Parlamento y responde políticamente ante éste, pudiendo el Parlamento destituir a uno o todos ministros con "voto de censura" o "denegación de confianza", así como el ejecutivo (el gabinete) puede solicitar al Jefe de Estado, la disolución de una de las cámaras o el órgano Legislativo completo.
En Europa, el parlamentarismo se divide en monarquías parlamentarias: Bélgica, Dinamarca, Holanda, Noruega, España, Suecia, Reino Unido y repúblicas: Italia, Alemania, Grecia, Hungría, Israel, Portugal entre otras.
En las repúblicas, el Jefe de Estado está a cargo de un Presidente elegido por el Parlamento, y ocupa el cargo generalmente por un periodo de tiempo mayor que el que desempeñan los parlamentarios que lo eligen. Se da el caso de que el Presidente pueda ser elegido por voto popular en lugar del Parlamento.
Independientemente de que el Presidente sea elegido por el pueblo o por el parlamento, su poder no depende en sí de la forma de elección, sino del imperativo constitucional de organización política. Por ejemplo algunas constituciones le otorgan un poder importante al presidente, como por ejemplo Italia (Republica parlamentaría), Francia (Republica presidencialista), República Checa, o Turquía,  donde el Primer Ministro es designado por el Presidente, pero éste y su consejo de gobierno, deben tener la confianza del Parlamento. En el caso Italiano, el poder presidencial puede llevarse hasta el extremo de sostener un gobierno aun en contra de los deseos del Parlamento. En otros casos, el presidente propone al Parlamento el primer ministro,  pero es el Parlamento quien lo designa.

En Europa, los países centrales, inclusos aquellos que han abolido la monarquía, mantienen separadas las dos funciones: reinar y gobernar. La primera, ejercida por el Rey en las monarquías y por el Jefe de Estado en las Repúblicas, es la garantía de que las instituciones marchen por sus causes debidos, mientras que la segunda función
 -gobernar-  al ser una función ejecutiva, implica gestionar, administrar  y tomar decisiones que, en buena lógica, pueden realizarse con matices, aciertos y errores,  y por lo tanto, la movilidad o estabilidad del gobierno, está condicionada a los apoyos y consensos parlamentarios.

Hasta cierto punto, un presidente parlamentario incluso puede ejercer mas poder que un presidente elegido por el pueblo; esto ocurre cuando el sistema de partidos es débil e inestable, lo cual da al presidente la oportunidad de explotar las divisiones. Inversamente, cuanto más sólido y concentrado es el sistema político, tiene menos posibilidades de ejercer su poder. 
Otras formas emplean formulas mixtas, con características comunes al presidencialismo puro y al parlamentarismo, existiendo diferentes alternativas, entre la que cabe destacar el “semipresidencialismo”, que consiste en: a) elegir popularmente un presidente, que tiene discrecionalidad constitucional para la elección del Concejo de Ministros o al menos el Primer Ministro y b) también se le otorga el derecho de disolver el parlamento, aunque no siempre.
En ocasiones se suele confundir el sistema semi presidencial, con el presidencialismo de primer ministro, en el cual el gabinete ministerial es responsable conjuntamente ante el Presidente y el Parlamento. El  presidencialismo de primer ministro (Francia, Portugal, Austria, Finlandia, Lituania, Rumania, Polonia, Macedonia, Moldavia), el Gabinete es responsable ante la mayoría parlamentaría, y el Presidente, teóricamente, no puede permanecer como Jefe del Gobierno si él representa a un partido diferente del que sostiene la mayoría parlamentaría.
Francia es un caso particular de este sistema, ya que otorga un fuerte poder al Presidente, aunque el que gobierna, es el Primer Ministro.  El Presidente debe someter a la Asamblea la elección del Primer Ministro y su gabinete, pero también puede en los casos contemplados por la constitución, disolver el parlamento, y a su vez el parlamento, puede negar la confianza al gabinete presidencial. En Francia se solvento esa situación con la llamada “cohabitación” en la que el presidente socialista Mitterrand tuvo que someterse a una mayoría parlamentaria conservadora (1986-1988; 1993-19995). Posteriormente le ocurrió la misma situación a Chirac que cohabito con Lionel Jospin como Primer Ministro, aun a pesar de que éste había publicado un libro en donde decía que “la cohabitación era un régimen indeseable para Francia”. Cosas de la política. Según opina Raymond Barre, ex primer ministro con Giscard d’Estain, la cohabitación contradice  a la constitución. Sostiene que es inadmisible tener un Primer Ministro apoyado por una mayoría parlamentaria contraria al Presidente elegido por los franceses. En esos casos es categórico al señalar que el presidente debe renunciar, o si se niega, la oposición no formar gobierno. En circunstancia de cohabitación el presidente tiene poderes pero no el poder.
Para entender a los sistemas de presidencialismo de primer ministro, hay que considerar dos aspectos: a) Los poderes del presidente sobre el parlamento y b) el grado de supervivencia  de cada rama del gobierno (presidente y parlamento).

a)    Los poderes del presidente son mínimos cuando la elección del primer ministro y los ministros del gabinete corresponden a la Asamblea parlamentaria; son máximos, cuando el presidente es quien los nombra, aunque existen soluciones intermedias.
b)    En un extremo,  si el parlamento rechazara la formación del gabinete de gobierno, el presidente puede disolver el Parlamento en cualquier momento. Por ejemplo Francia, donde el presidente una vez al año puede disolver el parlamento ante la imposibilidad de formar gobierno. Esto es lo que le da un gran poder al presidente francés.

En el otro extremo, encontramos el parlamentarismo presidencial, el que frecuentemente se convierte en un sistema inestable, ya que otorga al presidente discrecionalidad para disolver el parlamento así como nombrar y destituir libremente los gabinetes ministeriales. La inestabilidad se deriva de que siempre puede responder  a un voto de falta de falta de confianza del parlamento, disolviéndolo y nombrando un gabinete provisional. (esto ocurrió en la republica de Weimar en Alemania, hasta que Hitler ocupó los cargos de primer ministro y canciller). Hoy en Europa, sólo  Armenia sostiene este sistema, pero Rusia, Croacia y Ucrania se le aproximan. En esta organización, los gabinetes ministeriales son responsables ante el presidente y el parlamento.
En Europa, nuestro actual sistema –presidencialismo puro- sólo lo incorporan Chipre, Bielorrusia y Georgia.
Como se puede observar, no existe el sistema ideal o perfecto, pero sí aquellos que permiten una serie de soluciones a problemas políticos frecuentes. Pero sí podemos afirmar que existe una relación de poder inversa entre el Gobierno y el Parlamento. En los casos de gobiernos fuertes –sistemas presidencialistas- el parlamento es más débil respecto del sistema parlamentario donde el presidente es elegido por éste, y por lo tanto el parlamento fuerte y el gobierno débil.

Lo que no funciona, es cuando en un sistema presidencialista el gobierno se vuelve débil porque ha perdido la mayoría parlamentaría (y la confianza del pueblo), ya que en este caso ni el presidente ni el parlamento tiene alternativas para compensar o solucionar la inestabilidad que crea la debilidad presidencial originada por la derrota parlamentaría.
Esto es lo que ha ocurrido reiteradamente en la Argentina cuando el presidente pierde tempranamente el sustento parlamentario, y dado el inmovilismo que presenta el sistema, convierte en ineficaces tanto al gobierno como al parlamento. Aquí hay que encontrar el equilibrio y la solución.
Alrededor del Presidencialismo de Primer Ministro puede estar la solución para el “caso” argentino, entre otros motivos porque incluye la elección directa del presiente, algo muy arraigado en nuestras costumbres. Luego es cuestión de  “contrapesar” el poder en entre el parlamento y el presidente, y las diferentes opciones de poder que puede tener el presidente, las que pueden ir desde la discrecionalidad en la elección del gabinete (Armenia, Croacia, Chipre), hasta en el otro extremo, la imposibilidad de su nombramiento o sólo por recomendación del parlamento (Irlanda, Eslovenia, Bulgaria). La otra variable de importancia es la supervivencia (y como se define la misma) de ambas ramas del poder, esto es, si pude o no el presidente disolver el parlamento.



[1] Recordar que le ocurre a de la Rúa cuando pierde las elecciones legislativas en su segundo año de gobierno. Anteriormente le ocurrió esto a Frondisi, Illia y Alfonsín.

miércoles, 14 de marzo de 2012

LA DEMOCRACIA PERONISTA


(*) El articulo pertenece a Ideas y Sugerencias para la Fundación de la Cuarta República (2002)


“No se preocupe presidente, soy peronista”
(de Kirchner a Bush)

La democracia representa para las republicas un valor que como tal, observa doble polaridad. En cuanto el ejercicio práctico (no filosófico), el valor democrático depende de la razón de quien ejerza el poder (fuerza), y por tanto, la democracia no puede asegurar el propósito que persigue. Así la historia nos demuestra que mediante la democracia se han instalados dictadores feroces, Hitler, Mussolini y entre nosotros Perón, cuyo comportamiento respecto de la democracia da lugar a este articulo. Afortunadamente la democracia como valor positivo ha sido inmensamente provechosa, y miles de sucesiones de gobiernos de elección popular así lo demuestran. En el mundo occidental, solo en dos países, Inglaterra y los EE UU, la democracia constituye un principio sustentado por la tradición, cuya autoridad reside efectivamente en la sociedad por más poderosos que puedan ser los gobiernos.
En las republicas, la soberanía recae en los ciudadanos y los poderes son ejercidos por sus representantes, los que son elegidos mediante el sistema democrático de elección de candidatos. Este enunciado, obvio y elemental, resulta ser extremadamente complejo en cuanto a su realización, ya que la correspondencia entre el gobierno que ejerce la autoridad y los ciudadanos desde donde emana el poder, requiere de unos mecanismos complicados que se originan en la participación popular efectiva, y desembocan en el acatamiento o no, al mandato conferido por los electores y el sometimiento al Estado de Derecho por parte del gobernante de turno.
Del acierto en esta relación depende la calidad de la República y si empleamos como parámetro de medida el respeto que debe existir entre el poder y los ciudadanos, nos encontramos que en la Argentina la calidad de la republica es decepcionante.
La democracia que hemos practicado desde 1946 hasta la actualidad (2012), demuestra que el peronismo gobernó en el 51% del periodo; el radicalismo el 23% y el 26% gobernado por presidentes no electos. Si consideramos que durante la proscripción del peronismo quienes gobernaron lo hicieron con votos peronista o con una gran abstención (Frondizi), vemos que el peronismo ha dominado, aun sin ocupar la presidencia, la escena política nacional y mientras no se desmantele la democracia peronista que intento definir, de una u otra forma seguirá gobernando.
Bien es cierto que no se puede hablar de “un peronismo”, ya que dentro del movimiento o mejor dicho, bajo la bandera del movimiento, de Perón y fundamentalmente Evita se cobijan ex montoneros, marxistas, pragmáticos, desarrollistas mas los arribistas de siempre. Pero señores, esto es el peronismo, ese perverso y ambiguo sistema diseñado por Perón en 1946 y que aún perdura intacto.
Como consecuencia de la primera guerra mundial se instalaron en occidente sistemas de gobiernos totalitarios, de los cuales sobrevivieron a la segunda guerra, el comunismo en el este de Europa y Rusia, Falange Española con Franco y las dictaduras de corte militar en  América Latina, entre las que se encontraba el gobierno del General Perón.
Su labor como fundador del Movimiento Nacional Justicialista fue fecunda, a tal punto que la vigencia del régimen superó al franquismo y al comunismo. ¿Cuál fue el “éxito” de aquel enjuague para que trascendiera indemne durante mas de medio siglo?.
La respuesta devendrá del análisis de lo que llamaré la democracia peronista, ingeniosa forma de tapar bajo el manto de un sistema universalmente reconocido para la elección y renovación de los gobiernos, un régimen autoritario que como primera condición para su “éxito”, destrozó la soberanía popular para ponerla en manos del movimiento.
Que Perón fue un gran sinvergüenza, inteligente y perspicaz, no es nada nuevo, y que su relación candorosa con las masas populares le permitió llevarse por delante entre otras cosas el sistema democrático con la finalidad de apropiarse de la Republica, tampoco es novedad. Perón vislumbró que si lograba congraciarse con el pueblo mediante todo tipo de dadivas y canonjías, no sería difícil que el pueblo le respondiera en consecuencia, y así fue como Perón propuso a su pueblo un pacto tácito, que consistía en que éste se apartara de la vida pública, a cambio de “Justicia Social”. Aquella frase aparentemente inocente de “casa al trabajo y del trabajo a casa”, tenia truco, ya que en el fondo lo que Perón estaba proponiendo era un trueque, yo les doy bienestar y ustedes me cede el poder, el viejo cuento del diablo y el incauto que le vendió su alma a cambio de favores mágicos.
Por otra parte, lo que Perón solicitaba era algo facilísimo de conceder, ya que la sociedad de aquel momento, inmadura cívicamente y propensa a rehuir responsabilidades (igual que hoy), y con muchos inmigrantes que no tenían ningún interés en participar de la vida pública, era casi una concesión graciosa. Paralelamente el que imponía las reglas para quienes quisieran participar de la vida pública, era el movimiento.
Así fue como desaparecieron de la republica las personas más representativas en sus campos, los más preparados, los que respondían al “sabio” consejo del “no te metas”. Los espacios que fueron dejando las capas sociales más preparadas, los fueron ocupando los militantes acólitos del movimiento, los que llegaron a ocupar la práctica totalidad de las estructuras de los tres poderes.
Todo lo que sobrevino luego de derrocado Perón, en nada modificó la estructura del movimiento como sostén del poder, y los pocos cambios realizados fueron solo de hombres, los que no pudieron desarmar el corporativismo del movimiento enquistado y extendido por doquier. Tal fue el afianzamiento del sistema, que después de 18 años de proscripción regresa Perón al poder, y él mismo cae presa del monstruo que había creado. Cuando mostro algún atisbo de querer desarmar la maquina diabólica que había concebido, ya nada pudo hacer. El monstro se devoré a su creador.
Para comprender en que consiste la democracia peronista, debemos aceptar que en la organización política social de una nación existen tres niveles. El primero es en el que se desenvuelve la actividad política que pugna por el poder; en el segundo nivel se encuentra el poder económico, las corporaciones y los medios formadores de opinión; y en el tercero está la sociedad, que en teoría, es en donde reside la soberanía. En las democracias que se rigen por principios (Inglaterra), la relación entre la soberanía y quien la ejerce recibe la mejor calificación; las democracias que se sustentan en valores positivos casi siempre superan el aprobado, mientras que en la democracia peronista (la Argentina), al no tener el tercer nivel (la sociedad) otra misión que legitimar con su voto las connivencias entre los dos niveles superiores, la democracia desaprueba una y otra vez. Esto se deriva del hecho de que la democracia peronista carece de valores y de principios, por lo tanto es inmoral y éticamente lamentable.
En la Argentina, como se ha visto, el peronismo resulta ser un actor principal del primer nivel, y dentro de la concepción ambigua del movimiento, las relaciones entre sus miembros inescrupulosas. A su vez las relaciones entre el primer y el segundo nivel se mueven en el campo de la conveniencia mutua, y generalmente de tipo mafioso, unos pagan para que otros los protejan. Debemos tener presente que en el segundo nivel el corporativismo es una condición impuesta verticalmente por el movimiento para subsistir, y aquí reside el fundamento de la corrupción.
Cuando el tercer nivel quiere ser protagonista (“el que se vayan todos”), inmediatamente resulta desarmado. Fue Perón quien vislumbro que se debía anular a la ciudadanía para preservar el reinado del movimiento, para lo cual prometió “justicia social” a cambio de que el tercer nivel no presionaría sobre los otros dos.
Pero siempre en el tercer nivel hay rebeldes, y por lo tanto los movimiento corporativos necesitan anular la libertad de opinión y disenso, y la rebeldía que hace 50 años se pagaba con la cárcel, hoy se combate con métodos muy sutiles, aunque incluso la cárcel si es preciso y propagandístico.
Al ocupar el movimiento todos los sectores de la vida social y política y durante tantos años, el acostumbramiento lleva a aceptar las condiciones (síndrome de Estocolmo), y así los pocos que aun están dispuestos a combatir en el terreno político al movimiento, se encuentran con que la democracia peronista los “tolera” siempre que no se crezcan, y esa “tolerancia graciosa” la muestran como una muestra del ambiente de normalidad republicana. Esto último es lo que ocurre con los partidos que no entendiendo como funciona el sistema, pretenden acceder al primer nivel sin caer en la cuenta que mientras el tercer nivel no recupere la soberanía y rompa el pacto con el movimiento, cualquier aventura partidaria para acceder al gobierno será un fracaso. Eso le pasó al radicalismo, a la Ucede y en breve al Pro. En este país resulta casi imposible gobernar fuera del movimiento.
La solución para desarmar la democracia peronista se encuentra en la misma fórmula que la gestó, y el que logre llegar a la esencia de la sociedad para hacerle comprender la trampa en la nos encontramos. Quien haga participe a la sociedad de la necesidad de conciliar los intereses que dan origen a los tres niveles, el poder, el dinero y la solidaridad, habrá dado el gran paso para desmontar la democracia peronista, la última maquinaria perversa que ha resistido al paso del tiempo. Sé que no es fácil, tampoco imposible; solo se requiere de perseverancia y credibilidad. Si cayeron todos otros muros ¿por qué no lo intentamos con el muro peronista.

La democracia peronista. (Segunda parte)

En el artículo anterior he analizado la esencia del movimiento peronista y su consolidación, asumiendo que su éxito estriba en el contrato que estableciera Perón con una sustancial parte del pueblo argentino, por el cual a cambio de “justicia social” –léase felicidad- el pueblo renunciaba al ejercicio de la democracia, aunque se cumpla con la formalidad de votar para guardar las formas. En otros artículos he sostenido que la democracia no es todo lo que se dice de ella, ni tampoco brinda por sí, todo lo que se espera, en definitiva, que la democracia en sí misma no asegura nada virtuoso. La democracia es una forma –la más ordenada- de confirmar o reponer un gobierno, pero a su vez, con el solo hecho de ejercer el derecho a voto no se cumple con lo que la democracia exige como sistema.
La democracia requiere la preservación de un espíritu de participación constante, y por lo tanto trasciende más allá del acto electoral. La democracia requiere esfuerzo para adquirir un pensamiento político, requiere prestar atención no solo a nuestra familia o comunidad más próxima, sino a todo lo que implique el interés común a la sociedad, a lo público, en definitiva, a la República. La democracia exige el mantenimiento de un tejido de participación permanente en el tiempo. Así tan compleja resulta ser la democracia, a tal punto que Rouseau sostenía que era un régimen más próximo a los ángeles que a los hombres.
Como se analizó en el artículo anterior, la apatía ciudadana ha permitido que la influencia de poderes ajenos a la política termine incidiendo sobre ella, ocupando el rol que le corresponde a la participación civil. Mientras los ciudadanos argentinos, en su carácter soberano no recuperen ese lugar, ninguna posibilidad de éxito tiene la Republica. Es cierto que no todas las naciones durante todo el tiempo requieren la misma intensidad de participación ciudadana en las cosas de la republica, pero cuanto más deficiente es la representación, cuando más desnaturalizada está la relación entre la sociedad y las instituciones que ejercen el poder, cuando el desanimo y el descrédito del pueblo en sus gobernantes llega a niveles tan alarmantes, mayor es el esfuerzo de participación que se le requiere para salir de la ciénaga.
Entre nosotros, la democracia es un ideal del que se cree, mayoritariamente, que por el solo hecho de tenerla implantada como sistema nos va a asegurar la organización de la sociedad desde la igualdad y libertad política, y que de tal sistema emanarán los mejores representantes. Pero entre la representación y la decisión popular está la deliberación, actitud innata a la democracia que entre nosotros no existe, y que requiriere de una conducta de la que carecemos: saber escuchar. Para disentir o apoyar, primero hay que escuchar. Los argentinos no escuchamos, solo nos escuchamos a nosotros mismos, y así no existirá nunca deliberación posible. Quien primero no escucha, luego no habla, se habla solo a sí mismo. La democracia debe establecer el pleno ejercicio de la discusión pública, mediante la cual se acuerda, se disiente  y se ejerce el control efectivo y permanente de la marcha del gobierno.
A la luz del grave problema de la dejación participativa en la vida de la república, vemos como la democracia peronista no solo se ha consolidado, sino que impide el crecimiento de estructuras –partidos políticos- ideológicamente serios, estructuralmente organizados y sostenidos en el tiempo.
Aunque sea arriesgado dar una respuesta sobre cuál es la decisión última que tiene un elector frente a la elección de su gobierno, el temor ante la inseguridad por lo nuevo y sobre todo, la idea razonable de que siempre se puede estar peor con el porvenir, juegan un papel importante. El no arriesgar ante lo desconocido, por más y mejores propuesta e intenciones que las posiciones reformistas pregonen, es una condición propia de los pueblos políticamente dóciles, entre lo que predomina mayoritariamente el sometimiento al populismo demagógico y donde solo una minoritaria aristocracia vanguardista apuesta por la ruptura con sistema establecido. Es tal el temor que tiene la sociedad aborregada a perder sus canonjías, que aun demandando  cambios profundos, luego esa voluntad expresada no se refleja en apoyo de las propuestas electorales que vean en ese sentido. Se piden políticos nuevos, cambios de sistema, pero ante lo incógnito del porvenir se termina apoyando lo mismo de siempre.
De ahí que la propuesta de la democracia peronista aun perdure, ya que la idea fuerza de la “justicia social” sigue vigente en el subconsciente de la gente, y esta idea se convierte en el elemento conductor entre el electorado y la decisión de voto, el que va más allá de quien sea el candidato. Existe aun la esperanza extendida en el tejido social, de que el peronismo aun puede reeditar a un nuevo Perón que devuelva la felicidad hurtada, precisamente en la creencia popular, a manos del antiperonismo, identificados con el capital, y las ideas liberales o  conservadores, y por lo tanto, el milagro de un “nuevo perón” solo es posible dentro del movimiento.
Así vemos como han fracasado en la argentina los intentos de consolidación de multitud de partidos políticos, tanto de orientación de izquierda como de derecha, pero es que el pueblo no diferencia a los partidos por su ideología (orden racional), sino por los mensajes emanados del poder fáctico que ejerce el movimiento peronista, el que apela miserablemente a los sentimientos del elector para descalificar a la oposición. Lamentablemente contra esas prácticas, nada pueden hacer los espíritus éticos, y mucho menos cuando los medios de comunicación son cómplices de tal patraña.
La perversión electoral que teje el movimiento peronista para asegurar su permanencia en el poder llega a casos extremos, como ha ocurrido en las últimas elecciones, en las que sin presentarse el peronismo como partido llega a gobernar a través de una de las facciones del movimiento. Todo un alarde de fraude electoral en el que la participación de “alianzas” sin solera ni reglamentos, constituye en sí una des legitimidad del proceso de elección.
La otra pata que sostiene al movimiento peronista es el voto obligatorio, y sin entrar ahora a realizar una justificación ética de mi oposición a la obligación de sufragar, solo el sostenimiento de la inmoral concepción de obligar a opinar a quienes no se sienten con fuerza de ánimo o actitud para ello, el desamparo del ciudadano que ha de decidir sin conocimiento suficiente, sin unas ideas contrastadas de lo que es bueno o es malo -circunstancia de la que se aprovecha la democracia peronista para mediante la demagogia sumar apoyos-, es motivo suficiente para que nos alcemos en contra de tal anacronismo impropio de las democracias modernas.
Por otra parte no es difícil entender como pueden coexistir en el peronismo distintas raíces pragmáticas (no ideologías), pero esa es la base del movimiento peronista, una masa ideológicamente analfabeta, políticamente perversa, democráticamente imprudente, y con una apetente antropofagia por el poder carente todo escrúpulo, que de una u otra forma cumplen con su cometido: le permite reinar.
A partir de aquí la pregunta que corresponde hacerse es, ¿cómo se combate la democracia peronista?. Y como las experiencias políticas de partidos alternativos ha fracasado, cabe otra pregunta ¿porqué?..
En mi opinión, el ciudadano no tiene porqué cambiar, y no cambiará hasta que descubra que convive con el error, lo cual pretendo poner en evidencia en este ensayo. Por lo tanto, se trata de despertar en el ciudadano la curiosidad por descubrir por qué somos tan vulnerables, y la responsabilidad que en ello nos cabe, y a partir de un razonamiento elemental, nos lleve a revelar nuestra connivencia y convivencia con el error.
Para ello es preciso activar actitudes que permitan revisar comportamientos, los que solo se pueden lograr con la ayuda de la sociología, la psicología o la filosofía desde su estado más natural y primigenio. En la conjunción de estas ciencias está el principio de la solución, las que por ejemplo, debieran dar lugar a la redacción de un cuestionario autoinductivo que ayude al ciudadano a despertar su conciencia democrática (tema desarrollado en otro trabajo). Desde la política partidaria nunca se logrará este objetivo, ya que ésta tiene por misión formular las propuestas y programas con los que ejercerá el poder, los que recién podrán ser asumidos cabalmente por el elector, cuando efectivamente sea consciente de todo cuanto hasta aquí he venido desarrollando.
A partir de que el ciudadano acepte por propia convicción cual es su rol en la vida cívica, podremos contar con ciudadanos con plenas facultades para ejercer sus derechos políticos, y recién ahí habrá lugar para verdaderos partidos políticos nacionales que confrontan ideas, las que con el tiempo se consolidarán en creencias y que darán lugar a las alternativas que debemos cotejar frente a la elección de un gobierno.

miércoles, 2 de febrero de 2011

FABULA DEL CONEJO (LIEBRE) Y LA TORTUGA



Fuente: Newsletter Eduardo Press Consultores


¿Recuerda la fábula?
Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el argumento, decidieron correr una carrera. Eligieron una ruta y comenzaron la competencia. La liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora indiscutible.
Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera. 

Pero la historia no termina aquí: la liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por supuestas, nunca la hubiesen vencido. Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.
Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.
Pero la historia tampoco termina aquí: Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente. La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué hago ahora?", la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer lugar.
Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el entorno para aprovecharla, llegan primeros.
Pero la historia tampoco termina aquí: el tiempo pasó, y tanto compartieron la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo. En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente, la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían experimentado en sus logros individuales.
Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales. Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos. Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos preparados y que otras personas pueden enfrentar mejor.
La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital: cuando dejamos de competir contra un rival y comenzamos a competir contra una situación, complementamos capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros recursos... y obtenemos mejores resultados!